Las desventuras de una correctora
Maritornes, una correctora española, desgrana en su bitácora con ácido humor las desventuras de su profesión con quejas que —creemos— comparte en gran medida con sus colegas de ambos lados del charco
Por Maritornes , del blog Corte y CorrecciónPor, del blog
Maritornes, una correctora española, desgrana en su bitácora las desventuras de su profesión con quejas que —creemos— comparte en gran medida con sus colegas de ambos lados del charco
Hoy mi «jefe» (entre comillas, porque a efectos prácticos no soy empleada de nadie, vil ilusión que alimenta mis días y mis noches, la verdad) me ha dicho que no hay correctores. En realidad, venía a decir que cuesta mucho encontrar correctores profesionales con experiencia; que hay mucho joven que se lanza a la aventura de hacer cursos de corrección, pero que el profesional vocacional con diez años de experiencia escasea. Y es la pescadilla y su cola de siempre. Si a esos jóvenes de los cursitos no se les da una primera oportunidad, ¿cómo demonios van a acumular experiencia? Sólo yo sé (y se lo decía hoy) lo que cuesta entrar en esta sacrosanta secta. Yo he sido la joven del cursito, eso sí, filóloga vocacional, sin experiencia ninguna. Yo lloraba por las noches. Yo ganaba 720 euros al mes por atender las reclamaciones de los usuarios de Iberia. Nunca esperéis nada de una empresa que paga ese sueldo a sus empleados. Nunca esperéis que me importe una mierda la pérdida de vuestra maleta, aunque dentro de ella estuvieran las cenizas de vuestra madre. Por 720 euros me meo sobre las cenizas de quien sea. Cuando os pierdan la maleta y os indignéis por el trato al que os someten, pensad sólo en lo que cobra el que os atiende.
Y muchas más cosas, que ahora no vienen al caso. Pero yo he llorado por las noches. No porque ganara 720 euros, sino porque quería ser correctora. Así que mi vocación existe, está ahí. Y mi sueño no es sacarme una plaza de funcionaria (otra de las quejas de mi jefe, según el cual, al cabo de unos pocos años de profesión, todos desertamos hacia puestos en la Universidad o en lo que se tercie). Y yo me pregunto: ¿a alguien le extraña? ¿A alguien le extraña que el corrector esté harto de que no se contemple su figura profesional en la nómina de las empresas? Nadie nos contrata. Yo ahora sé que tengo trabajo bien remunerado hasta septiembre, pagándome yo misma la seguridad social, claro. ¿Qué haré en octubre? Pues que me conteste mi jefe, no te jode.
Contrátennos en nómina y páguennos dignamente. Nadie desertará. No sean hipócritas, coño. La vocación no existe; es un concepto burgués. Si me pagaran diez veces más por barrer la oficina en la que trabajo, preferiría ser limpiadora. Valórenme. Yo a mi jefe lo aprecio mucho. Me conoció hace cuatro años. Yo era una becaria que llegó a su puerta dispuesta a trabajar gratis, y ha sabido adaptarse a mi evolución. Siempre me ha tenido en cuenta. Ha cumplido mis expectativas. Cuando acabé mis estudios me llamó, y ahora trabajo para él. Le estoy muy agradecida. Pero su queja me parece irreal, hipócrita, ilusoria. Si en septiembre te desentiendes de mí, no esperes que esté disponible de nuevo al cabo de cuatro meses. A lo mejor me he casado, me he hipotecado, me he quedado preñada y me he vendido a la nómina de una universidad o de una fábrica de zapatos. Porque eso de no cobrar durante dos o tres meses los seres humanos no lo llevamos bien.
Nunca habrá correctores profesionales. Siempre será una «segunda» profesión, mientras vosotros, autores y editores, lo consideréis una segunda profesión. ¿De qué os quejáis? La gente se pliega a vuestros deseos.
Pero yo pude entrar en la Universidad antes de ser correctora, y pude ascender en Iberia, y pude hacer muchas cosas. Sin embargo, soy correctora vocacional. No estoy aquí circunstancialmente. No tengo planes asalariados; me aburren. Sueño con invadir las editoriales de correctores. No quiero montar mi empresita cutre de servicios editoriales, ésas que tanto proliferan y de las que se sirven todas las grandes editoriales. Yo no quiero ser la subcontrata de nadie. No quiero ser funcionaria, ni profesora, ni «ayudante editorial» (eufemismo de gilipollas que corrige y hace cien mil cosas más por mil euros al mes). Como mucho, un día, ese día, seré editora y publicaré mis propios libros. Pero seré fiel al gremio por el que he apostado tanto. Yo aspiro a acumular toda la experiencia posible. Me quiero quedar aquí. ¿Quién tiene huevos de ofrecerme las condiciones para quedarme? Nadie.
Ésa es la cruda realidad. Así que callaos la boca. Y dad gracias a Dios porque vuestros libros salgan al mercado sin erratas. Es un milagro. Y cambiando de tema (o quizás no tanto), he de decir que me aburrís los anónimos, me aburrís los listillos y me aburrís los seres acomplejados que me dejáis mensajes cobardes en el blog con esas ínfulas lastimosas de seres cultos. Porque sois exactamente igual que los demás gilipollas del universo: no tenéis ni repajolera idea de qué es un corrector ni se os pasa mínimamente por la cabeza que «eso» sea una profesión que exige años de formación. Sois lastimosos. Yo estudié (nací y crecí) en un lugar en el que la gente pensaba (y piensa) que la lengua era sinónimo de nación. De cada cien licenciados, dos salimos filólogos, el resto salió subnormal o se metió en ANV. Es lo que hay. Así que no me déis lecciones de política, ni de corrección ni de feminismo.
Me aburrís los engendros sin talento, con vuestro bachillerato inacabado y vuestras teorías de: «todo el mundo empieza alguna vez». Mirad, hay gente que empieza con posibilidades, y hay otra que nunca las tuvo ni las tendrá. Aquí no se regala nada, y el mundo no funciona de esta forma: yo estudio una formación superior durante 8 años de mi vida, para que tú te rasques los huevos y me vengas diciendo que eres escritor y que «aceptas» humildemente que yo te corrija tu texto. La realidad es que ni eres escritor ni estás preparado para nada en esta vida. Miguel Hernández hubo uno en este país, y vivió cuando debió vivir, no en la era de los SMS.
Yo creo que ha quedado todo muy claro, ¿verdad? Pues hala, os adjunto unas posdatas:
P.D. La novela más completa que me he leído últimamente se llama Peso cero. Es completísima porque enseña muchas cosas; incluso lo necesario que es emplear correctores. Gracias, Antonia. Es difícil encontrar personas que enseñen de verdad. No te desanimes por la incompetencia del mundo editorial. El talento se eleva sobre las erratas (yo hasta hace poco no lo sabía), así que siéntete orgullosa. Es una gran novela. Es cálida. No sabéis el frío que dan las cosas que escribís a veces. Peso cero está viva.
P.D.2 Aunque me imagináis crispada y con un cuchillo jamonero en la mano, en realidad estoy bebiendo y fumando lentamente, muy lentamente, en mi casa, mientras escucho esto. Y echo de menos, y siento que nada de esto importa, aunque haya necesitado escribirlo.