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Un adiós a Jorge Semprún y
su digna resistencia al horror

09/06/2011

Vivian Murcia, ExpansiónIndelebles, así quedan las letras del escritor español Jorge Semprún, fallecido en la noche del martes 7 de junio en París. Sus letras sirven como testimonio del mayor horror del siglo XX pero, a la vez, de la dignidad de un hombre que lo resistió en carne propia. Su experiencia como prisionero en el campo de concentración nazi de Buchenwald, fue clave en el transcurso de su vida política y literaria.Sus convicciones políticas —perteneciente a la Resistencia en la Francia ocupada por los nazis— fueron la causa de su reclutamiento en el campo de los horrores y la muerte. Ese «olor a carne quemada», fue la manera como describió, en una entrevista, el recuerdo imborrable de esos días que llevaba consigo. Ese olor fue, probablemente, el motivo de una literatura liberadora. Una forma de explicar lo inexplicable.En libros como El largo viaje, cuenta el infortunio de su experiencia. Los recuerdos de un vagón de tren en donde trataban de convivir personas entre el hacinamiento, la suciedad y el agotamiento. El viaje por el torbellino fatal de la historia del internamiento. La memoria de esos días se convierte en el mayor tormento, pero también en la razón más sólida para no suicidarse. La memoria que no echa al olvido el horror del que es capaz la raza humana; de ahí la digna resistencia que significó su literatura.La escritura de Semprún encontró su sentido en la voluntad de no doblegarse, con el conocimiento de que quienes se suicidaron lo hicieron ante la imposibilidad de vivir con la memoria. Jorge Semprún lo vivió para no olvidarlo, y lo escribió para dejar un testimonio humano de lo que no puede nunca repetirse.«Viviré con su nombre, morirá con el mío» es también ejemplo de esa resistencia. En este libro, publicado en 2001, Semprún describió su lucha interna. Contra la amnesia humana, es como se puede describir esta obra que, aunque no se dedica al relato de las crueldades del campo, se adentra a lo más humano del universo de la concentración: la privación de la libertad y las miserias que conlleva.Con la muerte de Jorge Semprún se revive el recuerdo de un siglo espantoso. Un escritor que conoció el mayor horror creado por el hombre, en el que el genocidio alcanzó su deshonrosa cúspide aunque no su fin en la historia de la humanidad.Perteneciente a una familia de clase alta, nieto del político conservador Antonio Maura, cinco veces Presidente del Gobierno durante el reinado de Alfonso XIII, e hijo de un reconocido intelectual y jurista, Semprún no se hizo gran escritor en la comodidad de la burguesía. Su preocupación fue más social y su infortunio en el campo de concentración le haría un testimonio de la fragilidad de la condición humana.En 1939, después de la guerra civil española, su familia se trasladó desde La Haya, en donde su padre era embajador, hacia París. Durante la Segunda Guerra Mundial —en la Francia ocupada por la Alemania nazi— Semprún combatió entre los partisanos de la Resistencia, como muchos otros españoles refugiados en Francia. Se afilió en 1942 al Partido Comunista de España (PCE), en 1943, tras ser denunciado, fue detenido, torturado y posteriormente deportado al campo de concentración de Buchenwald. Tras su liberación, fue recibido como un héroe en París, donde fijó su residencia.La vida en el horrorUn número: 44.904, a eso se redujo la vida de Jorge Semprún en Buchenwald. Esa fue su matrícula como recluso, condición de vida que le acompañó desde los 20 hasta los 22 años de edad. Se libró de la muerte probablemente porque fue inscrito como estucador en vez de como estudiante.Aunque su obra se publicó mayoritariamente en francés, nunca dejaría de reconocer su nacionalidad española. Incluso en el campo de concentración fue señalado con la «S» de Spanier (español) en el pecho. El compromiso con su país lo demostró, sobre todo, en el campo político, desempeñando cargos como el de ministro de Cultura, entre 1988 y 1991.La escritura o la vida es uno de los títulos que podría sintetizar su manera concebir su existencia. El 11 de abril de 1945, dos soldados estadounidenses llegaron a un campo, cuya entrada estaba marcada con una sarcástica inscripción: «A cada uno lo que se merece». Se trataba de Egon W. Fleck y Edward A. Tenenbaum, a los que Semprún recordó en un sentido discurso, cuando recorrió sus pasos por Buchenwald en 2010. Allí, recordaría lo que significó su vida en ese campo y la catarsis literaria que llegaría después de este. Y así, con el perdón que se le puede concebir al recuerdo más doloroso de la vida, Semprún se recordó como un joven jubiloso que sostenía una ‘bazooka’ en nombre de la guerra, perdonándose a si mismo, aliviando con dignidad un recuerdo terrible, pero eso si nunca olvidando…