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El quechua, una lengua ágrafa

Escribir el quechua

 

El material del que están conformadas las lenguas es el sonido; algunas de ellas llegan a tener escritura, pero esta condición no es imprescindible para que una lengua sea tal. Muchas lenguas muy usadas en el pasado fueron ágrafas y cumplieron perfectamente su cometido de servir para que sus hablantes se comunicasen. Es el caso de la mayoría de las lenguas indoamericanas, que han tenido un carácter predominantemente oral, pues sólo unos pocos pueblos (aztecas, mixtecos, mayas) habían creado un sistema de escritura (básicamente pictográfica), el cual, luego de la conquista española y la consiguiente transculturación, cayó en desuso. Y es el caso también del quechua, hablado en el extenso territorio que ocupaba el imperio incaico y sus proximidades, y considerado lengua ágrafa (no vamos a detenernos aquí a presentar las distintas posturas acerca de si los quipus eran escritura o no).

¿Cuándo comienza a escribirse el quechua? Con la llegada de los españoles, especialmente con los sacerdotes que tenían a su cargo la tarea de la evangelización, y debían estudiar las lenguas de los aborígenes para comunicarse con ellos. Antes de que haya intérpretes españoles de la lengua oral, hicieron ya su aparición los traductores de textos religiosos, como Juan de Betanzos, quien indica en su Prólogo a la Suma y narraçion, redactada antes de 1551, que ha pasado varios años dedicado al trabajo de traducción de textos religiosos, o el padre Domingo de Santo Tomás, quien, con el fin de llegar a los indígenas en sus propias lenguas, estudió la lengua quechua y elaboró una gramática de esta lengua, publicada en 1560 con el título de Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú llamado quechua.

En el Concilio de Lima en 1583, se encomendó la traducción al aymara y quechua (en su variedad cuzqueña) del catecismo y sus complementarios pastorales a un equipo de peritos en esos idiomas. De esta manera, ambas lenguas adquieren categoría literaria y son sometidas a la escritura alfabética española (en realidad, el español emplea el alfabeto latino, no uno propio) y al paradigma gramatical latino.

Si entendemos que el quechua es uno solo - con sus lógicas variantes dialectales - en la amplísima geografía donde se lo habla -desde el Ecuador hasta Cuyo en la Argentina- debemos decir que aún hoy, a casi cinco siglos de aquellos Concilios, no tiene un alfabeto único. La normalización alfabética resulta todavía el principal problema para que la lengua quechua deje de ágrafa.

Lingüistas profesionales de diversos lugares del mundo (Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, México, Estados Unidos, España, Francia, Holanda ... ) se han abocado a su estudio y al de otros idiomas amerindios, y para ello emplean el alfabeto fonético internacional, con el que se puede representar cualquier lengua con exactitud. Pero resulta muy complicado y para especialistas.

¿Cómo debería ser un alfabeto para el quechua? Como el de cualquier otro idioma, deberá ser lingüísticamente consistente, y por lo tanto responder al principio fonémico. En efecto, resulta una ley fundamental, un principio absolutamente universal de los idiomas humanos, que todos sus sistemas de sonido funcionan de acuerdo con reglas de sonido, esto es reglas fonémicas. Y en lo que respecta a la ortografía, a este principio le corresponde el principio fundamental para la escritura de cualquier idioma del mundo: que la escritura es fonémica, y nunca fonética.

Trataremos de explicar las diferencias entre un alfabeto fonético y uno fonémico. Un alfabeto fonético precisa una letra para cada sonido. Es el caso del ya señalado alfabeto fonético internacional En un alfabeto fonémico, en cambio, las cosas se simplifican, y se pueden representar con un mismo signo sonidos (alófonos) que no sean contrastantes y significativos: Cada sonido estructuralmente contrastante y significativo ( fonema) de la lengua debe estar representado por un signo único: y a cada signo debe corresponder un solo fonema. Pongamos un solo ejemplo, ya que por su complejidad necesitaría más de un artículo como éste para explicarlo (y al lector que no es especialista no le interesa, pues no necesita conocerlo para ser usuario competente de su lengua). En el ya señalado alfabeto fonético internacional, hay dos signos diferentes para cada realización sonora (alófonos) de lo que en castellano se escribe con un solo signo en la palabra , que se registran fonéticamente [deDo] (Aquí solicito, al lector que me siga, hacer un esfuerzo mental para darse cuenta de la pequeña diferencia que hay entre la pronunciación de la primera y la segunda de en su habla diaria).. Pero para ninguna palabra en castellano la sola diferencia entre los sonidos [d] y [D] es suficiente para distinguir palabras, como sí lo sería la diferencia entre [deDo] y [daDo] . Por esta razón, en nuestro idioma existe una sola letra para escribir todas las realizaciones de la ( aún en con sus pronunciaciones alternativas, a veces [sEd] y las más de las veces [sET]). En cambio en inglés, esta diferencia entre [d] y [D] - la primera más fuerte u oclusiva y segunda más suave o fricativa - necesita dos letras porque se trata de pares mínimos, es decir, que distingan palabras por su sola presencia. Así, tenemos el caso de [dei], representación fonética de = día y [Dei], para = ellos/ellas. Igualmente [sEd], < said > = dijo, que resulta distinto de [sET], < saith > = dice (pasado/ presente).

