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Desventuras de una hispanohablante en
Alemania

06/06/2014

Por Margarita Borja, El UniversoComo si nos encontrásemos siempre justificando nuestra presencia aquí y nuestra ausencia en casa, como si camináramos con zapatos prestados y ajustáramos artificialmente el paso, los extranjeros en Alemania vamos por la vida compartiendo una misma sonrisa y un mismo secreto. Un mismo historial de papelones.Los migrantes hablamos como si supiéramos siempre que nos estamos equivocando. Reutilizamos hasta acabarlas las mismas cien palabras. Cansados de bucear día a día en los helados mares de la lengua extranjera, conservamos por siempre la capacidad de impermeabilizarnos mientras dejamos que el alemán nos “resbale”, como lluvia sobre aceite. No es raro encontrarnos en bares, rodeados de acaloradas conversaciones en alemán, pensando, literalmente, en la luna. En algún momento deja de importarnos comprender o no, equivocarnos o no. La migración es una escuela de humildad. Y de humor.Conocí a un guatemalteco que en una carnicería de Berlín quería comprar un kilo de carne molida (“gehacktes” Fleisch) pero luego de dudar un momento, intentando en vano recordar la palabra precisa, terminó por ordenar un kilo de carne secreta (“geheimnis” Fleisch). Y a una rusa que en Hamburgo dio una charla sobre un ballet de su famoso paisano Piotr Ilich Chaikovski, pero en lugar de hablar de “El lago de los cisnes” (“Schwanensee”) se refirió durante toda la conferencia al “Lago de los penes” (“Schwanzsee”), y las sonrisas pícaras de los oyentes se le antojaron un guiño a su rubia belleza petersburguesa. Y a un estadounidense que durante meses compró a diario, en la misma panadería, una hogaza de pan chatarra (Schrottbrot) cuando lo que quería era Schrotbrot, ¡con o larga!, pan de centeno integral de grano grueso.Incluso a nivel universitario, un profesor lee un ensayo en donde un extranjero X afirma que los extravagantes personajes de los grabados de Piranesi tienen sexo (“es treiben”) entre las ruinas romanas, cuando lo que el estudiante, considerándose brillante, quería decir, era que los personajes se abandonaban, se dejaban llevar (sich treiben lassen) por entre las ruinas. O hablando de ciertos grupos religiosos, un canadiense fue abriéndoles la vena a sus alumnos alemanes, describiéndoles durante una hora las peculiaridades del champán (Sekt) en lugar de aburrirles con una perorata sobre las sectas (Sekte).No ha faltado por supuesto el extranjero que se lamente del clima de agosto, tan “homosexual” (schwul), cuando lo que realmente le molestaba era el aire húmedo y pesado (schwül), bochornoso sí, tanto el tiempo como la situación. Uno se ríe entonces, y hace como si no se lo tomara personalmente. Pero lo cierto es que cada día uno se levanta pensando qué ridiculez hará el día de hoy. En el fondo es bastante divertido, especialmente cuando por fin les llega a otros el turno de ponerse la nariz de payaso.Como maestra de español tengo el privilegio de escuchar de primera mano chistes inolvidables. Como la vez en que una severa y tímida jueza de unos 50 años, que llegaba a mi casa todos los viernes a las 5 en punto (ni un segundo más ni menos) para recibir clases privadas, mientras practicábamos las variaciones de “me gusta”, “me encanta”, etc. me confesó muy gravemente: “Me encantan los pajeros”, a lo cual yo respondí con un “Permiso, vuelvo en un segundo” para encerrarme corriendo en el baño con un ataque de risa que me duró cinco minutos. Cuando regresé le confesé que a mí también me gustaban los “pájaros”, y repetimos juntas, diez veces, la palabra “pájaros”.Se podrían hacer (y se hacen, claro) grandes comedias basadas en anécdotas como estas: una ecuatoriana residente en Leipzig no perdía la oportunidad de contar a todos sus conocidos con qué frecuencia la invitaban a “concepciones” (Empfängnis) en las cuales la convidaban con finísimo champán y exquisitos bocadillos. Hasta que un buen día algún alma caritativa le explicó que en alemán “recepción” se dice Empfang.Muchos migrantes parecemos una especie de Chucky, el muñeco diabólico. Pasamos de ser un simpático y amigable ser normal, a repentinamente girar la cabeza y empezar a escupir torpemente un idioma extraño como si estuviésemos poseídos por un espíritu. Uno está por ejemplo hablando tranquilamente con una encantadora chica española, durante una concepción en el Consulado de España, perdón, durante una recepción, y de repente se acerca un alemán, la chica española gira la cabeza y se transforma. De su boca empiezan a brotar trizas de palabras deformadas e inconexas, alternadas con sonrisas culpables.Y sin embargo existen también aquellos que logran en la lengua extranjera aquello de lo cual son incapaces en la lengua materna: una cierta soltura y libertad, una aproximación juguetona a las palabras y a las reglas gramaticales. La lengua extranjera, así como el territorio extranjero, puede erigirse por un lado en un campo de juego para la libertad, el descubrimiento y la experimentación, y por otro lado puede convertirse en lo contrario: el pozo del fracaso, las tinieblas del eterno error, el continuo disculparse por no saber y del no saber cómo disculparse. En honor al liberador espíritu de la comedia, mejor equivocarse jugando y riendo que aburrirse tras el velo de la vergüenza.