¿La puntuación gramatical ha existido desde siempre?
La escritura del latín clásico no tenía puntos, ni comas, ni espacios entre las palabras
¡Noooo... claro que no! tuvimos que esperar hasta el siglo VII para tener puntos, comas y dos puntos.
Uno de los principales propósitos de la escritura en las antiguas Grecia y Roma era dar conferencias y discursos políticos, no publicar textos. Antes de salir al escenario, un orador trabajaba en su texto, escribiendo signos que solo él entendería, determinados individualmente para sílabas largas y cortas, pausas para el efecto retórico y la respiración, y uniendo las palabras al leer en voz alta. No existía la lectura como hoy la conocemos.
Escribir sin puntuación duró muchos cientos de años, a pesar de los esfuerzos individuales como los de Aristófanes de Bizancio, el bibliotecario de Alejandría. Alrededor del 200 a. C, este erudito deseaba facilitar la pronunciación del griego para extranjeros sugiriendo pequeños círculos en diferentes niveles de la línea para pausas de diferentes longitudes, enfatizando el ritmo de la oración aunque no su forma gramatical.
Esta tarea quedaría para el clérigo, erudito y enciclopedista del siglo VII Isidoro de Sevilla, quien inventó el punto, la coma y los dos puntos. Repensó la puntuación de Aristófanes, basada en pausas al leer en voz alta, en términos de sintaxis: una expresión cuyo sentido y sintaxis fueran completos recibiría un punto en la parte superior de la línea, que en siglos posteriores migraría hacia la parte inferior y para convertirse en el punto que conocemos hoy.
Las ideas de Isidoro circularon ampliamente y, a finales del mismo siglo VII, los monjes irlandeses ya añadían espacios entre las palabras a su sistema de puntos, algo que nunca se había hecho antes en latín.