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Discurso de ingreso de Concepción Company Company a El Colegio Nacional

11/06/2024

Concepción Company Company

La lingüista Concepción Company Company inaugurará el curso "Lengua, gramática y percepción del mundo". La primera sesión, titulada “Lenguaje, lengua natural y lenguas artificiales”, se llevará a cabo el miércoles 12 de junio a las 18:00 horas en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro Histórico, CDMX). En el marco de esta actividad académica, compartimos con los lectores de Crónica un fragmento del discurso de ingreso de la colegiada. Su convicción refleja en sus trabajos la importancia del estudio del lenguaje para conocer la cultura y la visión del mundo de las sociedades, tanto ancestrales como actuales.

He aquí, a modo de adelanto, un fragmento del texto:

Miguel de Cervantes, que practicaba el arte de escribir correctamente y era hombre sabio, tenía una pésima opinión de la gramática, como nos dejan ver las palabras de Sancho en diálogo con el bachiller Sansón Carrasco (Quijote. Segunda parte, cap. iii, p. 571, RAE-ASALE, 2004):

[Sansón Carrasco] —…que los que gobiernan ínsulas por lo menos deben saber gramática.

—Con la grama bien me avendría yo —dijo Sancho—, pero con la tica ni me tiro ni me pago

[‘ni me toca ni me meto’]

No me cabe duda de que la gran mayoría (…) es solidaria con las palabras de Sancho y muchos de ustedes piensan, en su fuero interno y hasta en el externo, “qué sabio era Cervantes, porque la gramática es una casi práctica esterilidad o inutilidad”.

La definición académica de sintaxis (Diccionario de la lengua española, s.v., RAE-Asale, 2013) es que se trata de aquella “parte de la gramática que estudia el modo en que se combinan las palabras y los grupos que estas forman para expresar significados” y, como segunda acepción, “el conjunto de reglas que definen las secuencias correctas [de una lengua]”. Aunque cierta y precisa, con esta definición no dan ganas de dedicarse a la sintaxis, como bien pensaba y decía don Miguel de Cervantes. A mí no me entrarían ganas, desde luego no me hubiera dedicado a ella, y menos en plena juventud cuando había cosas más interesantes que hacer.

No es pequeño, pues, el reto que se me presenta hoy ante ustedes y ante esta noble institución: menguar la mala fama de que goza la gramática, y ¡ya no digamos la sintaxis! Debo tratar de persuadirlos —algunos ya lo estarán— de que la sintaxis es esencial a nuestra vida diaria, no sólo porque la necesitamos para hablar, que no es poco, sino porque es la más fina, sutil y poderosa herramienta de que disponemos los hablantes para expresar nuestra visión de mundo. No es poca cosa. Y los seres humanos, como es sabido, somos la única especie sobre el planeta capaz de hacer sintaxis libre y de combinar creativamente secuencias y construcciones para hacer sintaxis “nueva”, sin necesidad de repetir lo ya oído o lo ya dicho, y sin requerir tener delante de nosotros un determinado estímulo para crearla. Tampoco es pequeña cosa.

La sintaxis, cosa sabida, es una parte de la gramática, aquella que se ocupa de cómo los hablantes ponemos en contexto, en construcciones y en colocaciones el léxico de una lengua, pero la sintaxis, cosa menos sabida quizá, es también la codificación de los significados de un pueblo. Se trata de una codificación altamente simbólica y abstracta, requerida siempre de contexto, filtrada por convenciones sociales seculares y por la arbitrariedad que rige y moldea la estructura de cualquier lengua.

La sintaxis —tal como la entiendo— no es para describir o hablar del mundo —cosa para la que también sirve, claro está—, sino para hablar de cómo los hablantes entienden y valoran, entendemos y valoramos, el mundo que nos rodea. En la lengua, en su uso real, en vivo y en la cotidianidad del día a día, no existe una sintaxis objetiva, todo es subjetivización, más subjetiva o menos subjetiva, porque los seres humanos somos seres sintácticos no objetivos —y estoy empleando subjetivización y objetivación en su sentido gramatical especializado, a saber, situarse el hablante dentro o fuera de la escena predicativa—. Los hablantes siempre expresamos, consciente o inconscientemente, aunque casi siempre de manera no consciente, nuestras valoraciones cuando hablamos. Por supuesto, se pueden decir oraciones totalmente objetivas como el niño come peras o Juan ama a María —los ejemplos canónicos de los manuales de lingüística y de la enseñanza para extranjeros—, pero esos ejemplos en la vida real, en los textos realmente producidos por hablantes nativos, son agujas en un pajar porque casi no existen, ya que nadie dice oraciones tan simples e inocentes. En suma, si dejamos a un lado el significado, la cultura y la visión de mundo, nos perderemos lo mejor de lo que la sintaxis es verdaderamente.

