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Ejercicios físicos podrían ayudar a aprender idiomas

22/08/2017
Gretchen Reynolds

Cuando ya somos adultos es difícil aprender una segunda lengua. Sin embargo, el proceso puede ser más fácil si te ejercitas mientras estudias.

Una reciente investigación reveló que ejercitarse durante una clase de idiomas amplía la capacidad de la gente para memorizar, retener y entender un vocabulario nuevo. Los hallazgos proporcionan nuevas evidencias de que para activar el trabajo mental hay que mover el cuerpo.

En los últimos años, una gran cantidad de estudios en animales y personas han demostrado que aprendemos de forma distinta cuando nos ejercitamos. Por ejemplo, los roedores de laboratorio que corren en ruedas de ejercicio preservan mejor sus recuerdos que los animales sedentarios. Además, los estudiantes se desempeñan mejor en los exámenes académicos si participan en algún tipo de actividad física durante la jornada escolar.

Sin embargo, aún quedan muchas preguntas sobre la relación entre el movimiento y el aprendizaje, entre ellas si el ejercicio es más benéfico antes, durante o después de una clase, así como cuánto y qué tipos de ejercicios podrían ser los más adecuados.

Así que para este nuevo estudio, publicado hace poco en PLOS One, investigadores de China e Italia decidieron enfocarse en el aprendizaje de lenguas y el cerebro adulto.

El aprendizaje de idiomas es interesante. De pequeños, casi todos aprendimos fácilmente nuestra lengua materna. No tuvieron que enseñárnosla de manera formal; solo absorbimos palabras y conceptos.

Sin embargo, cuando empieza la adultez, el cerebro comienza a perder algunas de sus capacidades innatas para el lenguaje. Muestra menos plasticidad en las áreas relacionadas con la lengua por lo que, para la mayoría de nosotros, es más difícil aprender un segundo idioma después de la infancia.

Para ver qué efectos podría tener el ejercicio en este proceso, los investigadores reclutaron a 40 hombres y mujeres en edad universitaria y de nacionalidad china que intentaban aprender inglés. A los estudiantes no se les dificultaba mucho el aprendizaje de esta segunda lengua, pero estaban lejos de ser competentes.

Muchos científicos creen que el ejercicio altera la biología del cerebro de formas que lo hacen más maleable y receptivo a información nueva, un proceso que se llama plasticidad.

Luego los dividieron en dos grupos. En uno siguieron aprendiendo inglés como lo habían hecho siempre: principalmente sentados y memorizando vocabulario por repeticiones en cada sesión.

El otro grupo complementó las clases con ejercicio. Los estudiantes se ejercitaron en bicicletas fijas a un ritmo tranquilo (casi el 60 por ciento de su capacidad aeróbica máxima); empezaron 20 minutos antes del inicio de las lecciones y siguieron con la rutina aeróbica durante los 15 minutos de clase.

Ambos grupos aprendieron vocabulario nuevo viendo palabras proyectadas en grandes pantallas, junto con fotos ilustrativas, como apple y la imagen de una manzana roja. Les mostraron 40 palabras por sesión, y la secuencia se repitió varias veces.

Más tarde, los estudiantes descansaron brevemente antes de responder a un cuestionario de vocabulario; usaron las teclas de una computadora para señalar tan rápidamente como les fuera posible si una palabra estaba acompañada de la imagen correcta. También respondieron oraciones utilizando las palabras nuevas, y marcaron si las oraciones eran correctas o si, como en el caso de The apple is a dentist, no tenían sentido. La mayoría de los lingüistas creen que entender oraciones demuestra un mayor dominio de una lengua nueva que solo aprender vocabulario.

Los alumnos completaron ocho sesiones de vocabulario a lo largo de dos meses. Al final de cada lección, los que se habían subido a las bicicletas se desempeñaron mejor en las pruebas que quienes estuvieron sentados.

Además, a diferencia de los estudiantes sedentarios, se hicieron más competentes al momento de reconocer oraciones aunque la diferencia no surgió sino hasta que pasaron varias semanas de clases.

Quizá lo más interesante es que la mejora en el vocabulario y la comprensión duró más en los ciclistas. Cuando los investigadores les pidieron a los estudiantes que regresaran al laboratorio para realizar una ronda final de pruebas un mes después de las lecciones —sin practicar mientras tanto— los ciclistas recordaron palabras y las entendieron en el contexto de oraciones de una forma más precisa que quienes no habían realizado actividades físicas durante las clases.

“Los resultados sugieren que el aprendizaje mejora cuando se combina con la actividad física, dice Simone Sulpizio, profesora de psicología y lingüística en la Universidad Vita-Salute San Raffaele en Milán, Italia que es una de las coautoras del estudio.

Estas mejoras van más allá de simplemente ayudar a la memorización, agregó. El ejercicio también mejoró la habilidad que tuvieron los estudiantes para usar las nuevas palabras.

Sin embargo, en esta investigación participaron estudiantes universitarios que hicieron un ejercicio relativamente leve, y no se sabe si las personas que practican otro tipo de ejercicio lograrán los mismos resultados.

Tampoco se profundiza en lo que ocurre dentro del cerebro y que podría contribuir a los beneficios del ejercicio. Sin embargo, muchos estudios previos han mostrado que el ejercicio detona la liberación de varios neuroquímicos en el cerebro que aumentan el número de células cerebrales y las conexiones entre las neuronas, dice Sulpizio.

Estos efectos mejoran la plasticidad del cerebro y aumentan la habilidad de aprender. Desde el punto de vista del mundo real, las implicaciones del estudio podrían parecer poco prácticas en un principio. Pocos salones de clases están equipados con bicicletas fijas. No obstante, el equipo especializado no es necesario, según Sulpizio.

“No estamos sugiriendo que las escuelas o profesores compren montones de bicicletas”, dice. “Una conclusión más sencilla es que las clases deberían contemplar alguna actividad física. Sentarse durante horas sin moverse no es la mejor forma de aprender”.