Cómo las mujeres fueron clave para el nacimiento del lenguaje humano
Los chimpancés establecen políticas bastante sofisticadas sin necesidad de lenguaje, dice Johansson. Foto: Gilles Barbier/imageBroker/Rex/Shutterstock
¿Cómo y cuándo evolucionó el lenguaje humano? ¿Acaso un día apareció un “módulo gramatical” en el cerebro de nuestros antepasados gracias a un cambio aleatorio en nuestro ADN? ¿O el lenguaje surgió del aseo personal, del uso de herramientas o de la cocción de la carne con fuego? Estas y otras hipótesis existen, pero no parece haber forma de elegir racionalmente entre ellas. Todo fue hace mucho tiempo, así que cualquier teoría debe ser esencialmente una especulación.
¿O debe serlo? Esta es la pregunta que presenta como un elegante thriller intelectual The Dawn of Language: How We Came to Talk (El amanecer del lenguaje, cómo llegamos a hablar). Su autor es Sverker Johansson, un sueco de 60 años, sereno y amable, que habla conmigo a través del Zoom desde su casa-estudio, repleta de libros, en la ciudad de Falun, donde trabaja como asesor principal en la Universidad de Dalarna.
Johansson comenzó su vida académica como físico de partículas, pero, explica ahora: “Sentí una creciente frustración con ese campo, porque se estaba industrializando cada vez más. Me sentía como el tipo de la cadena de montaje de Ford, atornillando el tornillo número 37 una y otra vez. Eso no es lo que quiero hacer como investigador”. Sonríe. Su primer desvío fue hacia la astronomía de neutrinos, y luego quedó fascinado por la lingüística y el rompecabezas de cómo existe el lenguaje.
Empezó a asistir a conferencias anuales dedicadas a esta cuestión y escribió un libro académico, Origins of Language: Constraints on Hypotheses (Restricciones a las hipótesis sobre el origen lenguaje, 2005). Su nuevo libro, sin embargo, no es una mera divulgación de aquél. Para empezar, dice, ha cambiado de opinión sobre los neandertales. Los científicos han secuenciado todo el genoma neandertal y ahora sabemos que los neandertales se cruzaron con los humanos modernos antes de extinguirse hace sólo unos 30.000 años. Esto significa, para Sverker, que es casi seguro que podían hablar. “Si dos personas tienen hijos juntos”, señala, “dudo mucho que uno estuviera con lenguaje y el otro no”.
En su libro, de hecho, ofrece una entusiasta defensa de los neandertales contra décadas de prejuicios: “Incluso hoy en día la palabra 'neandertal' se utiliza como un término peyorativo para personas con el tipo de actitudes primitivas que no consideramos apropiadas para un Homo sapiens”, escribe. “Es tan intolerante como triste que otro tipo de humano sea devaluado de esta manera simplemente porque era diferente [...] Los neandertales fueron los habitantes originales de Europa, los únicos verdaderos europeos. Nosotros y los neandertales nos separamos hace medio millón de años. Fue en Europa donde evolucionaron a partir de formas humanas anteriores, mientras que nosotros, los Homo sapiens, somos inmigrantes relativamente recientes de África”.
La determinación de reparar los prejuicios irreflexivos también está detrás del curioso hecho de que Johansson sea, según una posible estimación, el autor más prolífico del mundo. Paralelamente a sus estudios sobre los orígenes del lenguaje, también mantiene un bot de rastreo de la web (LSJbot) que raspa datos geográficos, meteorológicos y de otro tipo y crea automáticamente artículos breves en Wikipedia. “Wikipedia tiene una excelente cobertura geográfica donde viven los jóvenes blancos”, explica con sorna. “América del Norte, Europa, en general los países industrializados, pero África era básicamente un punto en blanco. Supongamos que hay una catástrofe en algún pueblo. ¿Qué haces como periodista? Buscas la aldea en Wikipedia, y si tienes un artículo breve allí, al menos puedes ver en qué provincia está, la ubicación aproximada, la ciudad más cercana”. Calcula que, hasta la fecha, casi el 20% de los artículos de Wikipedia, es decir, más de 1,5 millones, fueron creados por primera vez por su bot.
Resulta que también hay un desequilibrio de género en las teorías sobre cómo los humanos llegaron a hablar. El enfoque general de Sverker en su libro es loablemente empírico: “Me formé en las ciencias duras y los hábitos de pensamiento se mantienen”, dice. Lo que significa descartar cualquier teoría existente que simplemente no concuerde con los hechos conocidos. Y un hecho conocido es que las mujeres son tan buenas como los hombres en el uso del lenguaje. Por lo tanto, se puede descartar una de las hipótesis más comunes, la de que el lenguaje evolucionó a través de la selección sexual ―los hombres compitiendo por la atención de las mujeres―. “Las mujeres y los hombres hablan igual de bien”, dice Johansson. “Tienen la misma capacidad lingüística. A diferencia de los pájaros cantores, por ejemplo. Y eso significa que una explicación del lenguaje tiene que ser neutral desde el punto de vista del género, o casi”.
El campo intelectual se ha destacado por su preponderancia de hombres seguros de sí mismos con teorías supuestamente omnicomprensivas, y Sverker se empeñó en golpear el sexismo irreflexivo. “La posición se basa en la evidencia”, señala con suavidad, “pero tomé la decisión de destacarla deliberadamente. Como, diría, un firewall contra todas las teorías machistas que se han publicado en el último siglo”.
