
Jugador pifia el balón y facilita un gol del equipo adversario
pifiar
Dar, por error, un golpe de refilón en el billar y, por extensión, cometer cualquier error por descuido o torpeza. En este fragmento de Alejandro Dolina, en su novela El ángel gris (1993), vemos un ejemplo de pifia en el fútbol:
Le salió un tiro miserable, mordido, pifiado y la pelota pasó a tres metros del arco.
O este otro, del uruguayo Eduardo Galeano:
Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna.
Corominas (1980) vincula esta palabra con pipa, cuyo sentido primitivo en nuestra lengua habría sido, hacia 1500, el de una pequeña flauta hecha con caña de centeno, y lo relaciona con el latín pīpare ‘piar de los pájaros’. Según este autor, “sería una comparación muy natural del sonido de la flauta con el pío de las aves”. El vocablo latino habría sido tomado por varias lenguas europeas, entre ellas, el alto alemán antiguo pfîfen, hoy pfeifen ‘silbar’, que el Diccionario de la lengua española menciona como étimo de pifiar. En efecto, de este verbo surge en castellano la antigua voz pifar ‘picar el caballo’ y pifiar ‘hacer que se oiga demasiado el soplo de la flauta, y luego, ‘burlarse de alguien’, de donde, más tarde, ‘hacer una pifia en el billar o en los trucos’, significado que llevó a ‘fallar en cualquier cosa’.