¿Cómo se llega a hablar 10 idiomas? Los trucos de los grandes políglotas
Tres testimonios de grandes políglotas entrevistados por ARA
Laura es de Torelló, vive en Suiza y habla nueve lenguas. Siru es finlandesa, vive en Barcelona y ha llegado a estudiar treinta idiomas, e incluso habla esperanto. Sam Hofstetter es un suizo italiano criado en Cancún que vive en Madrid y estudia aranés. Todos ellos provienen de hogares bilingües y han aprendido las primeras lenguas por motivos familiares y educativos, pero, a partir de la quinta, se les ha desatado el placer de aprender lenguas, conocer el mundo y entender nuevas culturas. Éste es el testimonio de tres grandes políglotas.
Laura Homs (Torelló, 1989) es muy popular en las redes gracias a Couch Polyglot, un canal de YouTube con más de 28.000 suscriptores en los que cada domingo cuelga vídeos divulgativos sobre el aprendizaje de lenguas y, en concreto, de catalán, castellano y alemán. El nombre de couch (sofá) viene porque dice que "hoy en día, gracias a internet, no es necesario salir de casa para aprender idiomas, no es necesario viajar; esto es una excusa". Laura habla nueve idiomas.
El origen de su poliglotismo no es nada original. No disfrutaba especialmente con los ejercicios teóricos y gramaticales y, en cambio, quería entender la música, los libros y las películas en versión original. Lo que pensaba que era procrastinar es lo que en realidad le dio un acceso al idioma más rápido que el de sus compañeros de clase. "Con las lenguas hay mucha frustración porque hemos estudiado inglés muchos años y sabemos muy poco, así que pensamos que nunca lo aprenderemos bien. Crees que si has fracasado es tu culpa. Pero si toda una generación fracasa, quizás el problema no eres tú sino el método", reflexiona.
Ella estudió traducción e interpretación en la UPF (de inglés y francés) porque quería "viajar y conocer gente" y también se apuntó a la Escuela Oficial de Idiomas (EOI) para aprender alemán. Con el catalán y el castellano ya tenemos cinco lenguas. Con una beca de auxiliar de conversación se fue a Hamburgo y allí conoció a su actual pareja. Han vivido diez años en diferentes lugares de Alemania y ahora se han trasladado a Suiza, donde ya está aprendiendo el alamanico suizo. Además, su compañero es de origen ruso. "Por respeto, si mi pareja aprende catalán, me parece lógico que yo aprenda ruso", así que también se a ello. Sorprendentemente, dice que enseguida pudo hacerse entender, aunque de entrada el alfabeto cirílico imponga. "Mi objetivo es la comunicación y puedo hablar de cualquier tema. El problema es el perfeccionismo. Tienes que pensar que quizás nunca llegarás a la perfección, y no pasa nada", reflexiona. Ya llevamos siete lenguas.
La última que está aprendiendo es el italiano. Y al ser tan cercana a otros que ya habla, ha aplicado dos métodos concretos. Por un lado, el input comprensible, basado en aprender con material no pedagógico adaptado a tu nivel. "Es como aprenden los niños, también, por el contexto. El cerebro funciona si le das un 70% de palabras que pueda entender, así que puedes escuchar podcasts adaptados o vídeos con subtítulos", explica. Por otro, utilizó los llamados "hábitos atómicos". "Mucha gente se bloquea porque se piensa que si no estudias tres horas al día no es necesario ni empezar, pero con pequeños pasos puedes llegar a grandes objetivos. Yo hice 10 minutos de italiano al día durante un año. Si tienes muchos inputs, puedes llegar a hablar italiano bastante bien". El mismo método es el que ahora utiliza escuchando podcasts en sueco. Y esto nos lleva a los nueve idiomas, en diferentes niveles.
"Si sabes tantas lenguas, tienes que priorizar. Algunas las uso cada día y a nivel laboral. A las que aprendo por gusto no les pongo tanta dedicación y tengo un nivel más básico, pero sí que de vez en cuando las tienes que utilizar o las olvidas". "Coleccionar idiomas no tiene sentido. Para mí es un enriquecimiento, aparte de una forma de integrarte sin limitaciones", reflexiona.
"He llegado a estudiar treinta idiomas, pero no para ir a comprar el pan"
Siru Laine (Turku, Finlandia, 1987) tiene fascinación por las lenguas y habla "diez u once" con un buen nivel: "He llegado a estudiar treinta idiomas —afirma—. Ahora si empiezo a estudiar uno nuevo me interesa más la gramática y la historia de la lengua que el vocabulario para ir a comprar el pan". Sólo así se entiende que las que ahora estudie sean el náhuatl (con una profesora online) y el húngaro (con Duolingo).
Aprender lenguas ha sido una constante durante toda su vida. Su lengua materna es el finlandés, pero allí en la escuela todos los alumnos cursan inglés y por lo menos tres años de sueco obligatorios, porque también es lengua oficial. A los 11 años decidió hacer alemán y a los 13 latino. Todas las lenguas las estudiaba en la escuela ordinaria, la mayoría en horario lectivo y sencillamente siguiendo los libros: "No tenía muchos amigos, así que tenía mucho tiempo", se excusa. Estudiaba lenguas mientras su madre también las estudiaba para sacarse la carrera, porque tuvo cinco hijos de muy joven. Siru tenía nueve idiomas antes de la universidad (también se había apuntado a francés, castellano, ruso, italiano y griego antiguo) "porque podía, por capacidad y porque del resto de asignaturas hacía lo mínimo".
Sin saber ni una brizna de Islandés se planta en la isla y lo aprende de oído. Estudia durante seis años filología islandesa y un máster de traducción. En esa época aprendió esperanto "por curiosidad". "Como tiene palabras de todos los idiomas, es fácil adivinar lo que quieren decir", explica. Así conoció a su novio de la época, un esperantista italiano. Los idiomas minoritarios le interesan especialmente, por eso escogió hacer un Erasmus en Cerdeña: "Como ya hablaba varios idiomas que vienen del latín, me interesaba ver cómo han evolucionado y la relación entre ellos".
Lleva nueve años viviendo en Barcelona, donde se dedica a traducir textos médicos del inglés al finlandés, pero también del noruego, el danés, el feroés, el islandés y de otras lenguas, en función de los encargos. A estas alturas domina también el castellano, el italiano y el portugués (por si alguien se pregunta por qué: éste último lo aprendió para poder ir de público a Eurovisión). Fuera del trabajo, practica los idiomas que sabe con sus amigos a través de Facebook y, los nuevos, los estudia un poco todos los días. Le falta poco para terminar los cinco años de euskera de la EOI y ha realizado cursos para tener nociones de rumano y turco.
Con el catalán empezó por un curso en el Consorcio para la Normalización Lingüística y ahora lo entiende, lo escribe y puede hablarlo (incluso puede cantar, lo hace en el Coro Ariadna y el Orfeón Atlántida), aunque no está muy acostumbrada. “Me falta algo de valentía. Soy muy consciente de mi acento, que no me gusta nada, y por eso sólo lo hablo cuando me siento cómoda. Pero no tener un mínimo sería una falta de respeto, después de nueve años aquí”.