En este enfoque prudente y basado en pruebas, Johansson, como Sherlock Holmes, elimina las hipótesis una por una. La teoría de Noam Chomsky de que un módulo de “gramática” cerebral apareció repentinamente en virtud de una única gran mutación genética, por ejemplo, también se descarta con el argumento de que tal “supermutación” no es “biológicamente plausible”. La tesis de Robin Dunbar de que el lenguaje evolucionó a partir de los hábitos de acicalamiento en los grupos sociales más grandes, mientras tanto, no explica “por qué los babuinos, cuyas tropas pueden contener un par de cientos de individuos, no han evolucionado una alternativa al acicalamiento”.
Pero el tamaño del grupo y la interacción social son claves de otra manera, según lo que Johansson revela finalmente como su tesis preferida. Esta se inspira en parte en el trabajo de la antropóloga estadounidense Sarah Blaffer Hrdy, que sostiene que el cuidado cooperativo de los niños desempeñó un papel importante en la evolución. Johansson está de acuerdo, y piensa que la cooperación necesaria fue a su vez la chispa de la evolución del lenguaje. “Como los niños son tan difíciles de parir”, escribe en el libro, “tener ayuda puede significar la diferencia entre la vida y la muerte”. Las comadronas y las abuelas resultan ser la clave.
Cualquier teoría de este tipo debe pasar lo que Johansson llama la “prueba del chimpancé”: debe explicar por qué los chimpancés, tan cercanos genéticamente a nosotros, no evolucionaron también el lenguaje. La idea de que el lenguaje evolucionó a través de la búsqueda de estatus no pasa la prueba del chimpancé, porque los chimpancés ya cuentan con políticas bastante sofisticadas sin necesidad de lenguaje. Pero esta teoría centrada en la mujer sí pasa la prueba, porque las hembras de chimpancé abandonan su grupo de nacimiento cuando son sexualmente maduras, y pueden dar a luz fácilmente sin ayuda. Por tanto, no son necesarios vínculos especiales de confianza y cooperación.
Un conjunto de estas consideraciones ―teniendo en cuenta también las pruebas del uso de herramientas, la cultura y otras cosas― lleva a Johansson a concluir, en una revelación categórica: “La combinación de confianza y ayuda, la estructura familiar y de grupo adecuada, una mente preparada para el lenguaje y un nicho ecológico en el que la cooperación era una ventaja resultan ser exclusivos del Homo erectus, y explican por qué ningún otro animal posee lenguaje”. Es decir, nuestros antepasados ya habían empezado a hablar hace aproximadamente un millón de años.
Hay mucho más en el libro, incluidos agradables chispazos de humor socarrón: “A falta de un conocimiento detallado sobre el funcionamiento de las neuronas espejo”, escribe, “existe una amplia literatura que consiste en especular para qué sirven”; o, al hablar de la comunicación animal: “En lo que respecta a la mayoría de sus señales, sólo los calamares saben lo que significan”. En muchos sentidos, es un modelo de escritura de divulgación científica en su imperturbable y razonable ponderación de las ideas en competencia. “Espero que el lector vea una forma de pensar y una manera de tratar las pruebas que puede ser nueva para muchos de ellos”, afirma Johansson.
Ya está trabajando en un libro de seguimiento que se llamará Las huellas del lenguaje. “Se trata de lo que ocurre después, justo después de que tengamos el lenguaje. ¿Cómo conseguimos esta enorme diversidad de lenguas que tenemos hoy en el mundo, de 7.000 lenguas y cientos de familias lingüísticas diferentes? Pero no es simplemente un caos: hay mucho patrón en estas lenguas”.
¿Por qué, crudamente, debería importarnos todo esto? “Bueno, hay dos tipos de respuesta”, dice benignamente. “Una es básicamente la simple curiosidad: ¿de dónde venimos? El mismo tipo de impulso que hay detrás de los mitos de la creación, ¿no? Y el otro tipo de respuesta es más práctico. ¿Nos sirven los conocimientos sobre la evolución del lenguaje? Y ahí, diría yo, nos ayuda a entender mejor el propio lenguaje: los mecanismos del lenguaje. Y eso sería útil para pensar en los trastornos del lenguaje y en cómo apoyarlos y repararlos”.
Mientras tanto, The Dawn of Language es una historia fascinante por sí misma, y sorprendentemente optimista sobre la naturaleza humana, por su énfasis en la necesidad de confianza y cooperación para que el lenguaje haya podido despegar. “Si observamos a nuestros parientes”, dice Johansson, “resulta bastante obvio. No somos perfectos. Es cierto que la gente se pelea mucho, pero es como escribí en el libro: ponga a trescientas personas en un avión y se sentarán tranquilamente al otro lado del Atlántico. Ponga trescientos chimpancés en el mismo lugar. ¿Qué pasará?
“No somos perfectos”, repite Johansson. “Pero somos más cooperativos: nos resulta más fácil cooperar en grupos grandes y con gente que no conocemos. Entendemos mejor la reciprocidad: podemos hacerlo a mayor escala. Y somos mejores en la supresión de la agresión. Aunque sientas que quieres estrangular al tipo del otro lado del pasillo porque está hablando incesantemente, no lo haces”. En lugar de eso, quizás, sólo hay que maravillarse por el hecho de que pueda hablar.