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Del papiro a la Internet

Traficantes de Realidad
Ensayo sobre periodismo

Marcelo Jelen

UN ANÁLISIS DE contenido realizado por Miguel Rodrigo Alsina sobre cuatro diarios españoles en 1986 concluyó que 49,7 por ciento de las fuentes citadas por esos periódicos eran otros medios noticiosos. O sea que la mitad de lo que se difundió en el período considerado ya había sido dicha.

En la antigüedad, pergaminos y papiros eran bienes escasos. Por eso, los monjes borraban los ya escritos para hacer nuevas anotaciones sobre ellos. A los volúmenes vueltos a utilizar se les llamaba "palimpsestos". A fines del siglo xx, el papel es abundante y el espacio por el cual deambulan las ondas hertzianas que conducen imagen y sonido es gratuito. Pero las novedades de hoy se escriben sobre lo que fueron novedades ayer o anteayer, porque la información es escasa y cuesta dineno. Si uno rasca la cáscara de actualidad que cubre la noticia, encontrará datos viejos, cosas sobreentendidas, milagros del sentido común disfrazados de lenguaje. La noticia es un palimpsesto.

Durante la larga huelga de periódicos de 1965, todos suponían que la población de Nueva York cubriría el déficit informativo a través de la radio y la televisión. Pero, vaya sorpresa, los cientistas sociales Berelson y Lazarsfeld concluyeron que los neoyorquinos emplearon el tiempo que antes dedicaban a la lectura de novedades a revisar con detenimiento los diarios y revistas viejos arrumbados en sus casas. Además, según las investigaciones, sus conversaciones tenían «otro nivel», más profundidad. Volvían a anotar un texto que ya estaba escrito, sobre el mismo papel.

La mitad de los franceses encuestados en 1986 por la revista "Telerama" dijeron desear que las emisoras de televisión dejaran de transmitir por lo menos un día a la semana. Opinaban que sentarse frente a la pantalla es «un vicio tan malo como el tabaco o el alcohol». Preferirían ignorar lo que pudiera ocurrir en esos improbables días de desintoxicación, días sin recuerdo.

Jorge Luis Borges imaginó a Ireneo Funes, un hombre de memoria implacable, absoluta. «Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras», se lamentaba el personaje. Borges acota: «Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.»

«¿Cómo puede ser que se escriba un periódico todos los dias?», se pregunta el escritor argentino Ernesto Sábato. «¿Cada cuánto sucede algo en realidad importante, que merezca ser publicado para que todos lo conozcan? ¿Una vez por semana? ¿Una vez por año? ¿Una vez por década? No sé la respuesta. Lo que es seguro es que nada merece un periódico todos los dias.»

El periodista catalán Lorenzo Gomis sentencia que «la fecha del diario funciona como un presente difuso». «Los medios median entre el pasado y el futuro convirtiendo todos los tiempos en presente e invitándonos a actuar en ese tiempo difuso, imaginado como un presente abierto al porvenir», explica. Lo único que tienen en común todas las noticias contenidas en un periódico o en un informativo no es que sucedan al mismo tiempo, sino que son difundidas de forma simultánea.

«Hay una gran cantidad de información pero pocas posibilidades de asimilarla», afirma el semiólogo italiano Umberto Eco. «Existen tantas noticias que es muy difícil establecer cuál es la importante. El diario más completo del mundo es "The New York Times", pero no alcanza una semana para leerlo.»

El ensayista español Fernando Savater agrega: «Vivimos entre el sobresalto de lo que nos cuentan hoy y el olvido de lo que nos contaron ayer, pero, en cierto modo, no logramos salir de la ignorancia. Tenemos tantos datos que no sabemos qué hacer con ellos. Para despistarnos, no hace falta que nos engañen: basta con que nos cuenten todo a la vez.»

La información es todo aquello que sirve para eliminar incertidumbres. Los clientes de las empresas periodísticas consumen noticias para, entre otras cosas, tener la certidumbre de que, al cabo de 24 horas, siguen vivos. El mundo continúa rotando sobre su eje y, cuando los diarios hagan su balance anual, se sabrá que también sigue girando alrededor del sol.


