Aprender a la perfección una lengua como adulto es casi imposible
Pep Guardiola, bebiendo cerveza en la Oktoberfest
¿Es usted griega? Esta es una pregunta que me han hecho muchas veces en Alemania. Es así como descubrí que el acento de los griegos y los hispanohablantes en alemán se parece mucho. ambién que, a pesar de que hablo muy bien el idioma, tengo acento, en el que las eles palatales catalanas despistan un poco, pero que, sea como sea, me marca como hablante no nativa.
En las películas de espías suelen aparecer agentes de los que se afirma que hablan varias lenguas extranjeras “sin acento” y los vemos haciéndose pasar por franceses o polacos sin que los interlocutores noten nada sospechoso. Algo tan fantasioso como que no les salgan moratones después de una dura pelea a puñetazos. Auténticos fenómenos, porque al resto nos salen cardenales con un solo topetazo con el canto de una mesa y, tras años aprendiendo el idioma, conservamos el acento.
Aprender a la perfección una lengua como adulto es casi imposible. Según las investigaciones de la neurolingüística, a partir de la pubertad determinadas zonas del cerebro que son responsables del aprendizaje de la lengua ya no procesan la información nueva que supone aprender otra lengua con la misma facilidad que en la infancia. En realidad, de la adquisición de nuevas lenguas se encargan zonas del cerebro diferentes a las de la materna. Los investigadores han descubierto que las palabras y su significado se procesan en la zona frontal del cerebro, mientras que los mecanismos que caracterizan la pronunciación se ubican en zonas posteriores. Son mecanismos muy complejos, automatizados, únicos, personales, por eso cuesta tanto adoptar un acento nuevo. Pero eso no quiere decir que no haya que intentarlo. Cuanto más lo aproximes al acento estándar más fácil es que se te entienda. De eso se trata, de poder comunicarse con plenitud. De modo que escuchas, analizas, aprendes, imitas.
Aprendes las palabras y sus connotaciones culturales, aprendes cuándo se usan, aprendes a hacer cada vez más cosas con ellas. Son palabras que llevan tu sello personal en forma de acento. Pero las palabras no son inocentes, con ellas vas asimilando también una nueva cultura. Y toda cultura arrastra consigo una enorme carga de prejuicios y estereotipos que se cuelan como polizones y te van infiltrando sin que te des cuenta.
Como los prejuicios sobre los diferentes acentos alemanes, que, por supuesto, están teñidos de valoraciones, nunca positivas, acerca de sus hablantes. En Alemania la variedad de dialectos de norte a sur y de este a oeste es tal que incluso los propios alemanes ponen subtítulos en las películas cuando algún actor tiene un habla muy marcada.
A medida que mi oído para el idioma se afinaba, distinguía cada vez mejor las diferencias dialectales y adquiría, sin darme cuenta, los prejuicios lingüísticos que se les asociaba. Y empecé a encontrar pesado y lento el acento bávaro, del mismo modo en que me daba risa el bruto acento sajón, el vienés me sonaba estirado y arrogante, el berlinés duro y proletario, los suizos parecen que siempre estén preguntando, el acento de Colonia es carnavalero. ¡Un momento! ¿Carnavalero? En algún momento me di cuenta de que yo, siendo extranjera ,había adquirido los prejuicios culturales alemanes. Y que eso es peligroso, porque son juicios de valor que recaen sobre las personas que los hablan.
Fue el momento en el que decidí que me plantaba, que bastante tengo con los prejuicios que traigo “de casa”. Prejuicios tan arraigados que evitar caer en ellos es un acto consciente de esfuerzo y voluntad, presupone un trabajo de raciocinio constante, que se apoya en la educación y en la cultura, que parecen pilares sólidos, pero no lo son tanto. A la que te descuidas, se escapa un “es que los XXX son siempre así” o un “eso es típico de los de YYY”, aunque ni siquiera te lo creas. Y es que los prejuicios nunca llegan a ser exterminados por completo, siempre te dejan restos. Pero bastante cuesta tratar de liberarse de los que te ha endosado tu propia cultura de origen como para ahora cargar con un paquete de prejuicios nuevos. Así que, como dije, aquí, donde sí que puedo decidir, me planto. Y le pido a ese acento que siempre voy a conservar que me lo recuerde y me proteja.