Reseña del libro «¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense», por Samuel P. Huntington; Editorial Paidós, cuyo autor, que es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Harvard, expresa los temores de un sector de la derecha norteamericana al anunciar un «choque de civilizaciones», si no se contiene el avance de la lengua española en los Estados Unidos.
El crecimiento continuado del número y la influencia de los hispanos ha llevado a los defensores de la causa hispana a plantearse dos objetivos. El primero es impedir la asimilación de los hispanos a la sociedad y la cultura angloprotestantes de Estados Unidos y crear, en su lugar, una comunidad social y cultural hispana de grandes dimensiones, hispanohablante, autónoma y permanente, en territorio estadounidense. Algunos, como William Flores y Rina Benmayor, rechazan la idea de una "comunidad nacional única", atacan la "homogeneización cultural" y censuran los esfuerzos por promover el uso del inglés como una muestra de "xenofobia y arrogancia cultural".
También atacan el multiculturalismo y el pluralismo, porque dichos conceptos relegan las "diversas identidades culturales" a la "vida privada" y asumen que "en la esfera pública, exceptuando algunas muestras toleradas de etnicidad, debemos dejar a un lado dichas identidades e interactuar en un espacio culturalmente neutro en el que todos somos 'americanos'". Los hispanos, sostienen dichos autores, no deberían propugnar una identidad estadounidense general, sino adoptar una "identidad y una conciencia políticas y sociales latinas emergentes". Deberían proclamar (y, de hecho, están proclamando) una "ciudadanía cultural" separada que implique "un espacio social diferenciado para los latinos en este país".
El segundo objetivo de los defensores de la causa hispana se deriva del primero. Se trata de transformar Estados Unidos en su conjunto en una sociedad bilingüe y bicultural. Estados Unidos debería abandonar la cultura angloprotestante central y las diversas subculturas étnicas complementarias que ha tenido durante tres siglos. En su lugar, debería tener dos culturas, la hispana y la angloamericana, y, de manera más explícita, dos idiomas, el español y el inglés. Se ha de tomar una decisión "acerca del futuro de Estados Unidos -declara el profesor la Universidad de Duke (Carolina del Norte) Ariel Dorfman-. ¿En este país se hablarán dos lenguas o solamente una?".
Y su respuesta, por supuesto, es que se deberían hablar dos. Esto es cada vez más cierto en la práctica, y no sólo en Miami y el Suroeste. "Nueva York -afirman Flores y Benmayor- es una ciudad bilingüe y el español es un elemento de uso diario en la calle, en los negocios, en los servicios públicos y sociales, en las escuelas y en el hogar." "Hoy en día -señala el profesor Ilan Stavans- en Estados Unidos se puede abrir una cuenta bancaria, obtener asistencia médica, ver telenovelas, presentar las declaraciones de renta, amar y morir sin pronunciar una sola palabra 'en inglés'. Estamos siendo testigos, en definitiva, de una reestructuración de la identidad lingüística de la nación." Y la fuerza impulsora de esta hispanización, la afluencia de mexicanos, no da la más mínima señal de remitir (...).
Si un millón de soldados mexicanos trataran cada año de invadir Estados Unidos y más de 150.000 de ellos lo lograran y se establecieran en territorio estadounidense, y el gobierno mexicano exigiera entonces que Estados Unidos reconociera la legalidad de dicha invasión, los estadounidenses se sentirían indignados y movilizarían todos los recursos necesarios para expulsar a los invasores y restablecer la integridad de sus fronteras. Sin embargo, todos los años se produce una invasión demográfica comparable, mientras el propio presidente de México preconiza la legalización de la misma, y los dirigentes políticos estadounidenses pasan la cuestión por alto o aceptan incluso la eliminación de la frontera como un fin a largo plazo (o, al menos, así lo habían hecho hasta el 11-S).
