El arte y la función del insulto
Amando de Miguel, Libertad DigitalNo es la primera vez que traigo aquí a colación el espinoso tema de los insultos. Me apoyo ahora en el reciente artículo de Manuel Ariza (filólogo de la Universidad de Sevilla), Insulte usted sabiendo lo que dice. Es evidente que los sevillanos son maestros en la doma de caballos y en el arte de insultar. Son cosas parecidas.Sostiene don Manuel que algunos insultos típicos son polisémicos. Por ejemplo, «perra», que puede que sea un eufemismo para no decir «puta». Así, «hijo de perra». Yo llamaría a eso ñoñismo. Para don Manuel, «perra», en Andalucía y Extremadura, se relaciona con la holgazanería. Añado que lo de «perra vida» indica holganza, pero no siempre en un sentido desdeñoso. Por otra parte, lo de «holgar» es un cultismo para «follar». La «huelga» es otro cultismo para «juerga».Me parece especialmente interesante la apreciación de don Manuel sobre algunos insultos, como «tonto» o «bobo», que también pueden ser expresiones de afecto. Otra vez estaríamos ante el ñoñismo, por ejemplo, entre enamorados. Añado que también cumple esa función «soso». La repetición de sonidos para insultar es un recurso muy fácil: «tonto, bobo, soso, ñoño, memo, lila, nene, lelo». Todos ellos remedan el habla infantil. Ahí es donde converge el insulto con lo cariñoso.Don Manuel se refiere a «zopenco» o «zote» como insultos tardíos en la evolución del idioma y de etimología dudosa. Añado que el sonido se presta a muchos insultos: «zarrapastroso, zampabollos, zapatones, zafio, zángano, zangolotino, zascandil, zombi, zorra, zorrastrón, zamacuco, zaíno, zaragatero». Hay más. Lo siento por el presidente Zapatero. La cosa quizá venga de que el «ceceo» se consideraba un defecto físico, como el tartamudeo. O simplemente, que el sonido zeta es típicamente infantil.Me gusta el andalucismo de «malaje», que señala don Manuel. Es claro su parentesco con «mal ángel», es decir, demonio o sin gracia.Lo fundamental es entender la función del insulto. Si es algo tan frecuente en el idioma, es que sirve para algo. Desde luego, sirve para molestar al prójimo. Ahí se ve la fuerza que pueden tener las palabras. Pero también cumple la función de amortiguar o prevenir la violencia física, como atisba don Manuel. A mi modo de ver, muchas veces el insulto oculta alguna debilidad en el que insulta. Lo más difícil y meritorio es insultar sin que lo parezca. Valga el insulto amable de Carlos Herrera, dirigido a sus oyentes mañaneros: «camastrones».