La ambigüedad nos rodea… ¿Eres capaz de verla?
Julio Plaza / Museo Reina Sofía
La ambigüedad se da cuando un mismo estímulo puede interpretarse de varias maneras diferentes. Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado desde un punto de vista lingüístico. De hecho, como veremos después, en la ambigüedad se ven implicados aspectos tan dispares como los sonidos, las palabras, las oraciones o los contextos de enunciación.
Sin embargo, la ambigüedad va mucho más allá: cualquier hecho puede interpretarse de varias maneras y podríamos decir, por tanto, que es ambiguo. Cuando consideramos un gesto como amistoso o como amenazante, por ejemplo, estamos tomando una decisión sobre su interpretación. Lo mismo ocurre cuando decidimos si el tomate es una fruta, si cinco minutos es tiempo suficiente para hacer una tarea o si aquel destino está más o menos cerca. El mundo carece, en general, de límites claros y nuestra mente está preparada para tomar este tipo de decisiones. Es por ello que la ambigüedad no solo ha interesado a lingüistas sino también a psicólogos, filósofos y otros pensadores.
Quizá la escuela de pensamiento que más ha profundizado en el estudio de la ambigüedad en general ha sido la Gestalt: a todos nos viene a la cabeza la imagen de las dos caras enfrentadas de perfil (¿o era un cáliz?). Gracias a ellos sabemos que todos nuestros procesos cognitivos están al servicio de esta actividad de desambiguación, especialmente nuestra percepción, nuestra atención y nuestra memoria.
Los estímulos a los que nos enfrentamos rara vez son unívocos, así que podemos afirmar que la ambigüedad está en todas partes. Pero que no cunda el pánico. Afortunadamente, la evolución nos ha dotado de unas armas muy eficientes para que podamos sobrevivir en un entorno tan ambiguo.
¿Reconocemos claramente la ambigüedad en nuestra lengua? ¿Es el español una lengua más o menos ambigua que las demás?
Es difícil contestar a la pregunta de si los hablantes reconocemos la ambigüedad. Se podría decir que a veces sí y a veces no. Los
seres humanos entendemos el mundo a través de dos vías fundamentales: una vía emocional, holística, rápida, ampliamente adaptada a nuestro día a día y una vía más analítica, racional, para la que necesitamos tiempo y calma. La ambigüedad, como veremos después, puede pasar desapercibida en nuestra actividad cotidiana, cuando entendemos los enunciados de forma automática. Y, sin embargo, si paramos y pensamos en ello, las distintas interpretaciones de los mensajes salen a la luz. Prueba de ello son los juegos de palabras y chistes lingüísticos. Cualquier hablante, incluso los niños a cierta edad, entienden un chiste como «–¿Qué le pasa al libro de matemáticas? –Que tiene muchos problemas». La única explicación de que aquí veamos humor (de más o menos calidad) es que, de algún modo, comprendemos que se trata de un enunciado ambiguo en el que el significado choca con las expectativas del hablante.
Esta naturaleza ambigua del lenguaje se encuentra en todas y cada una de las lenguas naturales. No hay ninguna lengua humana que no transmita distintos significados con una misma onda sonora. No obstante, aunque la ambigüedad se dé en todas las lenguas, cada una lo expresa de un modo distinto. La ambigüedad sintáctica de un sintagma como for eating customers no se mantiene en español. De tal modo, que cada interpretación tiene una traducción distinta (para clientes que consumen o para comer clientes). Lo mismo ocurre con las palabras (fish puede referirse tanto al pez que nada en el mar como al pescado que te comes con patatas fritas en cualquier pub londinense).
Todo esto supone un reto para los traductores: en una escena de la famosa serie The Big Bang Theory, los protagonistas están jugando al Pictionary y se producen una serie de malentendidos porque la palabra polish es interpretada por un equipo como sustantivo (‘esmalte de uñas’) y por otro como adjetivo (‘polaco’). En la versión en español se optó por utilizar la pareja laca/polaca y achacar el malentendido a un error en la lectura y no a la ambigüedad, a diferencia de lo que sucedía en el original.
¿Cuáles son los problemas que encontramos en la comunicación por culpa de la ambigüedad?
El principal problema de la ambigüedad en la comunicación es la falta de control. El hablante emite un mensaje, pero nunca estará completamente seguro de que este vaya a ser interpretado de forma adecuada. Un ejemplo tristemente famoso ocurrió tras la elaboración de la Declaración de Potsdam, en la que se recogían los términos de la rendición japonesa. Cuando se pidió al gobierno japonés que se pronunciara, el primer ministro utilizó la palabra mokusatsu, que significa ‘sin comentarios por el momento’. Sin embargo, fue interpretada con otro de sus significados (‘ignorar’). Así, lo que era una falta de respuesta se convirtió para los receptores del mensaje en un rechazo a la petición de los aliados. Las consecuencias de esta confusión originada en la ambigüedad fueron desastrosas: las declaraciones del primer ministro desencadenaron una serie de decisiones que acabaron llevando a la descarga de la bomba atómica.
