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Ernesto Cardenal: un poeta universal de la lengua

28/01/2015
Sergio Ramírez

Hoy estamos convocados en esta sala mayor de nuestro Teatro Nacional Rubén Darío  para celebrar a Ernesto Cardenal, su vida y su poesía, que vienen a ser la misma cosa. Su voz, su obra, su ejemplo. Su rebeldía siempre juvenil. Y al celebrarlo a él celebramos nuestra lengua, a la que él tanto ha enriquecido, porque Ernesto es un poeta de la lengua, ese territorio tan vasto hecho de palabras que no conoce fronteras. Ese al que un día Carlos Fuentes llamó el territorio de La Mancha, que atraviesa y sobrepasa el océano Atlántico. Palabras y voces que estando aquí, de allá nos llaman.

Para ser un poeta universal de la lengua, como lo es Ernesto,  hay que ser primero de algún lugar,  venir de una raíz nutricia, de un territorio generador, del barro primigenio.  Partir desde el origen hacia el todo, desde un pequeño punto luminoso que, como en el fenómeno de la creación del cosmos que Ernesto exalta en su poesía, se expande hasta formar el universo. Salir de un vientre, por pequeño que sea.

Rubén, que nos inventó a todos, canta a esa madre de vientre pequeño que es Nicaragua:

Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño

tantas rubias bellezas y tropical tesoro,

tanto lago de azures, tanta rosa de oro,

tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño…

Una madre creadora de palabras a través de sucesivas generaciones de poetas, un vientre que es el origen del universo de palabras de Ernesto.

La Nicaragua hecha antes que nada de palabras, palabras que han formado a lo largo de la historia un puente para atravesar tantos abismos de vicisitudes dramáticas, y para alentar tantos heroísmos. Los poetas han hablado en nombre de todos, dándonos voz, creando la voz con que el país es capaz de hablar. Ellos han creado esa tradición de la poesía, en la que nos encarnamos, y que ha alumbrado a través de las décadas nuestra cultura y nuestra historia, y que nos hace capaces de identificarnos en las palabras.

Cada uno de nuestros poetas, hombres y mujeres, habla con su propia voz, y en esa diversidad, a veces contradictoria, es que nuestra literatura alcanza la plenitud de su riqueza. Voces de voces. Un concierto en que cada instrumento toca con su propio registro.

Entre todas ellas, la voz de Ernesto es profética. Un profeta en la tierra, y un profeta en su tierra, tal como queremos reconocerlo esta noche, al celebrarlo. Y la primera cualidad de una voz profética ha sido la de no callarse nunca, ni frente a las injusticias ni frente a las iniquidades, alzarse en defensa de la majestad del ser humano acechado y disminuido en su dignidad por el poder. Es allí donde reside la grandeza de sus Salmos.

La suya es una poesía que parte de esta calidad profética, hacia su dimensión mística definitiva, en el Cántico Cósmico y en los poemas de su última etapa, hasta el presente. Un poeta que a lo largo de su vida recorrió mundo, y vio el recuerdo del pecado delante de sí, en la iglesia llena de demonios a la hora del oficio nocturno de su noviciado en la Trapa,  y que entra luego en comunicación solitaria con la divinidad, que se convierte en una relación de pleno erotismo. El alma que se acopla con su Creador en el más exaltado de los gozos, tal como en la poesía de San Juan de la Cruz y en la de  Santa Teresa.

Es esta visión monumental, junto a la mística como íntima vivencia personal, entra la exploración científica de los cielos, y entran también los recuerdos de su propio pasado, la vieja Granada de su infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, y los episodios de su juventud.

Un gran final de fiesta que funde los misterios de la creación y los de la existencia, el cosmos y el microcosmos, y va de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y la mirada extática busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, que son formas todas de la eternidad.

Un poeta para siempre de nuestra lengua, de nuestra cultura, de nuestra historia. Celebrémoslo a él, y celebremos nosotros el gozo de ser contemporáneos suyos, y ser todos el fruto de ese vientre pequeño que ha alumbrado su poesía. La Nicaragua de todos.

 

El autor es escritor y fue vicepresidente de Nicaragua.

Discurso leído durante el homenaje al poeta Ernesto Cardenal en el Teatro Nacional Rubén Darío, por la celebración de sus 90 años de vida.