ominoso
Actualmente aplicamos este adjetivo ominoso a todo aquello ‘que es detestable y merece ser condenado y aborrecido’, como en “una guerra ominosa”, “una afrenta ominosa”.
La palabra nos llegó al español a partir del latín ominosus ‘de mal agüero, que presagia mala suerte’. En esa lengua, se formó como derivado de omen, ominis, que significaba ‘agüero, presagio’ y también ‘compromiso asumido ante los dioses’.
La acción de ‘presagiar’ se llamaba entre los latinos ominatio y a quienes formulaban tales presagios se los llamaba ominator.
Melius ominare, expresó Cicerón para alentar a alguien: “ten mejores esperanzas para el futuro”.
En la primera edición del diccionario académico, figura con el significado ‘azaroso, con agüero y pavor’. La denotación ‘detestable o condenable. Pero a fines del siglo XVIII aparece con el significado de ‘molesto o desagradable’, como en este fragmento de J. B. Arriaza (Corde): ¡ó Dios! esa ominosa niebla, velo de error que nuestra mente empaña.
Será solo en los albores del siglo XX que adquiere su significado actual, en la pluma de Pérez Galdós, Los Ayacuchos (1900):
(...) coyuntura feliz para que la misma Nación a su gusto la moldeara, sin maléficos influjos de otros principillos ni de palaciegos del ominoso régimen.