Afortunadamente, este tipo de malentendidos no es habitual en la comunicación humana. Aunque la mayoría de los enunciados de nuestra lengua tiene varios significados posibles, estamos dotados de mecanismos cognitivos que nos permiten no solo desambiguar los mensajes, sino además hacerlo sin ser conscientes de ello. En la década de 1980 dos autores (Sperber y Wilson) explicaron esta capacidad como una consecuencia del Principio de Relevancia, por el cual los enunciados tienden a ser interpretados de la manera más significativa (según el contexto) y menos costosa posible. Lo curioso de esto es que permite que interpretemos el lenguaje sin ser conscientes de la existencia de interpretaciones alternativas, hasta el punto de que nos sorprendemos cuando nos muestran otros significados posibles. Este es el origen de no pocos chistes lingüísticos: por ejemplo, si nos acercamos a un recepcionista en un hotel y le decimos «Perdón, se me ha olvidado en qué habitación estoy», nos sorprendería que nos respondiera «Está usted en el vestíbulo», aunque la respuesta fuera literalmente verdadera.
¿Tiene alguna ventaja que nuestras lenguas sean tan ambiguas? ¿Cómo podemos explicar que la ambigüedad haya resistido tan bien a la evolución?
Después de todo lo que hemos comentado, podría parecer que la ambigüedad es un fenómeno negativo (provoca problemas en la traducción y en la comunicación en general). De hecho, algunos autores consideran que la ambigüedad debería haberse reducido a lo largo de la evolución. Nada más lejos de la realidad: la ambigüedad está en todas partes y los hablantes podemos lidiar con ella. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿Acaso tiene la ambigüedad alguna función?
Parece evidente que sí. Gracias a la ambigüedad nuestras lenguas son mucho más económicas, puesto que los mismos elementos pueden servirnos para distintas ocasiones. Pero quizá el tipo de ambigüedad más funcional de todos es el de la ambigüedad léxica. Por una parte, las palabras ambiguas ayudan a que el diccionario mental, que todos tenemos en el cerebro y que organiza las palabras en redes, esté más cohesionado. Así, gracias a la ambigüedad de banco, por ejemplo, palabras como dinero, parque y peces se pueden llegar a conectar. Como vemos, las palabras ambiguas son como un atajo que hace que los hablantes circulemos de manera más eficiente por nuestro lexicón. Además, los psicolingüistas han demostrado que nos cuesta menos reconocer palabras con muchos significados que palabras con pocos. Así, de algún modo, la ambigüedad se relaciona con la fluidez verbal.
Por último, las palabras ambiguas también son una ayuda para entender y expresar algunos conceptos más abstractos. Estamos hablando de los sentidos metafóricos de las palabras. Así, la palabra corazón puede referirse a nuestro órgano vital pero también al núcleo más importante de algo. La cumbre puede ser la de una montaña o la de la fama. Las plantas tienen raíces y nosotros también. Tanto los edificios como las teorías parten de unos cimientos. Como vemos, la ambigüedad resultante de las metáforas nos permite nombrar la realidad que nos rodea de una manera más tangible y cercana.
Para terminar, ¿seremos capaces de enseñar a las máquinas a entender la ambigüedad?
Uno de los mayores problemas que encontramos con el Procesamiento del Lenguaje Natural es, precisamente, que los ordenadores son excesivamente sensibles a la ambigüedad. Si antes decíamos que los hablantes no somos conscientes de los múltiples significados de los mensajes que recibimos, con los ordenadores ocurre lo contrario: son capaces de extraer una multitud de interpretaciones en las que un hablante jamás pensaría. Esto es lo que ocurrió con la célebre frase Time flies like an arrow: cualquier hablante de inglés lo interpretaría como ‘el tiempo vuela como una flecha’ pero, al analizarla un ordenador, se le atribuyeron otras cuatro posibles interpretaciones (entre las que se contaban, por ejemplo, ‘a las moscas del tiempo les gusta una flecha’ o ‘cronometra a las moscas como a una flecha’). De estos resultados inesperados surgió el dicho Time flies like an arrow, fruit flies like a banana, (el tiempo vuela como una flecha, la fruta vuela como un plátano) que suele utilizarse para explicar las oraciones de vía muerta. Estos significados son perfectamente válidos desde un punto de vista gramatical, pero absolutamente inapropiados desde el punto de vista comunicativo.
En las últimas décadas ha habido iniciativas para desarrollar lenguas artificiales que eviten la ambigüedad, como es el lobjan. Sin embargo, necesitamos que los ordenadores sean capaces de procesar no solo las lenguas artificiales sino cualquier lengua natural y es ahí donde reside el desafío. En la actualidad lingüistas y programadores trabajan mano a mano para tratar de enseñar a los ordenadores a hacer eso que nosotros hacemos en un abrir y cerrar de ojos: desambiguar.
NOTAS:
https://canalhistoria.es/blog/mokusatsu-la-palabra-que-activo-bombas-atomicas/
El instinto del lenguaje, Stephen Pinker.