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La nueva edición del diccionario de la Academia Española

Luis González Vallbé

Iniciamos con esta nota una serie de reflexiones sobre el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), cuya vigesimotercera edición en papel se ha publicado recientemente como culminación de las actualizaciones parciales (o avances de la versión electrónica de la última edición) que se han ido produciendo en los últimos años. Queremos abrir un espacio a quienes deseen contribuir con sus comentarios o críticas, de manera constructiva y razonada, a la principal publicación académica, porque consideramos que la práctica de la traducción o de la terminología nos proporciona una buena perspectiva para reflexionar sobre el contenido y alcance de un diccionario monolingüe y contribuir a su mejora.

 

Sobre el nuevo DRAE

En el verano de 2010, de viaje por Cantabria, leí que se había incorporado al DRAE la voz «sobao», que desde aquel momento (la noticia era del 30 de julio [1]) figuraba en el avance en la red de la vigesimotercera edición. Aunque la prensa cántabra destacara, lógicamente, la inclusión de su especialidad repostera en el diccionario, la noticia hablaba de 2 996 cambios y mencionaba entre las voces añadidas: abducir, alcaldable, buñueliano, cultureta, espray, festivalero, grafitero, muslamen (con un guiño al genial Forges), oenegé, rojillo, etc.

A pesar de la «agostidad» [2] con la que se difundió oficialmente el escueto comunicado académico sobre la actualización del diccionario[3], la noticia tuvo bastante repercusión en los medios de comunicación. Darío Villanueva, secretario de la Academia, declaraba por aquel entonces a un periódico de ámbito nacional[4]: «la lengua no es materia opinable, la Academia recoge algo que está ahí y que nos trasciende y nos supera a todos». En el trabajo de la Academia, según Villanueva, no entran subjetivismos ni matices de tipo ideológico.

Sin embargo hoy, más de cuatro años después de estas declaraciones, comprobamos en la última edición impresa del DRAE que la definición de «franquismo» sigue inalterada (a pesar de haber provocado una polémica considerable), pero se ha modificado ligeramente la voz «república», que queda así:

república.

(Del lat. respublĭca).

1. f. Organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período determinado.

2. f. En algunos países, régimen no monárquico.

3. f. Estado que posee este tipo de organización.

ORTOGR. Escr. con may. inicial

4. f. Cuerpo político de una sociedad.

5. f. Causa pública, el común o su utilidad.

6. f. Grupo de personas, generalmente jóvenes, que convivían para repartir gastos.

7. f. irón. Lugar donde reina el desorden.

Cabe preguntarse por qué se ha añadido, y sin marca alguna, la acepción 6 cuando se trata, según indica el imperfecto, de un uso no vigente. En todo caso, ¿no debería figurar esta acepción obsoleta en el Diccionario histórico? También resulta llamativo que se mantenga la acepción 7 (antes 6): 'lugar donde reina el desorden', muy vinculada en España a una época y a una visión del mundo muy precisas. La asignación a esta acepción de la marca irón. suena aquí a cínico descargo.

Desde hace unos años, y de manera inequívoca al menos desde aquel comunicado del verano de 2010, la Academia no quiere parecer «desfasada» (voz que, por cierto, se ha añadido también a esta 23.a edición) y avala la modernización del español a partir del registro coloquial. Ahora, además de «muslamen», tenemos en el DRAE «culamen», «canalillo», «pechamen», etc. No habría nada que objetar a esta apertura al reconocimiento del léxico más informal, si no albergáramos dudas sobre la coherencia con la que se decide la inclusión de algunas de estas voces, que parece deberse claramente a las preferencias personales de los académicos ―como ocurre con la repostería cántabra, muy bien representada en el diccionario en detrimento de otras especialidades de dulces regionales no menos dignas de figurar en él5―, o a consensos entre los académicos (pero no necesariamente entre los lexicógrafos) de las diferentes academias, más que a un riguroso trabajo de documentación y de estudios de frecuencia a partir de los corpus que la propia institución académica pone a disposición de los hablantes. Así, suponiendo que la voz «rojillo» debiera incluirse en el DRAE (cosa que es más que discutible en mi humilde opinión), debería definirse más o menos así, si nos atenemos a su frecuencia en los corpus de la RAE: 'relativo al equipo de fútbol pamplonés de Osasuna, en alusión al color de su camiseta' y no como 'de tendencias más bien izquierdistas', pues la presencia en los corpus académicos de esta última acepción es anecdótica. Cabe también preguntarse si los criterios de atribución de las marcas son objetivos: «rojillo» viene etiquetado como coloq. y «rojerío» como irón. coloq.; sin embargo a «facha» le acompañan despect. y coloq.6. El hecho de que, en más de un caso, la inclusión o ausencia de un lema en el diccionario académico no se justifiquen necesariamente con criterios objetivos de uso («facherío», voz antagónica de «rojerío», no existe para el DRAE) contradice claramente las declaraciones de principios sobre la neutralidad «notarial» que la propia Academia pregona como criterio esencial de su actuación.