Hay muchísimas diferencias muy pequeñas entre los sonidos en cada idioma, pero todos representan en su escritura únicamente aquellas diferencias que son distintivas - es decir, fonémicas - las que los hablantes nativos monolingües oyen como un sonido único en su idioma. Nunca se representa diferencias de sonido que no son distintivas (es decir, puramente fonéticas, o 'alofónicas'). Las variantes dialectales, así como las históricas, complican la cuestión de la escritura única. Así, en idiomas tan normalizados como el castellano o el inglés ( que además tienen el sostén de la escritura, las academias de la lengua, y los medios de comunicación social), se hace imposible evitar importantes variaciones dialectales. Palabras como lluvia o mosca se pronuncian de maneras marcadamente distintas cada región. No solo la pronunciación, sino también el acento, tono, melodía, gramática, préstamos, varían en cada región. Sin embargo, y con el fin de facilitar la comunicación interdialectal, existe un acuerdo práctico de escribir cada idioma de una única manera.

Pretender emplear un alfabeto distinto para una variedad dialectal - como sería el quechua hablado en Santiago del Estero - y cerrarse a la posibilidad de normalizar la lengua única, por más apasionada defensa de las características regionales que se haga, es muestra de un criterio tan cerrado como querer imponer un metro de 90 cm porque somos pobres o una hora de 110 minutos porque dormimos la siesta, o por el calor debemos movernos más lentamente.

Pero no basta con que un alfabeto sea lingüísticamente consistente, sino que también deberá ser sociológicamente aceptable. Y entonces el mejor alfabeto será aquel que mejor se adapta a las posibilidades, necesidades y expectativas de comunicación de sus usuarios. Así, por un lado, se preferirá un alfabeto que contenga signos que puedan registrarse con los teclados usuales de máquinas de escribir o computadoras.

Tampoco por un cerrado etnocentrismo se podrá obviar la realidad de la fuerte influencia castellanizante. La gran mayoría de los hablantes del quechua (en Santiago del Estero podríamos decir que todos) son bilingües, y los que saben leer y escribir, lo han aprendido en castellano. Para ellos, y mientras no se les pruebe convincentemente lo contrario, aprender un alfabeto muy distinto del castellano no es una necesidad sentida.

También por criterios pedagógicos deberíamos tener en cuenta lo anterior, y la necesidad de simplicidad. Así, deberán reducirse los signos diacríticos (acentos, tildes, etc.) a sólo lo estrictamente indispensable -lo que resulte distintivo- por ser lo que más fácilmente elimina el usuario. De esta manera, en el quechua talvez debería emplearse el acento ortográfico sólo para los muy limitados casos de agudas.

*Buscar un consenso*

Xavier Albó, reconocido antropólogo y lingüista jesuita, explica que lograr el consenso en la escritura del quechua resulta tan difícil porque rara vez se combinan los criterios lingüísticos, sociales y pedagógicos. Se piensa solo en uno de ellos o en ninguno, y muchas veces solo interesa no cambiar la rutina adquirida. De esta manera, sostiene, el alfabeto se convierte en un casus belli, lleno de cargas efectivas, a los que algunos se aferrarán porque lo han inventado ellos o su grupo de referencia; otros porque ya han leído mucho en él; otros porque existe uno u otro decreto oficial... Pero pocos se sentarán serenamente, y sin posiciones previamente tomadas, para ver con todo detalle el peso de cada pro y cada contra.

La tarea de los lingüistas en la normalización de una lengua es la de divulgar el conocimiento científico, poner a disposición de los demás todo el saber que han acumulado, pero sin condicionamientos de ninguna naturaleza. Opinar es un deber esencial de los que han recibido una formación profesional en las diversas disciplinas científicas que convergen sobre esta problemática y se sienten comprometidos con ella. Opinar, explicar, aclarar, acompañar el proceso de normalización, pero nunca, jamás, en la intención de ningún científico, está la voluntad de imponer su criterio ni arrogarse el derecho de hablar en nombre de la comunidad o tomar decisiones que son privativas de los hablantes. Porque resulta imprescindible dejar bien claro que solo los hablantes del quechua tienen el derecho exclusivo -y más aún: la obligación- de decidir los destinos de su propia lengua.

La normalización lingüística del quechua, proceso de por sí ya muy complejo, que incluye la estandarización de la escritura, no se logrará mientras algunos personajes carentes de formación lingüística - y obviando la participación de la comunidad- se aferren con uñas y dientes a un alfabeto particular sin permitir un estudio serio del tema.

Llegar a un acuerdo beneficiará a la lengua y la cultura, y para conseguirlo, vale la pena dejar de lado emociones y personalismos.