Los creadores del Diccionario del español de México: artesanos de la palabra y confeccionistas de un lenguaje único
Diego Robles; Luis Fernando Lara, Director del Diccionario del español de México y Francisco Segovia, en el Colegio de México
A veces, el lingüista Luis Fernando Lara (Ciudad de México, 81 años) sueña que las palabras lo persiguen. Un día, después de trabajar con uno de esos vocablos que en México pueden tener más de 20 significados, Lara se fue a casa con la cabeza revuelta. Antes de dormir quiso relajarse y ver una película: El planeta de los simios. “A propósito de que el diccionario se mete con la vida privada de uno, me acosté y empecé a soñar que esa palabra era un simio y que me perseguía”, cuenta, entre risas. Lara es el creador del Diccionario del español en México (DEM) que este 2024 estrena una segunda edición renovada, corregida y extendida, de todos esos vocablos que los mexicanos han usado para comprender y explicar el mundo en los últimos 100 años. Junto a colegas y compañeros, artesanos de las palabras y confeccionistas de un lenguaje único como es el que se usa, muta y se transforma en México, les preceden 50 años de trabajo, de tardes enteras en mesas llenas de libros, fichas con conceptos, tachones, enmendaduras y computadoras que arrojan números que en realidad son palabras y significados. Junto con el escritor, traductor y lexicógrafo Francisco Segovia, y el investigador Diego Robles, explican la tarea titánica que ha ocupado la elaboración de este diccionario y la forma en que este trabajo se ha instalado en sus vidas personales y en una especie de confrontación con su propia mexicanidad.
La segunda edición del DEM es un objeto hermoso de color rojo, gigantesco, que sorprende apenas se abren sus gruesas tapas al entrar en contacto con la delicadeza de sus páginas, de papel biblia. No es para menos, los autores de este tomo —que nació como una idea un poco descabellada en 1974— quisieron que todas las palabras con las que han trabajado desde entonces estuvieran reunidas en un solo ejemplar. “Hay veces en que la fortuna, que es una diosa, se junta con la generosidad, que es una virtud. Cuando eso sucede, hay algunos que reciben, inmerecidamente, sus dones. Este es mi caso y este es el origen del Diccionario del español en México”, cuenta Lara en la introducción.
La primera edición comenzó a trabajarse la década de 1980. El Gobierno del presidente Luis Echeverría había concedido al Colegio de México (Colmex) un presupuesto para los primeros cuatro años y fue hasta el sexenio siguiente —con el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari—, cuando el entonces secretario de Educación Pública, Fernando Solana, apretó el acelerador: “Ya se terminaba el sexenio, Solana me llamó y me dijo: yo necesito un diccionario para la escuela primaria, o me lo dan ustedes, o se lo compran a Larousse, y dije no, pues es cuestión de orgullo. Lo hacemos nosotros”, recuerda Lara. Así nació aquella primera edición del primer diccionario fundamental en el que, según los autores, pudieron definir el vocabulario fundamental, es decir, con las palabras que necesita una persona para decir que habla español de México.
Esta segunda edición —que también se puede consultar en su versión web— define unos 34.000 vocablos usuales en el español de México durante los siglos XX y XXI; más de 77.000 acepciones y muchos ejemplos de su uso. Lara dice al respecto: “Buscamos ejemplos que sean bien claros, porque el ejemplo tiene que volver a colocar la palabra en uso. Hay ejemplos que de pronto nos gustan mucho y los ponemos, hemos introducido muchos chistosos o bromas, pero que vienen de la realidad, no los inventamos nosotros”.
Definir palabras después de reunir miles de significados y de datos contenidos en computadoras es la pasión de estos hombres. Una vez por semana, desde hace ya 50 años, un grupo liderado por Lara, y que se ha nutrido con hasta 12 personas, ocupa sus sillas y comienza a darle forma a las definiciones y luego a sus ejemplos, que pueden ser chistosos, incómodos y hasta políticamente incorrectos. Lara, Francisco Segovia y Diego Robles —reunidos en torno a una mesa del Colmex— cuentan que la parte de los ejemplos es especialmente didáctica, por lo que muestran de la sociedad y de la forma en la que los mexicanos se han expresado. “No vamos a corregir la historia. Así se decía. Quien no quiera usar alguno, muy asunto suyo, pero el papel del diccionario es reunirlo todo”, sentencia Lara, sobre algunos de los ejemplos que reproducen el habla popular en el país.
Las palabras merequetengue o argüende, por ejemplo. La primera se define así: Relajo, lío o alboroto que conduce a una situación desordenada y confusa. Acompañada de su ejemplo: “Podríamos haber seguido en calma, después hubiéramos contado chismes y chistes de muertos; pero no, se armó el merequetengue”. Y la segunda, con dos acepciones: Intercambio de chismes, suposiciones y noticias entre un grupo de personas. Cuyo ejemplo es: “Este mismo día de junio del 83, con todo y sus crisis y devaluaciones y tanto argüende de los políticos que hasta parecen viejas de vecindad”; y el segundo significado: Movimiento ruidoso, excitado, de gente hablando, cantando, bailando o peleando: “En la habitación de junto se traían un argüende espantoso y no nos dejaron dormir”.
