gineceo
En la Grecia de la época clásica, parte de la casa reservada a las mujeres, donde los hombres no podían entrar. En sentido irónico, refiere coloquialmente a un lugar donde solo hay mujeres. Sin embargo, algunos autores modernos, como los españoles Terenci Moix o Manuel Longares, entre otros, han usado esta palabra con el significado de ‘harén’. Veamos este ejemplo del primero, en su novela No digas que no fue un sueño (Planeta, 1993):
De modo que se buscó un nombre adecuado y protocolario ―Tolomeo Filadelfo, como el segundo rey de la dinastía― y fue a parar junto a sus hermanos pequeños a un rincón del gineceo real.
Longares, por su parte, en La novela del corsé (Mondadori, 1988), narra:
Dueño de un voluptuoso gineceo servicial a su insinuación, graduaba su versátil apetito, interesado y suspicaz como un prestamista judío, entre el selecto y plural repertorio de sus favoritas.
La botánica, a su vez, tomó este vocablo para dar un nuevo nombre al pistilo, que es la parte femenina de las flores en las plantas angiospermas.
La palabra llegó por vía culta a nuestra lengua, inicialmente solo con su significado botánico, formada a partir del latín clásico gynaecēum, formado, sobre la base del griego γυναικεῖον (gynaikeîon), derivado de γυνή, γυναικός (gyné gynaikós) ‘mujer’.