mago
Originalmente, para los persas, magi era el sacerdote que se encargaba de las prácticas religiosas y funerarias. Después de la conversión de este grupo al zoroastrismo fueron considerados guardianes del legado de Zaratustra, e incluyeron en su religión algunos temas tomados de Babilonia, como la astrología, la demonología y la magia.
La palabra persa fue tomada por el griego μάγος (magos) y luego pasó al latín magus ‘mago, hechicero’, atestiguado por primera vez en nuestra lengua, en referencia a los Reyes Magos, en los poemas de mester de clerecía de Gonzalo de Berceo, cuyas obras se produjeron entre 1230 y 1250.
En Alonso de Palencia (1470) se atestigua mágico, del latín magicus y este del griego μαγικóσ (magikós). En leonés y en gallego-portugués se derivó meigo, con el significado de 'brujo, encantador, hechicero'. En el portugués actual, meigo significa ‘gentil, tierno, cariñoso, afable’.
En nuestros días, el vocablo se utiliza para denominar a los ilusionistas y prestidigitadores, que simulan poseer poderes mágicos con el fin de divertir al público.