Los ejemplos, como las palabras con sus definiciones —algunas con decenas de ellas—, hablan de la historia, del contexto político y social del país, de las emociones y de los sentimientos, del ser mexicana y mexicano.
Diego Robles tiene 35 años y es licenciado en letras hispánicas e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colmex. Hace 11 años se integró al equipo de lexicólogos que dan forma al DEM. Al ser cuestionado por lo que, para él, en esa vida personal invadida por las palabras, significa ser parte de este equipo, se conmueve hasta casi llegar al llanto, y con voz entrecortada, cuenta: “Estar aquí ha transformado mi vida de una manera muy bonita y enriquecedora en todos los sentidos. He descubierto una pasión por México y no nada más por la lengua, sino por la cultura en general. Eso es lo que te da trabajar en un diccionario, que puedes definir una palabra de Sonora o un ritual de Yucatán o algo sobre las corridas de toros o sobre la religión, filosofía, matemáticas, y llegan y llegan términos y te permite ver la realidad que te rodea. Eso es lo importante del lenguaje, que es una manera de conocer la realidad y mientras más lenguaje conoces, más realidad abarcas”.
Francisco Segovia, escritor, ensayista, traductor y parte del equipo lexicográfico, cuenta que él era todavía más joven que Robles cuando se integró al trabajo del DEM. Tenía 18 años cuando comenzó y ahora, a sus 65 años, mira hacia atrás y puede estar seguro de que el diccionario ha sido su formación total: “Para mí, ha sido en realidad mi educación. Toda mi formación ha sido el diccionario; digamos que yo ya era escritor. En cierto modo, eso determinó mis intereses y mi manera de reflexionar en la lengua”, dijo.
En una reflexión final, Lara recuerda que él solo sentía muchísima responsabilidad, y dice: “Las experiencias de ambos también son experiencias mías, pero yo soy lingüista y lo primero para mí era esa responsabilidad. Ahora pienso que qué salvaje, cómo me atreví a decir ‘sí, yo hago el diccionario”. Le dijeron que era un sueño imposible, y que si la Academia española no había logrado hacer un buen diccionario en 300 años, cómo harían ellos para hacerlo. “Y luego yo, por audacia o irresponsabilidad, dije sí. Sí se puede”.
Nuevos tiempos, nuevas palabras
Lara, Robles y Segovia no se sienten atemorizados sobre la discusión de cómo las nuevas generaciones hacen uso de la lengua, al final, reconocen que es natural que la lengua mute y se transforme. Lo que les preocupa es que ese proceso sea aburrido o que se fundamente en la superficialidad: “Eso lo debería yo estudiar bien, pero por lo pronto, parece que lo que está sucediendo con las generaciones más jóvenes es que son muy ignorantes. Es decir, ya no viven en una época en donde se hable mucho, por ejemplo, en familia, porque antes, las comidas familiares, etcétera, ayudaban mucho a que uno aprendiera vocablos”.
Además, reconocen que hay una creación de una forma nueva de escribir, “una especie de invención de una taquigrafía”, define Segovia. “Yo también creo que estos medios nuevos de comunicación lo que han creado es un fenómeno más que lingüístico, de la escritura, y entonces escriben eso de manera veloz, para no escribir toda la palabra, y que eso no es realmente un fenómeno ni de vocabulario ni de construcción, sino de escritura”, explica.
Robles va más allá y asegura que la tendencia a una homogeneización es de lo más preocupante: “Esta tendencia como a homogeneizar el lenguaje, que es un lenguaje de redes sociales, y yo considero que es un poco peligroso, porque nos hace hablar y pensar de una misma manera, y lo peor es que es una manera que está dictada por empresas. Algunos dicen que son espacios públicos, la nueva ágora, y no. Twitter tiene dueño, y ese dueño es un millonario que promueve su ideología, lo mismo Mark Zuckerberg con Instagram y Facebook; de alguna manera te hacen pensar y sentir y compartir del mismo modo y yo creo que eso es un poco peligroso”, dice.
De todos modos, algunas entradas de esta segunda edición hablan sobre los nuevos tiempos, pero también sobre un lenguaje cada vez más permeado por la tecnología y la ciencia. Algunas de las nuevas integrantes son bulear, chípil, chivear, despampanante, dominatriz, güero, malacopa, michelada, millenial, neutrón, oncocercosis, orate, outsourcing, perreo, quark, taquear, xenófobo, youtube, entre otras.
Nota: El DEM está disponible también en una versión app para teléfonos móviles iOS y Android.