En el pasado, los estadounidenses emprendieron acciones que han afectado radicalmente la naturaleza e identidad de su país sin darse cuenta de que lo estaban haciendo. Como ya hemos visto, la Ley de los Derechos Civiles de 1964 tenía la intención explícita de suprimir la selección y las cuotas raciales, pero las autoridades federales la administraron de tal manera que produjo el resultado totalmente contrario. Con la ley de inmigración de 1965 no se pretendía provocar una oleada masiva de inmigración procedente de Asia y América Latina, pero ése fue el efecto que produjo. Estos cambios vienen causados por una falta de atención a las posibles consecuencias, por la arrogancia y los subterfugios esgrimidos por los burócratas y por el oportunismo político. Algo similar está ocurriendo con la hispanización. Sin que medie un debate nacional ni una decisión conscientes, EE.UU. está siendo transformado en lo que podría ser una sociedad muy distinta de la que era.
La relación con México
Al hablar de inmigración y asimilación, los estadounidenses han tendido a generalizar al respecto sin discriminar entre los inmigrantes. Con ello, se han ocultado a sí mismos las características, el desafío y los problemas especiales planteados por la inmigración hispana (mexicana, principalmente).
Al eludir (al menos hasta el 2004) la cuestión de la inmigración mexicana y al tratar la relación de conjunto con el país vecino como si no difiriera de la que se puede mantener con cualquier otro país, también eluden la cuestión de si Estados Unidos continuará siendo un país con una única lengua nacional y una cultura dominante angloprotestante común. Sin embargo, al ignorar dicha cuestión se le está dando ya una respuesta concreta y se está consintiendo en la transformación final de la población estadounidense en dos pueblos con dos idiomas y dos culturas.
Si esto ocurre y Estados Unidos deja de ser una "Babel a la inversa" en la que cerca de 300 millones de personas comparten una (y sólo una) lengua común, el país podría llegar a dividirse entre un elevado número de personas que sepan inglés, pero poco o nada de español (y que queden, por tanto, circunscritas al mundo anglófono estadounidense), un número más reducido de personas que sepan español, pero poco o nada de inglés (y que, por tanto, puedan funcionar únicamente en el seno de la comunidad hispana), y un número indeterminado de personas que sepan ambas lenguas y que sean, por tanto, mucho más capaces que los monolingües de operar a escala nacional. Durante más de 300 años, el dominio del inglés ha sido un prerrequisito para prosperar en Estados Unidos. Sin embargo, actualmente, el dominio simultáneo del inglés y del español se hace cada vez más importante para tener éxito en los negocios, en el mundo académico, en los medios de comunicación y, muy especialmente, en la política y el gobierno.
Estados Unidos parece estar deslizándose en esa dirección a través de un proceso de bilingüismo lento y sigiloso. En junio del 2002, los hispanos eran 38,8 millones, un 9,8% más que en el censo del 2000 (la población estadounidense en su conjunto creció un 2,5% durante ese mismo período), y constituían por sí solos la mitad del crecimiento de la población de Estados Unidos durante esos dos años y un tercio. La conjunción de una elevada inmigración sostenida y unas altas tasas de reproducción implican que su número e influencia en la sociedad estadounidense no cesarán de aumentar. En el 2000, 47 millones de personas (el 18% de las que tenían cinco o más años) hablaban una lengua no inglesa en sus casas; 28,1 millones de ellas hablaban español. La proporción de estadounidenses de cinco o más años que no llegan a hablar el inglés "muy bien" creció desde el 4,8% del año 1980 hasta el 8,1% del año 2000.
