¿Cómo funcionaba la censura franquista en las obras traducidas al catalán?
Fotograma de la película Goldfinger (1964)
Lara Estany considera que en los años sesenta son el momento propicio para estudiar la censura franquista en las traducciones catalanas. Estany, que es profesora de la facultad de Traducción e Interpretación de la UAB, elaboró su tesis doctoral sobre este tema, y ese amplio estudio lo convirtió en el ensayo de divulgación que ahora se publica, Del silenci a la represa. La censura en la traducció catalana durant el franquisme, que fue distinguido por el IEC con el V premio Rafael Patxot i Jubert, en el año 2020.
“En aquellos años se produjo el boom de la traducción, después de más de veinte años de prohibición”, refiere la autora. “Había habido casos de traducciones autorizadas, como la Odissea, de Carles Riba, y la Divina comèdia, de Sagarra –especifica Estany–, porque el franquismo siempre consideró la traducción catalana innecesaria o, incluso, peligrosa, porque pretendía eliminar el catalán como lengua de cultura”.
Los años sesenta estuvieron marcados por la llegada de Manuel Fraga Iribarne al Ministerio de Información y Turismo, “con un giro aperturista, que los editores no dudaron en aprovechar”. Estany cuenta que los permisos para traducir obras se presentan primero tímidamente, “pero a mediados de la década se llega al punto culminante, cuando la publicación de traducciones supera la de obras autóctonas”.
Para su tesis, consultó los expedientes de censura de 300 novelas gracias al fondo del Archivo de la Administración de Alcalá de Henares para saber qué obras habían sido censuradas y por qué. En la presentación en el IEC, dio algunos ejemplos: “De Goldfinger, de Ian Fleming, el informe de la traducción catalana de 1965 no presentaba ninguna objeción. En cambio, el informe para la castellana, de unos meses antes, consideraba que la portada era rechazable. Eso apunta a que las dos cubiertas debían de ser diferentes, o bien que era más importante controlar la edición castellana que, comprensiblemente, llegaría a muchos más lectores”.
También pasa algo semejante con Morir dos veces, que en catalán se censuraron dos páginas y en castellano, en cambio, “sufrió mucho más el efecto del bolígrafo rojo, ‘por falta de moral’ a lo largo de diez páginas, que no coincidían con las de la versión catalana”, destaca a la autora como curiosidad. Suprimieron las escenas “de subido erotismo”.
“La mayoría de los censores eran funcionarios que hacían su trabajo de un modo mecánico, aunque los había que demostraron una pasión auténtica por defender los ideales del régimen, y se manifiesta en los informes que redactaban”, afirma Estany, y pone como ejemplo un fragmento del informe sobre la novela Cal saber encaixar, de Stanley Ellin, que iba a ser publicada en la colección La Cua de Palla.
“El redactar pone de manifiesto la animadversión hacia algunas editoriales”, subraya, y lo ilustra con este redactado: “Una novela como otras diez mil, ni vale la pena comentarla con más amplitud. Debe autorizarse, entre otras razones, porque supone uno que no se venderá y que con ella perderán dinero ‘los íntimos amigos de España’ Ediciones 62”.