Los brutales acontecimientos de Ruanda han sido calificados por bastantes medios de comunicación como catástrofe humanitaria, cuando es precisamente lo humanitario lo menos catastrófico de aquel horror. De nuevo, atropellados comunicadores mal avenidos con el idioma español, han vuelto a incurrir en desidia profesional agrediendo con ella a lectores y oyentes: son bastantes, más que en otras ocasiones, las personas que me han expresado su escándalo o su ira por tal sandez.
Se ha producido en tales agresores el pueril entusiasmo que desencadena en los niños un juguete nuevo. Porque es evidente -pues ignoran su significado- que desconocían aquel adjetivo, y lo han descubierto con motivo del horror ruandés, por la ayuda humanitaria a que ha dado lugar. Les ha gustado mucho, y han interpretado tal expresión como vagamente alusiva a la humanidad: humanitario sería algo así como 'que tiene que ver con los humanos', representados en este caso por aquel mísero pueblo de Africa. Ignoran de ese modo, cuadrupedalmente, que lo humanitario es lo que «mira o se refiere al bien del género humano», y más esencialmente, lo que se siente ose hace por humanidad, es decir, por «sensibilidad o compasión de las desgracias de nuestros semejantes», según define el Diccionario.
En este último sentido, no es otra cosa que la caridad, desprovisto el vocablo de adherencias cristianas. Su invención, puede suponerse, se produjo en fecha no muy lejana, y según puede suponerse también, la invención es francesa. Se trata de un vocablo vecino de fraternité, palabra ésta ya existente desde antiguo, pero que fue lanzada a una significación rigurosamente laica por la francmasonería, significación que luego privilegiaría la Revolución francesa. No tenía por qué extrañar a los cristianos, dado que era vocablo utilizado en el lenguaje de la espiritualidad religiosa. Los revolucionarios adoptaron el término sin ninguna reserva; y no lo habían tomado necesariamente de los francmasones: Michelet, apóstol de tal sentimiento, escribió acerca de él, en 1817, que era tan antiguo como el hombre, que existía en todo el mundo, y que había sido «étendu, approfondi par le Christianisme». (Más escéptico, Flaubert dirá poco después que «la fraternité est une des plus belles inventions de l'hypocrisie sociale» ). El español, que ya tenía fraterno y no desconocía fraternidad desde bastante antes, la colocó al lado de hermandad y, frecuentemente, frente a ella: era emblema de la modernidad seglar representada por el país vecino, y señal, si no siempre de librepensamiento, sí siempre de pensamiento libre.
En francés no habían cesado las creaciones léxicas dentro del mismo ámbito significativo (aunque, claro es, con matices diversos), y con el mismo deseo de marcar distancias respecto de la caridad. Surgieron así solidarité, a principios del siglo XVIII, incorporada a nuestro idioma como solidaridad a mediados del siglo XIX; y, por entonces también humanitaire y humanitarisme, avencidados en España con toda prontitud.
En Ruanda no se ha producido una crisis humanitaria. La cual habría acontecido si la humanidad –como, por otra parte, hace de ordinario, ahora mismo sin ir muy lejos con motivo de otras catástrofes-, en vez de acudir en ayuda de los desventurados ruandeses, hubiese mirado a otra parte. Lo que allí ha acontecido y acontece es una catástrofe humana. Pero la tentación de alargar los vocablos, distorsionando su significado, atrae a los malhablados como a las moscas un flan.