Los dirigentes de las organizaciones hispanas se han mostrado reiteradamente militantes en la promoción de su lengua. Desde la década de 1960, según señalan Jack Citrin y sus colaboradores, "los activistas hispanos han postulado el concepto de derechos lingüísticos entendiéndolos como un derecho constitucional". Han presionado a los organismos gubernamentales y a los tribunales para que éstos interpretaran en las leyes que prohíben la discriminación por motivos de origen nacional una supuesta obligación de educar a los hijos en la lengua de sus padres. La educación bilingüe se ha convertido en educación en lengua española y la demanda de maestros que dominen bien el idioma español ha llevado a California, Nueva York y otros estados a contratar a maestros de España y Puerto Rico. Salvo una excepción (la del caso Lau, que, de todos modos, respondió a un detallado plan previo), los principales casos judiciales sobre derechos lingüísticos tienen apellido español: Gutiérrez, García, Yñiguez, Jurado, Serna, Ríos, Hernández, Negrón, Soberal-Pérez, Castro.
Organizaciones hispanas
Las organizaciones hispanas han desempeñado un papel central a la hora de conseguir que el Congreso autorice programas de mantenimiento cultural dentro de la educación bilingüe. Su resultado ha sido el retraso en la integración posterior de los niños en los cursos anglohablantes convencionales. En Nueva York, según se informó en 1999, "un 90% de los alumnos de programas bilingües en español no lograban pasar a los cursos normales al cabo de tres años, como estipulaban las directrices establecidas". Muchos niños han pasado hasta nueve años en esos cursos, impartidos esencialmente en español. Esto afecta inevitablemente a la velocidad y la medida en que logran un dominio del inglés. La mayoría de inmigrantes hispanohablantes de segunda generación (y posteriores) adquieren un dominio suficiente del inglés para desenvolverse en un entorno anglófono.
Pero, debido a la afluencia continua y considerable de los inmigrantes, los hispanohablantes de Nueva York, Miami, Los Ángeles y otras zonas tienen cada vez mayores posibilidades de llevar una vida normal sin saber inglés. El 65% de los niños matriculados en programas de educación bilingüe en la ciudad de Nueva York lo están en clases impartidas en español y, por tanto, tienen poca necesidad o posibilidad de emplear el inglés en la escuela. Y, al parecer, a diferencia de las madres de Los Ángeles, en Nueva York, según "The New York Times", "los padres hispanohablantes se muestran generalmente más receptivos a que sus hijos estén matriculados en esas clases, mientras que los padres chinos y rusos son más reacios".
Según informaba James Traub, "una persona puede vivir en un entorno exclusivamente hispanohablante en Nueva York. 'Yo trato de decir a los niños que miren al menos la televisión en inglés -comentaba José García-. Pero los niños llegan a casa y hablan en español; ven tele y escuchan música en español; van al médico y el médico habla en español. Vas a la frutería china que hay en esta misma calle y el frutero chino habla español'. Los niños hispanohablantes no tienen por qué salir de su mundo cerrado: Nueva York tiene escuelas que son prácticamente hispanohablantes en su totalidad e, incluso, una escuela universitaria bilingüe. Los estudiantes no se dan cuenta de que su inglés no se corresponde con las demandas del mercado laboral hasta que finalizan sus estudios".
El término "educación bilingüe" ha servido de eufemismo para referirse a la educación infantil en español y a la inmersión de los alumnos en la cultura hispana. Los hijos de pasadas generaciones de inmigrantes, que no tenían tales programas, adquirían un buen dominio del inglés y absorbían la cultura de EE.UU. Los hijos de los inmigrantes no hispanos contemporáneos, por lo general, aprenden inglés y se asimilan a la sociedad estadounidense con mayor rapidez que los de los inmigrantes hispanos. Aun dejando a un lado las controversias acerca de sus efectos sobre el progreso académico de los alumnos, la educación bilingüe ha tenido un impacto claramente negativo en la integración de los estudiantes hispanos en la sociedad estadounidense.
