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El gerundio en las traducciones del inglés

El idioma español en la
guerra de Irak

Victoriano Colodrón

E mpiezo estas líneas pensando en José Gutiérrez, el joven guatemalteco de 22 años muerto en Um Qasar, una de las primeras víctimas mortales del ejército invasor. "Hasta la desgracia se cansa", escribió Séneca, pero hay vidas, hay historias que parecen empeñadas en desmentirlo. Huérfano, José Gutiérrez fue un "niño de la calle" de la ciudad de Guatemala, hasta que a los nueve años lo acogió una institución benéfica. En 1997 entró clandestino en Estados Unidos. Ahora ya tiene la nacionalidad estadounidense que tanto anheló, concedida a título póstumo como distinción honorífica.

 

No es el único caso. De los 320.000 soldados que han participado en la ocupación del país, unos 60.000 son latinoamericanos o de ascendencia hispana, muchos de ellos sin la condición oficial de ciudadanos de EE.UU. Se alistan precisamente porque les prometen la nacionalidad, y también costearles los estudios universitarios. Los hispanos representan ya el 9% en las fuerzas armadas de EE.UU., en las que ocupan los puestos de menor graduación. Así ha sido en Irak, donde su presencia en la primera línea de combate ha superado con mucho, proporcionalmente, a la que han tenido en los niveles de mando. De ahí el mayor riesgo que corren de caer heridos o muertos. Carlos Montes, portavoz de "Latinos against the War in Iraq", denunció hace unas semanas que el ejército realiza campañas de reclutamiento con falsas promesas entre los chicos de los barrios humildes de Los Ángeles, y que luego los utiliza como "carne de cañón".

Mientras la población hispana de Estados Unidos ha sido la más reticente del país a apoyar la guerra, en España algunos han sostenido que había que estar con Bush para ganar influencia en esa minoría, que cada vez tiene más capacidad de compra y mayor peso político. Pero muchos de los latinos estadounidenses andan empeñados en otra lucha: "La única guerra que estamos librando aquí es la guerra contra el hambre", dijo hace poco una tal Guadalupe Gómez, de 72 años, en un barrio pobre de Los Ángeles que precisó: "La llamamos la guerra por el frijol". Y es que, como bien revelaba su conciudadana Teresa Franco, "el dinero que se están gastando en la guerra, se lo están quitando a nuestra economía, nuestra sanidad y nuestros colegios".

¿Lengua de la paz, la española? Por lo pronto, a Irak ha llegado de la mano de un ejército. No creo que nunca antes haya habido en ese país tantos hispanohablantes, aunque por desgracia van armados. Quién se lo iba a decir, años atrás, a los cada vez más iraquíes interesados en aprender nuestra lengua, y que a duras penas podían satisfacer su deseo. Quién se lo iba a decir a Hikmet Alawi, director del departamento de español de la Universidad de Bagdad, quien hace unos meses se lamentaba de las dificultades que tienen los hispanistas de Irak para mantenerse en contacto con este idioma, y declaraba: "Nos faltan oportunidades para hablar con personas cuya lengua materna sea el español".

Al parecer, el departamento universitario que dirige Alawi –se dice que el mayor de español en Oriente Medio, con sus 1.200 alumnos- recibe cada año más de seiscientas solicitudes de matriculación, de las que sólo puede aceptar unas ochenta. Los medios son muy escasos, y por eso la ONG española Solidarios para el Desarrollo donó a la Universidad de Bagdad el pasado mes de octubre una colección de 1.500 libros. Fueron recibidos con entusiasmo, como "maná del cielo" para hacer frente a la precariedad con la que allí se enseña esta lengua. Por cierto, que los hispanistas locales consideraban injusto que hubiera un Instituto Cervantes en Jordania y faltara en su país.

Me pregunto cómo será el encuentro entre un joven bagdadí estudiante de español en la Universidad y uno de los soldados latinoamericanos o de ascendencia hispana del ejército imperial. El primero, tal vez ávido de palabras, noticias, contactos, y puede que extrañado por esa rara oportunidad de practicar la lengua aprendida; y el segundo, quizá en vías de perderla, como el soldado Armando Medina, hijo de madrileña y mexicano: "Como me paso casi todo el tiempo con mis compañeros, voy olvidando el español".