Un diccionario como el DRAE habla no solo cuando dice sino también cuando calla y, por ello, sus silencios o ausencias pueden ser tan significativos como sus «voces». Está claro que cualquier sesgo evidente (ideológico, generacional o sexista) perjudica a una obra de estas características, considerada referencia obligada por la mayoría de los hablantes, que le atribuyen valor normativo y que quizás, por ello, tienen también tendencia a juzgarla con más severidad y pasión de las que emplearían para hablar de cualquier otro diccionario.

Con todo, lo que más llama la atención a quienes consultamos frecuentemente el DRAE son algunas lagunas en la cobertura del diccionario académico, pues están fuera de él decenas de términos cuyos equivalentes sí aparecen en los diccionarios similares (los considerados canónicos) en otras lenguas. La tradicional justificación de la RAE ante estas lagunas es que el Diccionario solo incluye el léxico general y no el léxico especializado, pero hoy la frontera entre ambos es difícil de establecer, debido al auge, desde hace ya varias décadas, de la divulgación científica y a la omnipresencia en nuestra vida cotidiana de tecnologías como la electrónica o la informática. Además de ausencias muy visibles (si se me permite el oxímoron), como la de seis elementos químicos de la tabla periódica [7] y de «olvidos» clamorosos [8], varios especialistas han detectado en el DRAE imprecisiones, inexactitudes y anacronismos en las definiciones de algunos términos de sus áreas de especialidad; aunque estos hayan pasado a la lengua general conviene definirlos con todo el rigor posible, independientemente de que puedan usarse de una manera más laxa en los registros más informales, algo que también puede registrarse ofreciendo varias acepciones.

La Academia necesita un diccionario de nueva planta que muchos, dentro y fuera de la institución, vienen reclamando desde hace tiempo. Solo así podrá despojarse de los lastres que todavía tiene la edición actual. El tercer centenario de la RAE parecía el momento apropiado para haber dado ese salto y presentar una obra realmente nueva. Ahora sabemos que tendremos que esperar a la vigesimocuarta edición, la primera que se publicará exclusivamente en soporte electrónico.

 

[1] Lorenci, Miguel: «El sobao entra en la Academia», El Diario Montañés, 30 de julio de 2010, http://www.eldiariomontanes.es/v/20100730/sociedad/destacados/sobao-entra-academia-20100730.html.

[2] Neologismo que no figura en el DRAE. Está formado irónicamente sobre «nocturnidad» y se refiere a una práctica frecuente: la de dar publicidad a una cuestión controvertida en pleno verano, cuando se supone que su difusión será más reducida, para limitar así el alcance de una posible polémica.

[3]http://www.rae.es/noticias/nueva-actualizacion-del-diccionario-de-la-real-academia-espanola-drae-en-la-red.

[4] Ponce, Rocío: «Para la RAE, 'rojillo' no es despectivo y 'facha', sí», Público, 29 de julio de 2010,  http://www.publico.es/culturas/330195/para-la-rae-rojillo-no-es-despectivo-y-facha-si.

[5] Además del «sobao» figuran también en el DRAE la «corbata» y el «frisuelo». Sin embargo, otras reposterías regionales brillan por su ausencia: por ejemplo, el «miguelito» (el riquísimo mantecado de la Roda) y la «perruna», que ha sido eliminada en esta última edición.

[6] Este es un asunto en el que no es fácil llegar a conclusiones precipitadas, a falta de un estudio detallado de la última edición, aunque los trabajos ya publicados al respecto (por ejemplo, Garriga Escribano, Cecilio: Las marcas de uso en el diccionario de la Academia: evolución y estado actual, Universitat Rovira i Virgili, Tarragona, 1999, http://www.tdx.cat/handle/10803/37269, o García Hervás, Pablo: La marca ideológica en el diccionario de la Real Academia: Un estudio sobre la neutralidad lexicográfica, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2011,  http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/108765/1/GarciaHervas_Pablo_TFG.pdf) apuntan a que, tradicionalmente, la coherencia en la asignación de marcas en el DRAE deja mucho que desear.

[7] González, Luis: «Flerovio, livermorio y otros elementos químicos no recogidos en el DRAE», puntoycoma n.o 129, 2012, pp. 1-2, http://ec.europa.eu/translation/

bulletins/puntoycoma/129/pyc1291_es.htm.

[8] El lema «populismo» ha sido, por fin, añadido a la última edición en papel, pero no figuraba en la actualización de 2010 ni en los añadidos posteriores a la versión electrónica.