Los líderes y las organizaciones hispanas han propugnado activamente la conveniencia de que todos los estadounidenses dominen tanto el inglés como, al menos, otro idioma (es decir, el español). No hay duda de que es muy defendible que, en un mundo donde las distancias son cada vez más cortas, todos los estadounidenses deberían conocer al menos un idioma extranjero importante -el chino, el japonés, el hindi, el ruso, el árabe, el malayo bahasa, el francés, el alemán, el español-, de manera que pudiesen ser capaces de comprender una cultura foránea y de comunicarse con su gente. Pero otra cosa muy distinta es defender que los estadounidenses deban conocer una lengua no inglesa para comunicarse con sus propios conciudadanos. Eso es, sin embargo, lo que los defensores de la causa hispana tienen en mente. "El inglés no es suficiente -sostiene Osvaldo Soto, presidente de la Spanish American League Against Discrimination (SALAD)-. No queremos una sociedad monolingüe." El English Plus Information Clearing House, formado en 1987 por una alianza de organizaciones hispanas y de otras culturas, defendía que todos los estadounidenses "adquirieran una competencia sobrada en la lengua inglesa y el dominio de una segunda lengua o de diversas lenguas adicionales".
En los llamados programas de lengua dual los estudiantes son instruidos tanto en inglés como en español de forma alterna. Su finalidad es convertir el español en un igual del inglés en la sociedad estadounidense. "La perspectiva de la lengua dual -sostienen dos de sus defensores- permite que los niños anglohablantes aprendan un nuevo idioma al tiempo que los NES aprenden inglés. A medida que aprenden dichos idiomas, aprenden también las dos culturas relacionadas con los mismos. De ese modo, todos los niños adquieren un segundo idioma y afrontan problemas similares. Con ello se minimiza la inferioridad sentida por los miembros del grupo minoritario." En marzo del 2000, en su discurso "Excelencia para todos-Excellence for All", el secretario de Educación Richard Riley dio su apoyo a la educación en lengua dual y predijo que para el año 2050 una cuarta parte de la población de Estados Unidos y una proporción aún mayor de la población juvenil sería hispanohablante.
El avance del bilingüismo cuenta con el favor no sólo de los grupos hispanos, sino también de algunas organizaciones progresistas y de los derechos civiles y líderes religiosos (católicos, sobre todo), que ven en ello un posible aumento de adeptos potenciales, así como de numerosos políticos (tanto republicanos como demócratas) que responden al crecimiento numérico con un paulatino pero continuo ascenso de las tasas de naturalización de inmigrantes hispanos (...).
Empleados bilingües
La orientación hacia los clientes hispanos de las empresas en general les ha generado una necesidad creciente de empleados bilingües. Éste fue un factor crucial en el referéndum de 1980 sobre la oficialidad del inglés en Miami.
Como señala el sociólogo Max Castro: "Probablemente, la consecuencia de la transformación étnica que más resentimiento originó fue el creciente número de puestos de trabajo en Miami para los que se requerían capacidades bilingües. En ese terreno, el bilingüismo tenía consecuencias reales, y no sólo simbólicas, para los habitantes no hispanos de Miami. Pero para muchos también simbolizaba una inversión de las expectativas tradicionales (las que dictaban que eran los recién llegados los que debían adaptarse a la lengua y la cultura dominantes). Peor aún: dotaba a los inmigrantes de una ventaja en el mercado laboral basada en una necesidad creada por su propia presencia".
Algo parecido ocurrió en la pequeña población de Doraville (Georgia). La afluencia de hispanos hizo que el dueño del supermercado local cambiara los productos, los carteles, la publicidad y el idioma del establecimiento. También le obligó a variar su política de contratación de nuevos empleados. Tras aquel cambio, decía, "no íbamos a contratar a nadie a menos que fuera bilingüe". Pero cuando se hizo patente la dificultad de hallar a ese tipo de personas, "decidimos que teníamos que contratar a personas que fueran preferentemente hispanohablantes". El bilingüismo también afecta a los salarios. Los agentes de policía y los bomberos bilingües de ciudades del suroeste como Phoenix y Las Vegas perciben mayores sueldos que los que sólo hablan inglés. En Miami, según un estudio, las familias en las que sólo se hablaba español tenían unos ingresos medios de 18.000 dólares, las familias en las que sólo se hablaba inglés tenían unos ingresos medios de 32.000 dólares y las familias bilingües ganaban un promedio de 50.376 dólares anuales. Por vez primera en la historia estadounidense, aumenta el número de norteamericanos que se ven incapaces de obtener los empleos o la remuneración que obtendrían de otro modo por el simple hecho de que sólo pueden hablar con sus compatriotas en inglés.
