“Nombrar nuevas formas de habitar el género”: las luchas y las resistencias en torno al lenguaje inclusivo
La e es la quinta letra del abecedario español y la segunda de sus vocales. La e, que podría ser una letra cualquiera, se empezó a colar en los discursos de estudiantes en asambleas, de las feministas organizadas y en los encuentros LGBTI. La e, sencilla y disruptiva, es la letra insignia del lenguaje inclusivo: el uso de expresiones en las que, en vez de utilizar el género gramatical masculino (chicos) o femenino (chicas), se cambia la marca de género, generalmente mediante el morfema de género e (chiques), o incluyendo un pronombre no binario (les o elles) a los ya existentes (las/los, ellos/ellas).
Una de las características de este uso de la lengua española es que modifica un aspecto clave dentro del sistema. “El género es una marca lingüística obligatoria e ineludible. Es una de las características centrales de la lengua española”, explica en ese sentido Sara Isabel Pérez, doctora en Lingüística y profesora adjunta de la cátedra Discurso y Género de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en entrevista con la diaria. Y agrega que “no hay expresión a la que no se le asigne un género morfológico”, lo que se expresa por el morfema (a, o, e), en los sustantivos (la, el, le) o en los adjetivos que lo acompañan (contento/a/e).
Para la lingüista, la discusión sobre el sexismo en el lenguaje “no es nada nueva”, se puede “rastrear hasta la década del 70”. Ella dice que empezó a escuchar el lenguaje inclusivo a partir de 2015 y que, en Argentina, su visibilización máxima fue en 2018, previo al debate sobre el aborto en el Congreso de la Nación. Quienes empezaron a usarlo de forma extendida fue la gente joven, escolarizada y urbana. Podría decirse que son más las personas que lo conocen que las que lo usan. Al ser un uso relativamente nuevo de la lengua, aún no es sencillo de incorporar de forma generalizada. Y, lo que sería una de sus características más llamativas, perturba mucho a algunas personas y grupos que defienden el status quo y el “orden social”.
“Si no es peligroso, no se prohíbe”
Hace una década que América Latina es escenario de la emergencia de grupos antiderechos, también llamados antigénero. Pérez explica que estos grupos de la sociedad civil tienen fuertes articulaciones políticas y religiosas, que se oponen a los derechos sexuales y reproductivos y a los derechos de las mujeres y de las personas LGBTI. Trabajan de forma articulada entre sí a nivel internacional y de forma flexible en redes sociales. Su agenda principalmente está basada en la oposición al matrimonio igualitario, a las leyes de género o a las que garantizan derechos para las personas trans, y a la aplicación de la educación sexual integral en centros educativos. Uno de los grupos más reconocidos en el continente, Con mis hijos no te metas, fue creado en Perú en 2016 y tiene réplicas en toda la región.
En esta línea, los grupos antiderechos también incorporaron en su agenda la oposición al lenguaje inclusivo, porque tienen “como eje el cuestionamiento a la categoría de género”. “Cuestionan la existencia de algo denominado género como una construcción identitaria”, explica la lingüista. Para ellos, existe “la identidad sexual”, o sea, “el sexo biológico natural e inmutable en un orden establecido, que tiene su correlato en la lengua española con las dos marcas de género morfológico [a/o]”, agrega.
Debido a la incidencia política de estos grupos, su agenda fue tomada por actores políticos de la derecha (nueva o tradicional), que en países del sur de América Latina llevaron propuestas a sus parlamentos. Lo que tienen en común es el objetivo de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en centros educativos y organismos públicos. En junio de este año, por ejemplo, el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, junto con una resolución del Ministerio de Educación, prohibió el uso de la e, la x y el @ por parte de les docentes.
En el caso de Uruguay, la diputada de Cabildo Abierto, Inés Monzillo, presentó en abril el proyecto de ley “Alteraciones gramaticales y fonéticas en institutos de enseñanza y entes públicos” que tiene como objetivo prohibir el uso del lenguaje inclusivo en la administración pública y los centros educativos públicos y privados. Este documento, que se basa en que el “lenguaje inclusivo no tiene fundamento”, según ha declarado su impulsora, y que es el “reflejo de una ideología [de género]”, no sólo tiene el rechazo de colectivos feministas y LGBTI, sino de la Universidad de la República.
Es más, dos investigadoras de esa casa de estudios revelaron que el documento presentado por Monzillo es 97% plagio de tres textos. Entre ellos, un proyecto de reforma constitucional en Chile “que prohíbe el uso de alteraciones gramaticales y fonéticas que desnaturalicen el lenguaje dentro de la enseñanza oficial reconocida por el Estado”. La propuesta fue impulsada por los diputados de derecha Cristóbal Urruticoechea y Harry Jürgensen en mayo de 2021, un año antes de que Monzillo presentara el proyecto de ley en Uruguay. Al mismo tiempo, hace apenas un mes, dos diputados del Partido Republicano de Chile presentaron un nuevo proyecto de ley para prohibir el uso del lenguaje inclusivo en colegios.
En Brasil, a fines de 2020, fue presentado un proyecto de ley por el diputado federal Guilherme Derrite en el que se prohíbe a instituciones educativas públicas y privadas el uso del lenguaje inclusivo. Mientras, el aún presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en plena campaña para las elecciones del próximo mes de octubre se burló del uso del lenguaje inclusivo por parte de organismos argentinos.
Perú fue otro de los países de la región donde se presentó un proyecto de ley para prohibir este uso de la lengua. En mayo de 2021, el congresista César Gonzáles Tuanama fue el encargado de presentar una iniciativa que “prohíbe la alteración de la gramática y lingüística y enfoque de género en el sistema educativo nacional [sic]”.
