
En muchos países, la generación y distribución de energía eléctrica constituyen un monopolio del Estado
monopolio
A lo largo de la historia humana se han verificado situaciones de monopolio o de oligopolio desde la más remota Antigüedad, desde los emperadores chinos de la dinastía Han, que se valían de esta forma de producción para estimular industrias clave, hasta los gremios artesanales de la Edad Media, que establecían acuerdos para controlar los precios y el volumen de la producción.
Sin embargo, los grandes monopolios modernos surgieron a fines del siglo xix. Son fruto de una concentración sin precedentes de capitales, los cuales permiten la aparición de empresas tan poderosas que logran eliminar a todos sus competidores y así fijan sus precios en forma arbitraria, sin la regulación natural propiciada por la libre concurrencia.
La palabra monopolio está formada por dos voces griegas: μονο- (mono-), un elemento compositivo que significa ‘uno, único’, y πωλεῖν (pōleîn), que se traduce como presente de indicativo de ‘vender, comerciar, negociar, traficar’, de manera que, etimológicamente, se refiere a la venta de una mercancía por parte de un único fabricante o vendedor.
En el mundo real es más frecuente la venta de productos elaborados por un pequeño número de fabricantes, lo que, en rigor, se denomina oligopolio, palabra formada por el vocablo όλιγο- (oligo-) ‘pocos’ y el ya mencionado pōleîn. Sin embargo, la denominación monopolio se usa con frecuencia también para estos casos.
En algunos países, es el Estado que decide que determinadas actividades, el petróleo, las telecomunicaciones, por ejemplo, deben constituir monopolios estatales. En España se estableció el monopolio (llamado estanco) del tabaco, desde su producción en Cuba, hasta su elaboración en Sevilla y su distribución en todo el imperio.