La capacidad de hablar una lengua, cosa bien conocida, es lo único que nos hace ser seres históricos, y la lengua necesita de sintaxis, sintagmaticidad o secuencialidad, porque nadie va por la vida diciendo palabras aisladas —mesa, silla, agua, pie—. Si lo hacemos, acabaremos en un hospital psiquiátrico, en la “casa de la risa”, porque hablar con palabras sueltas, hablar sin sintaxis, pues, es una patología del lenguaje. Está claro, la sintaxis es inherente a la lengua y esta es definitoria y exclusiva del ser humano.

Todos los seres humanos hemos recibido la lengua que empleamos como una herencia del pasado. Somos herederos de un conjunto de hábitos, de rutinas y de patrones de comunicación, dicho conjunto constituye la sintaxis de una lengua, y ese conjunto, además de permitirnos la comunicación con nuestros semejantes, nos hace depositarios también de la cultura y de la visión de mundo de los seres que utilizaron la misma lengua antes de nosotros. En suma, somos seres históricos gracias a la lengua, puesto que por medio de ella, y sólo a través de ella, transmitimos experiencias de padres a hijos, de abuelos a nietos, de amigos a amigos. Lo que nos hace únicos en el planeta es muy posiblemente la posibilidad de transmitir experiencias mediante la lengua y de expresar nuestra cultura y visión de mundo con ella.

La relación entre lengua y visión de mundo ha sido analizada y hecha explícita numerosas veces para el léxico, para el mundo de las palabras —recordemos la conocida hipótesis del relativismo cultural de Sapir y Whorf—, pero no se suele establecer tal relación para las construcciones y categorías funcionales de la sintaxis. Intentaré mostrar que esta, aunque por vías más abstractas y menos directas que el léxico, puede, y suele con cierta frecuencia, reflejar también la concepción de los hablantes sobre su mundo.

Empecemos a aterrizar estas ideas y a acercarnos al objetivo central de este discurso. Es sabido que las lenguas codifican o formalizan mejor aquello que es cultural y cognitivamente importante en una determinada comunidad lingüística. En otras palabras, lo que es importante para un pueblo encuentra siempre manifestación gramatical, ya sea mediante léxico, ya mediante mecanismos morfológicos, ya mediante recursos sintácticos, o bien mediante una combinación ordenada de las anteriores estrategias. Y es asimismo sabido que lo que es relevante en una cultura es también mucho más frecuente.

Un ejemplo muy simple, bien conocido, de sintaxis comparada bastará para mostrar la relación entre sintaxis y visión de mundo. Si contrastamos el inglés con el español en la zona de los verbos posturales —aquellos que indican el cambio de postura de un individuo respecto de la posición vertical sin movimiento—, es posible percatarse de que ante un mismo hecho real, el cambio de postura, cada lengua pone de relieve aspectos distintos. El inglés marca el cambio postural mediante preposiciones locativas, lay down, wake up, sit down, stand up, kneel down, fell down (the stairs), fall out (of bed), etc., mientras que el español lo hace mediante la partícula reflexiva se: acostarse, despertarse, sentarse, levantarse, arrodillarse, caerse, etc. Por tanto, cada lengua tiene una visión de mundo distinta del mismo fenómeno real y, en consecuencia, emplea mecanismos sintácticos distintos.

Para el inglés, lo importante es el espacio, concretamente, el cambio del cuerpo en el espacio, y, por tanto, esa lengua codifica el cambio de postura mediante preposiciones locativas, e incluso cambia de preposición y de verbo según el espacio y el modo en que ocurre el movimiento espacial, tal como sucede con ‘caerse’ (fell down / fall out), porque importa el espacio desde donde se realiza el movimiento (stairs / bed) y cómo se realiza (down / out). En el español, en cambio, lo único relevante es la afectación o transformación que sufre el individuo con el cambio de postura, y el espacio no importa, de ahí que nuestra lengua emplee la partícula se para todos esos verbos, porque con ella se indica que la acción afecta o recae sobre la propia persona, de manera que en español se pasa por alto, se ignora por completo, la dimensión espacial del movimiento.

[…]

Este sencillo ejemplo basta para mostrar que la codificación sintáctica es, con frecuencia, reflejo de la visión de mundo. Se trata de un reflejo no directo, claro es, sino filtrado por convenciones sociales, que secularmente ha empleado de manera continuada a través de los tiempos una determinada comunidad lingüística, y filtrado por la arbitrariedad de los signos lingüísticos.