El bilingüismo es bueno para la salud
Conocer una segunda o tercera lengua no sólo es útil para trabajar o viajar, sino que ayuda a mantener el cerebro en forma. Diversos estudios aseguran que al hablar más idiomas se mejora la capacidad de atención y hasta se dilata la aparición del mal de Alzheimer. Ser políglota, por tanto, significa cuidarse en salud.
Conocer una segunda o tercera lengua no sólo es útil para trabajar o viajar, sino que ayuda a mantener el cerebro en forma. Diversos estudios aseguran que al hablar más idiomas se mejora la capacidad de atención y hasta se atrasa el alzheimer. Ser políglota significa cuidarse en salud.
En el mundo hay más de 6.500 idiomas. Una auténtica torre de Babel. Si bien es imposible para cualquiera hablarlos todos, ampliar nuestros conocimientos lingüísticos es con toda seguridad una opción ganadora.
En un mundo cada vez más globalizado y ávido de comunicación, el saber desenvolverse en una realidad cultural tan heterogénea en distintas lenguas es un valor añadido de gran importancia. El reciente debate sobre incluir el inglés como asignatura obligatoria en las carreras universitarias va precisamente en este sentido. Pero ser políglota no es sólo una cuestión de tener un mejor currículum o de tener más facilidad para hacer amigos repartidos por el planeta. Aprender idiomas es un ejercicio muy saludable para nuestro cerebro. Así apuntan recientes investigaciones.
Científicos del University College de Londres detectaron, tras examinar a 105 personas de las que ochenta eran bilingües, que el conocer un segundo idioma altera en sentido positivo la estructura del cerebro, en concreto el área que procesa información. En particular, mejora la llamada plasticidad cerebral. Un poco como un ejercicio deportivo ayuda a potenciar los músculos. En efecto, el análisis con el escáner ha demostrado que la materia gris situada en la parte inferior de la corteza parietal era más densa entre los que hablaban una segunda lengua, sobre todo entre los que aprendieron el idioma desde pequeños.
El profesor de Psiquiatría de la Universidad de California de Los Ángeles Joaquín Fuster, que habla fluidamente seis idiomas, cree que si se quiere potenciar la memoria, es recomendable abandonar el cómodo monolingüismo ya que "con un segundo idioma se mejoran todas las funciones cognitivas, la atención, la percepción, la memoria, la inteligencia y el lenguaje". ¿Le parece excesivo?
En realidad, conocer idiomas supone una gimnasia cerebral muy completa. "Requiere la participación de muchas regiones del cerebro. Están implicadas las áreas clásicas del lenguaje, como la corteza izquierda temporal media, la corteza inferior frontal, así como un conjunto de regiones tradicionalmente asociadas al control cognitivo frontales y subcorticales", explica Antoni Rodríguez Fornells, profesor de la Universidad de Barcelona e investigador de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (Icrea).
Al ponerse en marcha gran parte de la maquinaria cerebral, se producen, de forma indirecta, efectos muy positivos en otras áreas. Así, "los niños bilingües destacan por tener una mejor capacidad de selección de las respuestas, una mayor habilidad para llevar a cabo tareas simultáneas, gracias a que consiguen evitar interferencias y controlar el comportamiento", dice Rodríguez Fornells. Albert Costa, profesor universitario y miembro del grupo de Neurociencia Cognitiva del Parc Científic de Barcelona, recuerda que "las personas que hablan dos lenguas tienen una mayor facilidad para focalizar su atención en aquello que consideran importante y prescindir de las informaciones que puedan interferir".
Sin embargo, hay que introducir algunos matices. Uno es el número de idiomas. Conocer diez lenguas no nos convertiría en genios de forma automática. Es más, con dos bastaría. La psicóloga Ellen Bialystok de la Universidad de York, en Canadá, reconoce que al hablar un idioma extranjero "se registra una mejor calidad de la atención para problemas complejos. Es como si pudiéramos concentrarnos mejor conduciendo en la carretera, evitando estar pendientes de otras informaciones que nos distraen". Sin embargo- apunta-, no hace falta convertirse en políglota para que nuestro cerebro mejore la plasticidad. "A partir del segundo idioma que se aprende, no se registran ulteriores beneficios en el cerebro".
La otra gran incógnita es la edad. Las investigaciones científicas no coinciden todas en este punto. Bialystok defiende que los idiomas sientan bien, tanto a los adultos como a los niños. Y eso porque el hecho de hablar dos lenguas "ayuda a equilibrar el envejecimiento del sistema nervioso". En particular, las investigaciones de Bialystok apuntan que en edad avanzada el aprendizaje de un idioma sería incluso muy provechoso y que la aparición del alzheimer "podría retrasarse hasta cuatro años".
