¿Soy bilingüe?
Haga esta prueba: pregunte a las personas que le rodean qué creen que es ser bilingüe. Las respuestas probablemente reflejen a una persona que domina dos idiomas y que puede comunicarse de manera fluida en ambos. Toda persona sin esa habilidad quedaría fuera de la definición.
A nivel académico, el bilingüismo se puede graduar en función de la habilidad que se tiene en un segundo idioma, con niveles crecientes de bilingüismo según se progresa en el aprendizaje. Es decir, una persona que sabe más inglés, por ejemplo, está más cerca de ser bilingüe que una persona que sabe menos. Pero como veremos, no necesariamente es así.
Estas dos visiones responden a la preferencia de nuestra mente por la simplicidad, pero la “experiencia bilingüe” no es categórica. El bilingüismo es un fenómeno multidimensional: distintas dimensiones entran en juego para determinar si una persona es o no es bilingüe, como desarrollamos a continuación.
1. Nivel de dominio del segundo idioma
La dimensión más visible del bilingüismo es el nivel de fluidez en un segundo idioma y, además, es la medida más usada por los investigadores para diferenciar entre personas bilingües y no bilingües. Pero ¿en qué punto de esa escala de grises pondríamos el lugar donde una persona pasa de ser monolingüe a bilingüe?
La investigación en psicolingüística ha mostrado que las personas que entran en contacto por primera vez con un segundo idioma comienzan muy pronto a experimentar cambios en cómo manejan su lengua materna. Por ejemplo, dan muestras de tener activo el segundo idioma incluso cuando sólo están hablando en su idioma nativo.
También comienzan temprano a mostrar diferencias en su habilidad atencional y de memoria como resultado de tener que manejar esta activación conjunta de idiomas. Este es el caso de estudiantes universitarios en un curso introductorio de español que, a los seis meses de empezarlo, ya presentaban cambios en tareas en las que tenían que contener impulsos en comparación con sus compañeros que no estaban matriculados en esa asignatura. Todo esto hace que sea difícil considerar a quienes comienzan a aprender un segundo idioma simplemente como monolingües.
Incluso aquellas personas que tienen un nivel muy alto en dos idiomas son diferentes entre sí. De hecho, pueden diferir en cómo su mente y su cerebro actúan en función de la frecuencia con que usan cada uno de los dos idiomas o de la edad en la que los adquirieron.
2. Edad de adquisición
Cuando se aprende un segundo idioma a edades tempranas, el nuevo idioma entra en contacto con un cerebro en desarrollo y con redes de conexiones cerebrales aún sin formar. Por tanto, en el momento en que el cerebro es más moldeable, la lengua va creando los caminos más idóneos para que nuestra mente opere eficientemente con los idiomas.
Cuando adquirimos el segundo idioma como adultos, hay que hacer uso de conexiones ya asentadas y modificarlas. Esto implica a nivel cerebral, por ejemplo, que los bilingües tempranos y tardíos presentan una conectividad diferente entre las regiones implicadas en el procesamiento del lenguaje.
Curiosamente, parece que la edad de adquisición no afecta de la misma manera distintas habilidades del lenguaje. En un estudio se encontraron diferencias entre bilingües tempranos y tardíos en el procesamiento morfosintáctico (las reglas de formación de palabras y oraciones) pero no en el semántico (el significado). Por ejemplo, el cerebro de los bilingües tardíos mostraba mayor activación cerebral ante frases erróneas en su segundo idioma como “Los gatos caza ratones” pero no ante “El ratón caza al gato”. Esto podría indicar mecanismos compensatorios y mayor esfuerzo en detectar errores gramaticales, a pesar de que ambos tipos de bilingües detectaban igual de bien los errores y de que la fluidez en el habla, la lectura y la escritura eran las mismas.
También hay bastante evidencia de las diferencias a nivel de pronunciación, mostrando que aquellas personas que han adquirido el segundo idioma antes de los cinco años tienen una pronunciación más cercana a la nativa y con menor influencia del primer idioma. Aún así, como se viene apuntando, esto varía mucho dependiendo de la experiencia. La frecuencia de uso de cada uno de los idiomas, los sonidos específicos e incluso las actitudes hacia cada una de las lenguas que se hablan determinan estas diferencias de pronunciación.
3. Contexto en el que se aprenden y usan los idiomas
El contexto es muy importante incluso para quien no entiende una palabra de otro idioma que no sea el propio. Así, las personas monolingües de entornos donde se hablan múltiples lenguas tienen, por lo general, mayor facilidad para aprender nuevos idiomas en comparación con aquellos que viven en entornos donde no hay diversidad lingüística. Sorprendentemente, esta mayor facilidad para aprender idiomas se extiende a lenguas que son distintas a aquellas presentes en el contexto, por ejemplo, los californianos expuestos a inglés, español, mandarín, o coreano, entre otros, tienen mayor sensibilidad al finés.
Y hay un perfil distinto de persona bilingüe según su contexto. El bilingüe puede encontrarse en contextos donde sólo se habla un idioma (el nativo u otro), como una región geográfica, o pequeños contextos unilingües como quien habla un idioma en el trabajo y otro en casa. En otros casos, puede estar en contextos bilingües donde usa ambos idiomas pero con personas diferentes (por ejemplo en una empresa con personas de distinta nacionalidad) o contextos donde se usan dos idiomas con la misma persona e incluso en la misma frase. Cada tipo de experiencia moldea un perfil diferente de persona bilingüe.
¿Habla andaluz?
Es probable que usted use una variación de su idioma oficial, andaluz como yo, canario o rioplatense, por nombrar algunos de los muchos que hay en concreto dentro del español. La distinción entre lo que es un dialecto o una lengua es más complicada de lo que parece (por ejemplo, el mandarín y el cantonés en China son considerados oficialmente dialectos, aunque los hablantes de uno y otro idioma pueden no entenderse) pero hay algunas características en cómo la mente lidia con los dialectos que es similar a las que tienen los bilingües.
En otro artículo de The Conversation, se habla de cómo las palabras en dos idiomas compiten por ser seleccionadas para su producción y las consecuencias que esto tiene para los bilingües. Pues bien, algunas investigaciones han encontrado que cambiar de dialecto conlleva un coste similar al que hay cuando se cambia entre idiomas.
Como podemos ver, es muy difícil ver el bilingüismo en términos de blanco y negro. La experiencia bilingüe parece asemejarse más a la paleta de un pintor, donde cada color sería una dimensión. Distintos colores se combinan con otros en distintas proporciones para crear tonalidades nuevas. Teniendo esto en cuenta, habría que sustituir la pregunta “¿soy bilingüe?” por la de “¿cuál es mi experiencia bilingüe?”.
* Patricia Román. Profesora de Psicología Experimental. Universidad Loyola. Andalucía