¿Cuál es la diferencia entre 'seudónimos' y 'heterónimos'?
En ocasiones los escritores no usan sus propios nombres para firmar sus obras: eligen seudónimos para que aparezcan en las portadas de sus títulos. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra seudónimo (también pseudónimo, para quien eche de menos la p), tiene estas tres acepciones:
1. adj. Dicho de un autor: Que oculta con un nombre falso el suyo verdadero.
2. adj. Dicho de una obra: Firmada con seudónimo.
3. m. Nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio.
Son muy conocidos en España los ejemplos clásicos de José Martínez Ruiz, Azorín, o el periodista Mariano José de Larra que firmaba sus artículos como Fígaro o El pobrecito hablador. Más allá de nuestras fronteras, en la literatura de todos los tiempos hay ejemplos por decenas. Algunos de los seudónimo son tan conocidos que han acabado borrando el nombre originario del autor como es el caso de Voltaire, que en realidad era François-Marie Arouet; Mark Twain, cuya verdadera identidad era Samuel Langhorne Clemens; o Lewis Carroll, que firmaba sus obras literarias como Charles Lutwidge Dodgson para diferenciar su producción literaria de su trabajo como matemático. Y ya hemos hablado en este portal del caso de las hermanas Brontë, que eligieron como seudónimos nombres masculinos para que sus obras lidiaran mejor con la censura y tuvieran una mejor y más fácil salida.
Pero en ocasiones sucede que ese nombre se va de las manos, cobra vida y destino, cobra también el don de la palabra y discute y rebate al propio autor convirtiéndose en una especie de doble: esos son los heterónimos. El diccionario de la RAE los define así en su segunda acepción (aunque también admite, en la tercera, que la palabra puede funcionar como sinónimo de seudónimo):
2. m. Identidad literaria ficticia, creada por un autor, que le atribuye una biografía y un estilo particular.
En España, el ejemplo clásico es Antonio Machado con sus “complementarios”, como a él le gustaba llamar a las identidades de Juan de Mairena y Abel Martín. No en vano dejó escritos los versos:
Busca tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario
Cómo él, ambos eran profesores y, también como él, ambos eran filósofos interesados en la pedagogía. Hizo a uno, Juan de Mairena, discípulo del otro, les dio una biografía (un tanto desordenada o despreocupada de las fechas y la cronología a tenor de lo que dicen los estudiosos de su obra) y les hizo autores del Cancionero apócrifo de Abel Martín (1926) y de Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1936).
Pero el caso paradigmático en la creación de heterónimos es el del poeta portugués Fernando Pessoa: los creó por decenas (algunos cifran el número en 72), pero otras fuentes hablan de trescientos. En cualquier caso, hay cierto acuerdo en dar los cuatro siguientes como los más relevantes y con una personalidad, estilo y biografía más definidos.
Álvaro de Campos pudo estar influido por la personalidad del poeta Mario de Sá-Carneiro, amigo de Pessoa, que se suicidó a los 26 años en París. Es un hombre moderno, al que le apasiona viajar, cosmopolita, amante de los inventos y la tecnología. Es alguien que quiere saberlo todo, vivirlo y experimentarlo todo, pero que en medio de tales deseos es capaz de sentir también el pálpito o el vértigo de la nada.
Alberto Caeiro es el poeta campesino. Sin estudios formales, más allá de lo más básico, es capaz de profundizar en los temas esenciales del ser y la filosofía. De ahí que se le conozca como el poeta o el alter-ego filosófico de Pessoa, lo que a Caeiro le irrita profundamente. A él le interesa la poesía y poco más, de hecho es el único de los principales heterónimos de Pessoa que no se dedicó a la prosa.
Bernardo Soares es un heterónimo de Pessoa que se le parece mucho. Tanto que el portugués no se preocupó de darle una biografía definida, ni una fecha de muerte como ocurre en el caso de los demás. Le hizo autor de la obra de su vida El libro del desasosiego.
Ricardo Reis es el heterónimo interesado en lo mejor del pasado, en la Antigüedad clásica. A la búsqueda de la armonía y el equilibro, se define como latinista y siente cierta melancolía por aquellos tiempos. José Saramago tomó el testigo de Pessoa y continuó la vida del heterónimo en su conocida obra El año de la muerte de Ricardo Reis.