Otra línea científica sostiene, en cambio, que si uno está familiarizado desde pequeño con una lengua extranjera tendrá mayores beneficios en su cerebro que un adulto que decida al cabo de unos años matricularse en un cursillo de idiomas. Andrea Mechelli, del University College de Londres, afirma que "quienes asimilan un idioma después de los 35 años sufrirían alteraciones positivas en el cerebro (respecto a un monolingüe), pero no de forma tan pronunciada como los que lo hacen de forma temprana". Se confirmaría pues el tópico de que un niño de tres años puede expresarse en portugués, francés o inglés, mientras que un cuarentón con años de estudios a menudo tan sólo consigue preguntar dónde está la parada de taxis.
¿Por qué cuesta tanto a los adultos aprender otro idioma? Paul Iverson, del Centro para la Comunicación Humana de Londres, asegura que la explicación reside en la experiencia de la lengua nativa, que «deforma la percepción y enseña a ignorar determinados sonidos». Un estudio publicado en la revista Nature hace unos años formulaba otra hipótesis: los adultos que aprenden un segundo idioma tendrían zonas separadas en el cerebro, en la llamada área de Broca, dedicadas a cada lenguaje. En cambio, los niños bilingües activarían la misma zona del cerebro, independientemente del idioma elegido.
Esta diferencia demostraría que con el paso de los años a las estructuras cerebrales les cuesta más acomodar más de un idioma. Éstas se hacen más rígidas e inmodificables, por lo que en la cabeza de una persona adulta debe establecerse otra estructura diferente para permitir el aprendizaje. En cambio, los bilingües, al usar la misma área cerebral, no se equivocarían porque en el núcleo caudado izquierdo, una zona del cerebro, se activaría como un interruptor, encendiendo el idioma adecuado en cada momento y apagando el otro.
No obstante, por mucho esfuerzo que se ponga en libros y manuales, la predisposición genética también influye. Un equipo de la Universidad de Northwestern de Chicago dirigido por Patrick Wong ha comprobado que la circunvolución de Heschl, una estructura cerebral que apenas supone el 0,2% del volumen total del cerebro, se relaciona con las habilidades lingüísticas y en particular con el reconocimiento de los sonidos primarios. Dicha estructura, que se encuentra a ambos lados del cerebro, tiene un tamaño que varía según las personas. Cuanto más grande, más talento. "Podría predecir la capacidad para aprender otra lengua", aseguran los investigadores.
Por ello, tampoco es positivo que los padres insistan para que el niño se convierta en políglota. Puede que las lenguas no le entren por ningún lado, debido a sus características cerebrales o incluso a las situaciones familiares. "Hay que tener presente el contexto emocional. No se puede forzar a un niño a aprender un idioma", advierte Fuster. De hecho, uno de los problemas más frecuentes es que los más pequeños acaben rechazando o confundiendo las distintas lenguas. De todas formas, hay que recordar que el bilingüismo (o trilingüismo o lo que fuera) tiene un coste, que es de tipo temporal. Una investigación llevada a cabo por Albert Costa asegura de que hay un pequeño retraso, de milésimas de segundos, en llevar a cabo determinadas actividades como por ejemplo hacer dibujos (hasta un 10% más lento que un monolingüe). Y en los niños, por supuesto, puede producirse un retraso en el habla.
Eso sí, se trata de un coste asumible con relación a los beneficios que se producen. Laura-Ann Petitto, del departamento de Psicología y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Darmouth en Estados Unidos, sostiene que «no se debería temer en los niños la contaminación entre lenguas, por el temprano acercamiento al bilingüismo». Sus hallazgos indican, en cambio, que cuanto antes se empiece, mejor: «Un acercamiento tardío a un segundo idioma restringe el aprendizaje y puede provocar que los niños no lleguen nunca a dominarlo completamente». Antoni Rodríguez Fornells afirma que los niños tienen hasta los nueve meses la posibilidad de aprender cualquier posible sonoridad o contraste fonológico, una capacidad que luego se pierde. Así, no habría que tardar si se quiere que los pequeños asimilen el nuevo idioma.
Y en cuanto a los adultos, nunca es demasiado tarde… salvo para los políticos. Adolfo Suárez, por ejemplo, nunca consiguió dominar un idioma extranjero. Y Leopoldo Calvo Sotelo nunca consiguió aprender inglés. Eso sí, lo entendía. Y corregía a su interprete cuando, en su opinión, se equivocaba. En castellano, claro.