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Las palabras llanas predominan en español

16/02/2018
Eduardo Bravo

Si el español suena como suena es porque es un idioma compuesto en gran parte por palabras llanas. Casi un 80% del vocabulario del español tiene el acento en la penúltima sílaba.

El resto de palabras se reparten entre las agudas (un 17%) y las esdrújulas que, aunque resulten más llamativas en el habla, en el fondo no representan ni un 3% del vocabulario. Algo totalmente diferente a lo que sucede con otros idiomas europeos también derivados de la misma raíz común. En el italiano, por ejemplo, las palabras que más abundan son las esdrújulas y en el francés, las agudas.

Esa gran cantidad de palabras llanas dota al idioma español de una sonoridad especial que permite distinguirlo de otros, incluso cuando el oyente no habla español o cuando el que lo habla no acaba de entender toda la conversación.

La entonación de un idioma es conocida como prosodia, un término que procede del griego, lo que ya denota lo antiguo de la disciplina. Sin embargo, y a pesar de los siglos que se lleva estudiando el tema, los investigadores no acaban de explicarse esta curiosa particularidad del español.

En declaraciones a la BBC, Lola Pons, profesora de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, explicaba que la prosodia, la cadencia en el hablar, no es un fenómeno que se pueda reproducir fácilmente por escrito. Esa es la razón que provocó que, hasta que aparecieron los sistemas de registro sonoro a finales del siglo XIX, no fue posible tener materiales para analizar la evolución de la entonación en castellano.

Por ello, una de las teorías más extendidas entre los expertos es la que afirma que la proliferación de palabras llanas se produjo cuando se pasó del latín al español. En esa transformación, las vocales átonas, aquellas que no tienen acento prosódico o entonación, que se encontraban colocadas en mitad de las palabras se fueron perdiendo.

Otros autores sostienen que, cuando las lenguas prerromanas desaparecieron en favor del latín, la forma de entonación de la lengua anterior se mantuvo en la nueva. Esto explicaría, por ejemplo, las diferentes entonaciones que tiene el español no solo en la Península Ibérica sino en los países de Latinoamérica.

Lo mismo sucedería con el inglés en zonas que dependían de una metrópoli, como la India, Sudáfrica o Australia. Lugares con lenguas anteriores a la del antiguo Imperio Británico, que habrían proporcionado esa entonación característica a la lengua dominante.

Esta superposición de lenguas permite que los estudios sobre la prosodia se establezcan no solo entre un idioma y otro diferente, sino entre un mismo lenguaje hablado en diferentes lugares geográficos. Incluso se pueden establecer diferencias en un mismo idioma según los diferentes escenarios en los que se hable aunque estén en la misma región geográfica.

En ese sentido, Ana Elejabeitia, Alexander Iribar y Rosa Miren Pagola, de la Universidad de Deusto, realizaron un estudio sobre la prosodia del castellano en Vizcaya. Para ello recurrieron a dos mujeres de la zona que leyeron una serie de oraciones enunciativas e interrogativas.

La diferencia principal entre las dos participantes era que una procedía del entorno rural y la otra del urbano. Y el estudio arrojó que, si bien la prosodia de ambas era muy semejante, las diferencias eran más notables en las partes finales de las oraciones interrogativas. En esos casos, la duración silábica, la intensidad de la última vocal y la entonación cambiaban.

Aunque el hablante en muchas ocasiones no se dé cuenta, la prosodia también se aprende. Una adquisición que se puede hacer de forma paulatina y sin ser consciente de ello cuando el hablante es nativo de ese idioma o como parte del proceso de aprendizaje de un idioma extranjero.

En el segundo de los casos, el español también tiene sus particularidades. Según el libro Didáctica de la prosodia del español: la acentuación y la entonación, escrito por Maximiano Cortés Moreno, el buen ambiente en el aula y el desparpajo español será clave para poder aprender prosodia del idioma: «Un alumno que se sienta tenso, obsesionado con la corrección de lo que va a decir, puede echar a perder todo el valor comunicativo de un enunciado como “¡Hombre, me alegro de verte!” si lo pronuncia con una entonación y un rostro carentes de expresividad». ¡Ole!