En los debates sobre política lingüística, el senador S.I. Hayakawa hizo especial hincapié en la singular oposición al inglés que muestran los hispanos: "¿Por qué no hay filipinos ni coreanos que se opongan a convertir el inglés en idioma oficial? Tampoco se ha opuesto ningún japonés. Y no lo han hecho los vietnamitas, que están más que felices de estar aquí. Aprenden inglés todo lo rápido que pueden y ganan concursos de lectura en todo el país. Pero los hispanos son los únicos que se mantienen en su postura de que existe un problema. Ha habido una movilización considerable destinada a convertir el español en el segundo idioma oficial."
La difusión del español como segunda lengua de EE.UU. puede continuar o no. Si lo hace, podría acabar acarreando consecuencias significativas. En muchos estados, los aspirantes a cargos políticos podrían tener que dominar ambas lenguas. Los candidatos bilingües a la presidencia y a otros cargos nacionales de designación política podrían tener ventaja sobre los hablantes monolingües de inglés. Si la educación en lengua dual, es decir, la enseñanza en inglés y español por igual, se vuelve predominante en las escuelas de primaria y en los institutos de secundaria, los maestros y profesores estarán cada vez más obligados a ser bilingües. Los documentos y formularios gubernamentales podrían acabar siendo publicados de forma rutinaria en ambos idiomas. El uso de las dos lenguas podría ganar aceptación en las sesiones y en los debates del Congreso y en la actividad
gubernamental y administrativa general. Dado que la mayoría de las personas cuyo primer idioma es el español tendrán también, casi con toda seguridad, un elevado dominio del inglés, los anglohablantes que no dominen el español se verán probablemente desfavorecidos a la hora de competir por empleos, ascensos y contratos.
Los presidentes y la lengua
En 1917, Theodore Roosevelt dijo: "No debemos tener más que una bandera. Tampoco debemos tener más que una lengua. Y ésa ha de ser la lengua de la Declaración de Independencia, del discurso de despedida de Washington y de los discursos de Gettysburg y de la segunda investidura de Lincoln". El 14 de junio del 2000, el presidente Clinton declaró: "Espero de verdad que sea el último presidente de la historia de Estados Unidos que no sepa hablar español". El 5 de mayo del 2001, el presidente Bush celebró la fiesta nacional mexicana del Cinco de Mayo inaugurando la práctica de pronunciar su alocución presidencial semanal por radio al pueblo estadounidense en inglés y en español. El 1 de marzo del 2002, los dos candidatos a la nominación demócrata para las elecciones al cargo de gobernador de Texas -Tony Sánchez y Víctor Morales- celebraron un debate público en español. El 4 de septiembre del 2003, se celebró el primer debate entre candidatos demócratas a presidente en inglés y en español. A pesar de la oposición de una gran mayoría de los estadounidenses, el español se está uniendo a la lengua de Washington, Jefferson, Lincoln, los Roosevelt y los Kennedy como idioma de Estados Unidos. Si tal tendencia continúa, la división cultural entre hispanos y "anglos" sustituirá a la división racial entre negros y blancos como la más importante línea de fractura en la sociedad. El Estados Unidos bifurcado entre dos idiomas y dos culturas será fundamentalmente diferente del Estados Unidos de una sola lengua y una sola cultura angloprotestante central que ha existido durante más de tres siglos.