EL PERIODISTA ES el operario de la usina con la que esa gente que dice no poder vivir sin la íntima compañía de los medios procura electrocutarse día a día. Los consumidores de noticias glotones dejan que el periodista sea quien elija sobre qué cosas llegará la luz y dónde habrá apagones.

Las zonas iluminadas, en su mayoría, no están llenas de hechos. Apenas contienen palabras o, como dicen los periodistas, "declaraciones"; no relatan acontecimientos que ocurren porque sí sino que fueron planificados y provocados para ser difundidos a través de los medios, «pseudoacontecimientos» o «actualidad sintética», como los bautizó el historiador estadounidense Daniel Boorstin. Muchas de las cosas que alcanzan estado público han sido diseñadas con cuidado, hasta con fecha y hora, para que los periodistas las pongan frente a los ojos de los consumidores de noticias: las conferencias de prensa, los debates entre políticos, los casamientos de la realeza, los espectáculos deportivos, las reuniones de líderes mundiales, los atentados terroristas y, quién sabe, quizás hasta las guerras.

La Mutual Film Corporation contrató en 1913 al general Pancho Villa como estrella exclusiva por 25 mil dólares, que dieron un respiro a las exhaustas arcas de la Revolución Mexicana. Las batallas debían efectuarse entre las 9 y las 17 horas para aprovechar la luz del sol. Villa se comprometió a repetir las escaramuzas si no se obtenían buenas imágenes, y llegó a esperar bajo una lluvia de balas enemigas que los camarógrafos pronunciaran la orden de atacar.

«Antes, los medios de comunicación contaban lo que sucedía; ahora, las cosas suceden para ser contadas por los medios de comunicación», afirma Juan Luis Cebrián. Así, es posible que alguien llegue a imaginar que aquello que llega a difundirse ha sido ensamblado con ese fin, y que el resto, lo que ocurre fuera de la profundidad de campo de las cámaras de la tevé, fue objeto de cierta censura por parte de algún "hermano mayor" a lo Orwell, o de varios. Por suerte, los periodistas —al menos los mejores entre ellos— todavía buscan lo que hay detrás de los "pseudoacontecimientos" y se preocupan, además, de explicar a los consumidores de noticias las motivaciones de estos montajes.

«Los medios no son el lenguaje: son la sociedad», afirma el escritor mexicano Octavio Paz. «La discusión política en la plaza pública corresponde a la democracia ateniense; la homilía desde el púlpito, a la liturgia católica; la mesa redonda televisada, a la sociedad contemporánea. En cada uno de estos tipos de comunicación la relación entre los que llevan la voz cantante y el público es radicalmente distinta.»

Una de las limitaciones de la industria periodística es que, hasta ahora, señala en lo fundamental um camino de ida, hacia el público. Muchos anhelan el momento en que la ingeniería de los medios de comunicación achique aun más el mundo. Esperan el día en que todos los pobladores del orbe estarán "conectados", incluso entre sí. Afirman que ese será el signo del mundo feliz, nuevo y valiente, del futuro. Según estos parámetros, los medios periodísticos cumplirían la función de transfundir información a la sociedad para que ésta adopte decisiones. De ese modo, la misión de los periodistas sería, más o menos, la misma que cumplen los secretarios que transcriben, fotocopian y encuadernan las actas de los congresos. La sociedad no sería más que una gigantesca y caótica asamblea, todos, alrededor de una monstruosa mesa y levantando la mano a cada rato. Bastaría con apretar un botón.

 

—Canal Beta, buenas noche.
—Hola. ¿Canal Beta?
—Sí. ¿Qué desea?
—Era por lo del informativo, eso que dicen del bombardeo sobre San Petersburgo. Bueno, estoy en contra.
—Espere unos segundos en la línea, por favor. (Brr, záp, crack, tatle-table.) ¿Me dijo que estaba en contra?
—Sí. (Tíqui, tíqui, tíqui.)
—¿Recomendaría al Consejo de Seguridad de la ONU que tomara represalias?
—¿Cuáles son las opciones?
—Sí, no, más o menos, no contesta.
—Sí. (Prrr, píf.)
—Su número para el sorteo es el 138.917. Muchas gracias y buena suerte.

SIN EMBARGO, LA cosa no funciona así. El mundo no es cada vez más chico: se agranda día a día.

