El marxismo es "la doctrina de Carlos Marx y sus secuaces", definía el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) en todas las ediciones publicadas durante la dictadura franquista, una indebida contaminación política que sólo se eliminó en la edición de 1984, como tantas otras de ese tipo.
Algunos han señalado asimismo que el DRAE debería ser presentado como un "diccionario católico de la lengua española", ya que las definiciones que presentaba hasta hace algunos años de vocablos relativos a temas religiosos resultaban inaceptables a oídos de los ateos, de los fieles de otras religiones o de los diversos grupos cristianos.
Hoy eso ha cambiado, pero muchas críticas permanecen en pie. Hay quien cree que la Real Academia Española merece algunos buenos tirones de orejas por parte de los hablantes no sólo por la dependencia del gobierno español arriba señalada, como por el criterio de selección de sus miembros -no siempre vinculados a las lides del idioma- y por las contradicciones, ambivalencias y carencias de sus gramáticas y diccionarios.
Creemos que los fallos y errores que señalan los detractores de la Academia no son más que una parte de la realidad de esta institución de casi 300 años. El profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Juan Ramón Lodares observa en su libro "Gente de Cervantes" que en 90 años de reformas, los que van de 1726 a 1815, "los académicos despojaron la escritura de colgajos etimológicos, la hicieron más sencilla y práctica; además, dejaron trazada la senda para nuevas simplificaciones cuya dificultad técnica es muy poca. Su mayor obstáculo -admite- está en que los académicos se decidan a ejecutarlas y se pongan de acuerdo en cómo y cuándo...".
Pero si hay quienes empeñan su tiempo y su esfuerzo en denostar a la Academia, la propia Casa fundada en 1713 a instancias del marqués de Villena nos cuenta hoy en tono bien humorado la historia de sus detractores, en un capítulo de la Historia de la Real Academia, una documentada obra del filólogo Alonso Zamora Vicente, que se entrega junto con el "Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española". El autor recuerda las primeras ácidas diatribas contra la Academia, emitidas desde poco tiempo después de su fundación por Luis Salazar y Castro, definido hoy por Zamora Vicente como "un eminente genealogista, quizá el más destacado" de su tiempo.
"Venirse un italiano a hacer en Madrid el papel de corrector de la lengua castellana es un empeño temerario. Atreverse un gallego o maragato, con un acento más áspero y más duro que su tierra, a enmendar las expresiones cortesanas, es cosa que merece carcajada. Y pensar que un andaluz o un extremeño han de ser compadres de los castellanos y los han de pulir el lenguaje es una de las aprensiones más ridículas", decía Salazar ya en 1713, año de fundación de la Casa criticando los criterios de selección de los académicos.
En 1788, Primo Feliciano Martínez de Ballesteros, un hombre "de distinguido linaje y excelente educación", publicó sus Memorias de la Insigne Academia Asnal, una obra de doce capítulos, cuya comicidad Zamora Vicente reconoce, en la que se critica en tono paródico la "pedantería de los académicos".
Ya en 1834, el crítico Mariano José de Larra publicó un artículo titulado Las palabras en el que decía, hablando de los animales: "Déseles el uso de la palabra; en primer lugar necesitarán de una academia para que se atribuya el derecho de decirles que tal o cual vocablo no debe significar lo que ellos quieren, sino cualquier otra cosa; necesitarán sabios, por consiguiente, para que se ocupen toda una larga vida en hablar de cómo se ha de hablar; necesitarán escritores, que hagan macitos de papeles encuadernados, que llamarán libros". La obra publicada en 2001 por la Real Academia recuerda también con buen humor las embestidas de Antonio Valbuena, quien publicó un libro titulado "Ripios", en el que criticaba las fallas "antipoéticas" de obras de poesía de numerosos académicos, entre ellos, Menéndez Pelayo, Juan Valera, Cánovas del Castillo. Obras que -reconoce Zamora Vicente- nos parecen hoy "huecas e inexistentes".
En el siglo XX, son frecuentes y muy duras las críticas a la Docta Casa, en parte por el servilismo con que se inclinó a la ideología del franquismo. De nuestros días, el autor recuerda entre otros al escritor mexicano Raúl Prieto, "de conocimientos y erudición notables" quien firma sus artículos contra la Academia con el seudónimo Nikito Nipongo.
Hasta aquí un rápido vistazo sobre la historia de tres siglos de críticas que nos cuenta Zamora Vicente, cuya obra nos hace pensar que, si buena parte de las críticas se justifica, también es preciso reconocer que sin la acción de la Real Academia el español no sería hoy el segundo idioma más importante del mundo, ni uno de los de ortografía más sencilla ni, mucho menos, la más homogénea de las grandes lenguas internacionales.