Para Pérez, lo curioso, al menos en el caso de Uruguay y Chile, es que “los proyectos aparecen en momentos en los que el uso del lenguaje inclusivo no estaba siendo parte de la agenda. Es la emergencia de una prohibición del uso de algo que no se usa. No es que estaban todes les pibes y todes les docentes hablando en inclusivo, no era un tema”. Por eso, la lingüista concluye que “lo que buscan es traer al debate público una discusión que gira sobre la agenda de los antiderechos, porque lo que problematiza son cuestiones vinculadas con el ejercicio de ciertas opciones identitarias”.
No es solo una letra
A la hora de intentar prohibir el lenguaje inclusivo, los grupos antiderechos apelan a la norma, a la corrección de la lengua española y a autoridades como la Real Academia Española. Uno de los argumentos más extendidos para prohibirlo en los centros educativos es que dificulta la comprensión y obstaculiza el aprendizaje. Sobre este punto, hay estudios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que señalan que “las formas no binarias comunican la diversidad de género mejor que el masculino y se procesan igual o más rápidamente”.
Otra de las razones es que este es un “cambio que se está imponiendo”. Aunque, al decir de Pérez, “nadie, nunca, quiso imponer el lenguaje inclusivo, no está documentado en ningún lado. Lo que se hace es recomendar el uso del lenguaje no sexista”. Una de las estrategias de estos grupos es la de deslegitimar el discurso de quienes están a favor del uso del lenguaje inclusivo. “Es muy importante, en términos sociales y discursivos, qué discursos son legítimos y cuáles no. No son legítimos los que son considerados irracionales, arbitrarios, egoístas o destructivos en términos sociales”, explica Pérez. Y concluye: “Ponerle la etiqueta de ‘irracionales’ o ‘caprichosos’ es una forma de frenar estos cambios”.
Según documenta un equipo de lingüistas de la UBA, por lo menos en Argentina, “no existe una oposición social generalizada al uso del lenguaje inclusivo, sino que quienes se oponen lo hacen de manera muy ruidosa”. Para Pérez, “hay una resistencia que emerge frente al mero uso del inclusivo, no sólo a su defensa. Lo que hay allí es una reacción social frente a lo que perciben como una amenaza al status quo. El uso del inclusivo lo que hace es desestabilizar el masculino como genérico, pone en evidencia que no incluye a todo el mundo. Eso perturba mucho, y lo hace de una manera muy simple y económica”. Lo maravilloso del lenguaje, dice la lingüista, es que “lo tenemos tan naturalizado, que lo incorporamos como una herramienta inocente”. Ahí radica la potencia del uso de la e, una letra que muestra que el lenguaje “nunca fue transparente”, y “que tiene mucho que ver con tu subjetividad, tu ideología y tu forma de ver el mundo”.
Lo que no se nombra no existe
A través de una pantalla, Florencia Ferrigno sonríe, paciente, para explicar una vez más que prefiere que le llamen Ferri, la abreviatura de su apellido, porque es “no binario”. Hace cinco años que se reconoce como persona de género no binario, algo que para elle hubiera sido muy difícil un tiempo antes, porque “no había un contexto que le pusiera nombre a esto que venía sintiendo”.
Actualmente, está investigando para una maestría sobre el proceso contemporáneo de politización de las identidades de género no binario en Uruguay y Argentina. Ferri, que tiene 34 años, se afirma en el movimiento social para decir que “lo que no se nombra no existe”, por eso demanda una práctica de lenguaje no sexista e inclusivo. Así lo explica: “Hay una necesidad de ser nombrades para visibilizar las existencias de las personas que estamos fuera del binarismo genérico. Así podemos acercarnos a cuáles son las vivencias, las necesidades y las problemáticas de las personas de género no binario”. Además de representar a las personas no binarias, Ferri considera que el lenguaje inclusivo sirve para las “personas que están en momentos de exploración de su identidad de género”, para quienes la e puede ser “un momento de tránsito”. O personas trans que usan “más de un pronombre y la e les identifica”.
Sobre la respuesta de otras personas frente a su identidad, dice que, si bien su entorno cercano le apoyó, también “ha sido muy difícil”. “Lo explico, la gente lo entiende, pero les cuesta hablar con la e. Eso es cansador, todo el tiempo estás sintiendo que alguien no te está nombrando como le explicaste que te hace sentir bien”, agrega. Elle considera que prohibir el lenguaje neutro en centros educativos es “invisibilizar la identidad de personas que están por fuera del binarismo de género. Vas a decirle a gurises que están en plena edad de exploración y de afirmación que sus identidades no pueden ser nombradas; esto va a generar un efecto excluyente de las personas trans y personas no binarias en el sistema educativo”. Es, en otras palabras, no respetar el derecho de las personas a su identidad de género.
Más libres
“Las prácticas discursivas discriminatorias refuerzan, legitiman y reproducen la discriminación de género e, inclusive, habilitan ciertas formas de violencia. El lenguaje tiene efectos subjetivos y sociales”, explica Pérez para resaltar los efectos de un uso sexista del lenguaje. Si bien ella asegura que “el lenguaje inclusivo no va a acabar con el sexismo”, sí tiene la posibilidad de generar condiciones que permitan visibilizar la desigualdad entre géneros y promover cambios políticos, económicos y culturales en torno a ello.
Para Ferri, diferentes “formas de habitar el género”, más allá de las hegemónicas de hombre y mujer, “han existido siempre y han sido invisibilizadas”. En ese sentido, considera que los procesos políticos y el reconocimiento de la diversidad sexual de las personas “ha abierto caminos para poder nombrar estas nuevas formas de habitar el género”. Así es el futuro que se imagina Ferri, uno donde “nombrar los géneros no binarios pueda abrir la puerta a que las personas sean más libres para habitar sus cuerpos y sus sexualidades”.