Homo emoticus: las personas con más destreza lingüística pueden controlar mejor sus emociones
Si Pandora liberó todos los males del mundo cuando abrió la famosa y mítica caja, alguien –de naturaleza humana– encerró hace dos siglos todos los sentimientos dentro de categorías artificiales. Desde entonces, aunque no lo hayamos advertido, entendemos de modo diferente nuestra esencia y nuestra conducta. Comprendemos qué significa la ira de Aquiles, el orgullo de Agamenón, el honor del rey Lear, pero estos sentimientos hoy son muy diferentes a aquellos que conocían Homero o Shakespeare cuando escribieron sus textos.
Richard Firth-Godbehere (Sheffield, 1976) publicó Homo Emoticus. La historia a través de las emociones (Salamandra) donde busca entender de qué modo las personas concebían sus sentimientos en el pasado. Al respecto, el profesor británico se presentó en el Hay Festival Segovia, donde dialogó con LA NACION.
Firth-Godbehere es claro: no debemos confundir los sentimientos con las emociones porque, si bien es cierto que los sentimientos comparten un origen evolutivo común en todos humanos, las emociones dependen del contexto cultural. Firth-Godbehere cita y valora el término “trabajo emocional”, acuñado por la socióloga Arlie Hochschild: “Inducir o reprimir sentimientos a fin de mantener la compostura externa que suscita el estado mental apropiado en los demás”. De este modo nos comportamos en sociedad. Pero si, estamos constantemente actuando en función a las convenciones sociales, ¿cuán auténticos somos a la hora de expresar nuestras emociones? “Aprendemos a disfrazar nuestros sentimientos.
Siempre el modo de expresar nuestras emociones depende del contexto en el que nos encontremos, si estamos en una reunión con nuestro jefe o si estamos con nuestros amigos, por ejemplo. Las emociones existen dentro un espectro y varían de persona a persona”.
Platón, Aristóteles, la antigua India, la China milenaria, el budismo, el Corán, San Pablo, Santo Tomás de Aquino, Hobbes, Locke, culturas africanas, Sigmund Freud y pensadores más recientes ayudan a construir este viaje a través de las emociones. En este ensayo la historia de la filosofía se combina con la neurociencia y la literatura, y también se refiere a la política. ¿De qué modo está esta práctica unida a la emoción? “La política es un juego de emociones: intentar controlar a la mayor cantidad de personas a través de ellas. La manera más cómoda es el autoritarismo. «Ellos tienen toda la culpa, denme a mí el poder», dicen los líderes. Lamentablemente es algo bastante popular en este momento”, señala y menciona el caso del Brexit y el gobierno del ex presidente Donald Trump.
Las emociones no son universales, sino que varían de una cultura a otra. Firth-Godbehere señala que la ira, por ejemplo, podríamos pensarla como bronca, rabia o furia, aunque estos términos no sean exactamente lo mismo. Pero, si bien contamos en el presente con algunos sinónimos o términos con proximidad en su definición, los griegos tenían una variedad mucho más amplia de expresiones. ¿Nos hemos vuelto más simples como especie? El historiador de las emociones no considera que esta pregunta tenga una respuesta afirmativa: “El tiempo cambia, cambia la cultura y cambia el lenguaje. De este modo, etiquetamos a las cosas de modo diferente. Aquellos que poseen una mejor destreza lingüística, es decir, cuanto más amplio sea su vocabulario, mejor pueden controlar sus emociones, y usarlas mejor”, dice el historiador, quien considera a las expresiones faciales como una ínfima parte del torrente expresivo que una emoción ofrece.
Hay algunos estados que se encuentran cerca de las emociones, pero que no son tales, como la depresión: “Es un desorden emocional, pero no es una emoción. Es como si sintieras que estás cansado de tu propia identidad y estás harto de ser vos mismo. En este caso creo que si hay una buena medicación, no veo por qué no debería tomarse. Afortunadamente, cada vez es menos tabú hablar sobre estos desórdenes, como también ocurre con la ansiedad”, sostiene.
Firth-Godbehere explica que, para entender nuestras emociones, debemos partir de la idea de “comunidades emocionales”. Una familia, un país o una región atesoran una identidad emocional. Cuando viajamos, advertimos que grupos diferentes al que pertenecemos poseen sus propias pautas de comportamiento y de expresión: “Mi familia, por ejemplo, es bastante bulliciosa. A nosotros —y eso incluye a mi madre— nos gusta gastar bromas pesadas, contar historias absurdas, provocarnos de manera afectuosa unos a otros, y, como somos una familia mayoritariamente académica, mantener conversaciones cultas en el tono más vulgar posible.
Pero ni siquiera se me pasaría por la cabeza infligir ese tipo de comportamiento a la familia de mi esposa. Ello se debe al hecho de que cada familia ha formado su propia”, escribe en Homo emoticus.
Vivimos en la era de las redes sociales y con ellas también de las agresiones. “Creo que estas generaciones jóvenes son mejores que las anteriores. Si te fijás cómo se comunican en TikTok, son menos agresivos y además son más libres para expresar sus emociones. Las personas mayores, y pienso en Twitter, tienden a perder el control de sus emociones”, dice el historiador con optimismo hacia el futuro, pero no tanto con la cultura de la cancelación a la que considera una “peligrosa cultura de la superioridad”, donde alguien mira otro como si fuese inferior.
Comprender las ideas con las que moldeamos los sentimientos resulta crucial porque estas imágenes y concepciones cincelaron la historia. La tecnología, la política o las ideas intelectuales son tan importantes para entender el devenir de la humanidad como los sentimientos. En otras palabras, las emociones son un motor de cambio de la humanidad, indica Homo emoticus. En el futuro, según este ensayo, las emociones de la humanidad se parecerán, independiente de la “comunidad emocional” a la que pertenezcan los individuos: “Aquí aparece la tecnología. El mundo es cada vez más pequeño. Hablamos a través de cámaras o desde lugares remotos a diario. Incluso tenemos los mismos emojis para expresar una emoción en todo el planeta”.
Firth-Godbehere es un gran estudioso de la inteligencia artificial y asegura que en Japón se han diseñado robots que se ríen de tus propios chistes: “El robot no entiende sobre humor, no considera que aquello que digas sea gracioso. Es solo un programa. No me preocupa el futuro, está viniendo y no podemos evitarlo. Pero lo que sí me preocupa es que los robots no sienten nada, pero pensaremos que sí porque actúan como si lo hicieran. Serán una especie de psicópatas de metal”. Sin embargo, su mirada hacia el futuro no es apocalíptica: “No te preocupes, si vamos a una guerra con los robots, ganaremos los humanos porque además de la tecnología tenemos emociones”.