Ferdinand de Saussure y el cambio lingüístico
El signo lingüístico es arbitrario
Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística moderna, nació en 1857 en Ginebra, en una familia de hombres y mujeres de ciencia. Desde muy joven aprendió varios idiomas, además de su francés materno: inglés, alemán, griego y latín. Se graduó en Ciencias Naturales en la Universidad de Ginebra, pero desde niño lo fascinaron los misterios del lenguaje humano, de modo que hizo un doctorado en filología en la Universidad de Leipzig, grado que obtuvo en 1881. Su tesis doctoral se tituló “Sobre el empleo del genitivo absoluto en sánscrito”, que le valió el reconocimiento como lingüista eminente, merced a lo cual fue nombrado profesor de Gramática Comparada de la Escuela de Estudios Superiores de París.
Tras impartir varios cursos en la capital francesa, volvió a su tierra natal, donde fue profesor de sánscrito y de la aún joven lingüística histórica.
Descubrió que las ciencias humanas ―como las del lenguaje― no pueden ser tratadas independientemente de las convenciones sociales y las interacciones entre los individuos.
Desarrolló su teoría del signo lingüístico, que describió como la combinación armónica de dos elementos: el significante (en el lenguaje común, la palabra y las locuciones cristalizadeas) y el significado (el objeto al que refiere el significante). Este signo es arbitrario, es decir, no hay ningua razón para que un perro se llame “perro”; podría tener cualquier otro nombre sin que esto afectase el sistema lingüístico; se llama así simplemente porque así lo hemos recibido de generaciones anteriores los hablantes español.
Según el pensamiento del lingüista ginebrino, los seres humanos tienden a organizar su concepción del mundo en sistemas mediante los que transmiten significados, el más importante de los cuales es el lenguaje.
Su obra principal es el Curso de Lingüística General, que no fue escrito por él sino por sus alumnos con base en la recopilación de los apuntes de sus clases, donde se plantea por primera vez que el objeto de estudio de esta ciencia es el lenguaje humano en todas sus manifestaciones.
Las dicotomías de Saussure
La primera dicotomía que presenta es la afirmación de que el lenguaje se puede dividir en dos partes: la lengua y el habla. La lengua, según su teoría, es un sistema abstracto, compuesto de signos e independiente de la voluntad de los hablantes. El habla es la realización concreta de la lengua, compuesta por los actos de habla de las personas, que la emplean para comunicarse entre sí.
Otra dicotomía saussureana se refiere a la forma de aproximarnos a ella desde el punto de vista de la temporalidad. El lingüista puede estudiar su objeto, el sistema lingüístico, desde el punto de vista de un momento dado, en su sincronía en una época determinada, o bien en su diacronía, mirando su historia, en cambio permanente a lo largo de los siglos.
Otra dicotomía importante identificada por el lingüista ginebrino es la ya mencionada del significante/significado. El signo lingüístico, que generalmente identificamos como “palabra”, es una unidad que tiene dos aspectos: el significante es una representación fónica que representa algo, como cuando decimos “mesa”. El significado en cambio, es la la representación mental que tenemos sobre un tablero, generalmente de madera o metal, sostenido por varias patas, que sirve para poner cosas sobre él, para comer, para escribir, etc.
Permanencia y cambio lingüístico
La cuarta gran dicotomía que Saussure estudia es la de la contradicción entre dos propiedades contradictorias del lenguaje: su mutabilidad y su inmutabilidad. La primera se refiere a la lengua a lo largo del tiempo (diacronía), y la segunda, a un momento dado.
Cada uno de los hablantes carece del poder de elegir el significante ni el significado; este le es impuesto; le viene dado por una generación anterior, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, de tal modo que ningún hablante ni el conjunto de la comunidad lingüística pueden cambiarlo por un acto de voluntad.
Esto tiene que ver con otra propiedad del signo lingüístico: la ya mencionada arbitrariedad.
Otro elemento de inmutabilidad es la gran cantidad de signos que constituyen un sistema lingüístico: con las tres o cuatro docenas de fonemas que un ser humano puede emitir, se compone un número prácticamente ilimitado de signos, que no podemos cambiar so pena de no entendernos los unos con los otros.
Pero el sistema lingüístico no está constituido solo por signos, sino también por la forma en que estos se combinan entre sí: la sintaxis; la lengua constituye, pues un todo articulado y extremadamente complejo, de cuyos matices y sinuosidades los propios hablantes tienen muy poca conciencia, aunque los usen con naturalidad.
El elemento que Saussure considera más importante en la inmutabilidad es la inercia social, como elemento de resistencia a todo cambio colectivo. La lengua no es un código o una ley que se pueda cambiar mediante una acción de la autoridad. La usamos todos, de la manera que la hemos recibido, “forma cuerpo con la masa social, y `por ser esta naturalmente inerte aparece ante todo como un factor de conservación”.
El otro elemento de esta contradicción es la mutabilidad, que hace posible el cambio lingüístico, y que opera a lo largo del tiempo; los signos sufren alteraciones, tanto en su forma fónica como en el objeto o la acción que denotan. Saussure llama a esto un “desplazamiento de la relación entre el significado y el significante”.
Veamos la palabra latina nimium, que significaba ‘abundante, excesivo, muy numeroso, significado con el cual pasó al español nimio. Sin embargo, ya en el siglo XVII, el ensayista Gracián lo usaba con el significado de ‘pequeño, escaso, menudo’. La relación entre el significante y el significado se había desplazado considerablemente.
Como consecuencia de la arbitrariedad del signo, una lengua es impotente para defenderse del desplazamiento de la relación entre el significante y el significado. Por la misma razón, no hay nada que impida relacionar una idea cualquiera con una secuencia fonética determinada.
De esta forma el tiempo, medido en décadas o en siglos, tiene el poder de alterar la relación existente entre la lengua, considerada en abstracto, y la el conjunto de los hablantes, sometido a que está sometida. En estas condiciones, la continuidad de la lengua implica necesariamente alteraciones en la relación entre el significado y el significante. Estas alteraciones son casi imperceptibles en el curso de una vida humana ―por eso hablamos de inmutabilidad― pero, acumuladas a lo largo del tiempo, propician lo que llamamos cambio lingüístico, un fenómeno fundamental en la evolución de todas las lenguas en todos los tiempos.