Usted no podía atravesar el tubo catódico para decirle un par de cosas a Norman Schwarzkopf, el comandante de las tropas que combatían contra Irak en el golfo Pérsico hace unos pocos años, ni a su rival Saddam Hussein. Claro, en ese momento había una guerra y usted estaba comiendo una milanesa a la napolitana, pero no habría podido hacer nada aunque hubiera querido. El hecho de que usted haya visto al pundonoroso e inmenso general cinco estrellas y al veleidoso iraquí arengando a sus tropas sobre un paisaje de dunas calientes influyó tanto en el desarrollo del conflicto como si los hubiera imaginado bailando un can-can en el Moulin Rouge.

Ben Bagdikian, editor del diario "The Washington Post", expresó su temor a que el público de los medios se constituya en cuerpo electoral a través de la denominada "interactividad". El pueblo, claro, siempre tiene derecho a equivocarse, pero, ¿qué sucedería si los errores fueran demasiados? «El cuadro de 100 millones de norteamericanos adultos expresando emociones instantáneas y registradas con exactitud es aterrador. Y lo sería aun más si todos los habitantes del mundo tuvieran a su alcance la misma posibilidad.»

También asustan las posibilidades de manipulación por parte del dueño del conmutador. Para empezar, no habrá que mostrar la credencial sino el recibo al día de un sistema de televisión por cable.

Pero, por ahora, son escasas las posibilidades de que un humilde consumidor de medios periodísticos influya de inmediato en el devenir de los hechos que ellos difunden; en muchos casos, es suficiente con que esos hechos trasciendan para que sus protagonistas de primera línea —políticos, deportistas, artistas, policías, delincuentes— los modifiquen, sin que el público intervenga en lo más mínimo. Lo único que hizo fue enterarse.

No importa si el consumidor de información se resigna o se resiste a que los medios fabriquen su "realidad". Si quiere "estar conectado", no le queda otra opción que asistir a las multitudinarias funciones de ese "teatro planetario" al que alguien bautizó con generosidad como "aldea". Los actores siguen —y seguirán— siendo menos que los espectadores. La televisión, a pesar de su nombre, no permite "ver" lo que está lejos, sino que apenas "muestra" imágenes a espectadores lejanos que no podrán reclamar el importe de las entradas.

Unos 60 millones de personas estaban a comienzos de 1997 "conectadas" a través de redes de computadoras, pero la mayoría se ha limitado a aprovecharlas para recibir información. «La comunicación es intercambio de información. Sin embargo, los medios montados sobre esta palabra son siempre emisores, y el público es siempre receptor, y eso es irreversible. En Internet, cualquier usuario puede ser una especie de periodista. Todos emiten y todos reciben, si lo desean», explicó la periodista argentina María Copani.

Sin embargo, aun los discolos del sistema, los "hackers" o "piratas informáticos", han puesto más énfasis en reivindicar el derecho "total, ilimitado y gratuito" a acceder a cualquier dato en la computadora que sea que a promover entre los usuarios de las redes la emisión de mensajes abiertos. De todos modos, la concreción de la declarada libertad de acceso a la información se estiró a límites inimaginables años atrás, pues multiplicó la cantidad de canales existentes, le dio carácter gratuito a la consulta de algunos medios impresos y capacidad de selección y orden a la consulta de medios electrónicos.

Pero se trata de una libertad vedada a 99 de cada cien humanos que no están conectados a las redes, la mayoría por insolvencia o circunstancias geográficas, otros por mero desinterés. Mientras miles de voces electrónicas proclaman un mensaje que oscila entre la redención y el apocalipsis y se vocea que mil millones de personas harán uso de Internet en el 2000, la mitad de la humanidad jamás hizo una llamada telefónica.

«El debate sobre el libre flujo de información será al final ordenado, no por políticos, sino por ingenieros, así como fueron los físicos y no los generales quienes determinaron la naturaleza de la guerra», anotó el escritor Arthur C. Clark. «El verdadero desafío que enfrentamos ahora con Internet o el World Wide Web no es el de la calidad sino el de la pura cantidad. ¿Cómo haremos para hallar algo —y no sólo nuestro porno favorito— entre la abrumadora verborragia de millones de seres humanos, todos parloteando en forma simultánea?»