¿Por qué la gente comete lapsus al hablar?
Equivocarse al hablar es común y perfectamente normal
A veces, queremos decir algo y sin esperarlo lo decimos al revés. No es que de pronto hablemos al revés, sino que se nos escapan palabras o frases en un orden invertido. Nos damos cuenta de inmediato, pero ya es demasiado tarde para no entrar en una pequeña gran fase de bochorno porque, ¿qué ha podido pasar? ¿Acaso es un lapsus o puede que repita constantemente? ¿Cómo hemos podido confundirnos en algo tan asumido como es el habla?
Seguro que más de una vez te has ido a dormir recordando aquel momento, hace meses (incluso años) en que te ocurrió una de estas. En ese caso, te gustará saber que todos los hablantes son susceptibles de cometerlos. Incluso las personas que se comunican mediante lenguaje de señas se equivocan. Los lapsus son una característica más común en el lenguaje de lo que crees.
Así lo apunta el profesor estadounidense Cecile Mckee en The Conversation. Este experto en psicolingüística del desarrollo que estudia cómo usan el lenguaje las personas sostiene que las investigaciones en dicho campo hasta la fecha muestran que los hablantes de cualquier idioma lo almacenan y recuperan en diferentes formatos o unidades. Es decir, vamos conformando un amplio almacén reuniendo desde consonantes individuales y grandes hasta frases hechas con varias palabras.
¿Te duele el estómago, la barriga o la tripa?
En este sentido, apunta Mckee, una forma de pensar acerca de los errores del habla es en términos de las unidades lingüísticas que involucra cada uno. Otra forma de pensar en ellos es en términos de las acciones que afectan a estas unidades. En las palabras, cada una de las consonantes que las componen están, primero, en su propia sílaba. De la misma forma, las palabras se involucran entre sí por partes que a su vez construyen las frases.
No obstante, otra forma de analizar los errores del habla es en términos de lo que los influye. En este sentido, las sustituciones de una palabra por otra pueden explicárnoslo. Se trata, por ejemplo, de los distintos nombres que hacen referencia a partes del cuerpo que por situación resultan similares, pero que no suenan igual: ¿Qué decir cuando nos duele el estómago, la barriga o la tripa? En un caso así, crece la posibilidad de mezclar dos de ellas, incluso las tres, y acabar creando un nuevo concepto.
”Esta mezcla de palabras, y miles similares, sugiere que nuestros diccionarios mentales vinculan palabras con significados relacionados. En otras palabras, las conexiones semánticas pueden influir en los errores del habla”, asegura Mckee.
De Freud a la actualidad
También puede ocurrir que tengamos nos surja de manera involuntaria una palabra inhibida (por lo general, de alto contenido erótico) que desfigura el lenguaje políticamente correcto que en el momento estamos tratando de utilizar. La teoría que durante décadas se ha puesto primero sobre la mesa la elaboró Sigmund Freud, quién denominó a los lapsus verbales Fehlleistungen (en español, algo así como actos fallidos). Según el psicoanalista, se trata de aportaciones del inconsciente, porque nos topamos de repente con esa parte oculta de nuestros deseos y tendencias.
¿Pero estamos seguros de que sea así siempre? Ya sabemos que para el vienés, los lapsus resultaban buenas herramientas para adentrarse en el subconsciente humano, pero se ha demostrado después, no todos estos errores pueden entenderse bajo este prisma.
Gary Dell, profesor de lingüística y psicología en la Universidad de Illinois (Estados Unidos), sostiene que los conocidos como lapsus linguae son la muestra de la capacidad de una persona para usar el lenguaje y sus componentes.
Según sostiene Dell, los conceptos, palabras y sonidos “están interconectados en el cerebro a través de tres redes: léxico, semántico y fonológico. Y el habla surge de la interacción de las mismas. Pero de vez en cuando estas redes, que operan a través de un proceso que él denominó 'propagación de la activación', viajan a saltos. Como consecuencia, el resultado puede ser un lapsus o un error al hablar”.
Al final, un acto tan aparentemente sencillo como el habla requiere de una actividad cerebral muy intensa. Por ejemplo, imagina que vas a decir la palabra “cultivar”. En ese momento, tu mente activa una red semántica que está compuesta por, nada más y nada menos que, unas 30.000 palabras (se ponen en marcha todos los significados relacionados con la palabra cultivar e incluso nuestras experiencias personales con ese término). ¿Entiendes ahora por qué es tan fácil equivocarse?