«La Academia se divierte» 300
años de intrigas al desnudo
Nuria Azancot, El CulturalEn vísperas de la celebración en 2013 del tercer centenario de la Real Academia Española, un veterano periodista, Sebastián Moreno, ha reunido en La Academia se divierte (La Esfera de los Libros) un buen puñado de aventuras y conspiraciones académicas. Así, por ejemplo, recuerda cómo Cela tuvo que «sortear intrigas miserables, ya que antes de ser elegido académico llegaron a difundirse rumores de que era homosexual y drogadicto, y que había abandonado a su mujer, Rosario, dejándola en la miseria, en pleno franquismo», o que había leído el discurso «desnudo y metiéndose el dedo en la nariz». Se trata, insiste, en recordar desde el origen del lema de la Docta casa, ese «limpia, fija y da esplendor», y de revisar por qué en trescientos años de historia no ha habido más que siete académicas, mientras se rechazaban a mujeres tan valiosas como Pardo Bazán, Concha Espina o María Moliner. O los pleitos de Zorrilla por sus derechos de autor, «sin demasiado éxito».Resultado de más de treinta años de periodismo cultural, de entrevistas y buenos amigos literatos, Moreno reconoce que en el fondo era lógico que acabase escribiendo este libro «para evitar que el lector común siga creyendo que un académico es un tipo muy aburrido, al que nada le afecta. Por eso he buceado cerca de año y medio en las anécdotas más personales y desconocidas de un buen puñado de académicos de todos los tiempos, a través de mis recuerdos y después de haber indagado en muchos archivos». —¿Con qué criterio ha seleccionado a unos autores y ha olvidado a otros?—Con el de la amenidad y el interés. Ha habido académicos tan importantes como aburridos, y otros muy divertidos. Yo he preferido la divulgación y el entretenimiento, para captar el interés del lector.—¿Y a quién ha olvidado, por ejemplo?—A Menéndez Pelayo, un sabio de una vida demasiado convencional.—De todos los personajes que ha estudiado, ¿a quién le importaba más ser académico, sin lograrlo jamás?—Quizás a Paco Umbral. Cuando la RAE prefirió a José Luis Sampedro, Umbral escribió que el economista era el candidato del régimen zapateril y, a partir de entonces, cuando le preguntaban, siempre decía que no quería un sillón en la Academia, que prefería una cama para dormir la siesta y no soportar a los aburridos miembros de la Casa.Tampoco Azorín aceptó de buen grado que le rechazasen, incluso intentó crear otra Academia subvencionada por Vicente Blasco Ibáñez. —También habla de quienes preferían no entrar porque consideraban que la RAE es gafe.—Sí, como Benavente, que estaba convencido de que leer el discurso era una invitación a la Parca. A otros simplemente no les interesó, como a Carmen Martín Gaite, o eran enemigos, como Azorín, que tras ser rechazado la tachaba de «Real Academia de las Inutilidades Españolas». Otros críticos fueron Clarín, Gómez de la Serna o Pérez de Ayala, elegido pero que nunca tomó posesión de su sillón. Para Valle-Inclán la Academia era un esperpento, y Unamuno criticó duramente los diccionarios. Y hubo quien simplemente no llegó a leer el discurso, como Hierro, o quien lo hizo tras más de tres años de esfuerzo, como Castelar.—Pero, bajo esas críticas ¿no latía el rencor?—Me temo que sí, porque en general sus detractores más feroces hubiesen querido ocupar un sillón. —Dedica también un extenso capítulo al machismo, o así, de la Academia...—Y lo hago con toda justicia: frente a casi 500 académicos, sólo ha habido siete mujeres en estos primeros trescientos años. Carmen Conde, la primera, elegida, en 1978, me contaba que se dió cuenta del machismo de la RAE cuando descubrió que en la Casa sólo había cuartos de baño para hombres: ¡jamás habían pensado en que una mujer fuese miembro! —¿Habrá una segunda parte del libro? Porque ha dejado a muchos académicos en el olvido.—Yo creo que sí, que vale la pena, porque al recordar la vida de tantos ilustres, recorro también la historia de España, su política con mayúsculas y sus mezquindades minúsculas.