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El asturiano sobrevivirá, pero
será diferente

18/11/2009

Eduardo García, La Nueva EspañaEl filólogo estadounidense Samuel G. Armstead parece un personaje de cuento. Hispanista, octogenario, en activo en su docencia de Lengua Española en la Universidad de California Davis, autor de numerosos libros sobre literatura medieval y especialista en romancero asturiano. Ayer inauguró en Oviedo el seminario «El patrimonio oral de Asturias», 57 años después de su primera visita a España, un país —entonces casi de posguerra— que lo fascinó. —¿Sobrevivirá el asturiano? —Yo creo que sí, pero será un asturiano algo distinto de lo que tenemos ahora, quizás una lengua un tanto rehecha para que sea aceptada por generaciones venideras. Estamos ante un material muy frágil. —¿La supervivencia pasa por la oficialidad? —No necesariamente. Hasta los catalanes están preocupados por la suya, y estamos hablando de una lengua sólida con un pasado cultural admirable. —Aquí pensamos que todos vamos a acabar hablando inglés, pero en su país, Estados Unidos, cada vez hay más hispanoparlantes. —Es cierto, pero yo no soy tan optimista. Se sorprendería de ver cuánta familia hispana en el norte de California, donde vivo, tiene hijos que ya sólo hablan inglés. Las familias hispanas no hacen el esfuerzo del bilingüismo, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, con los chinos. —Así que sus alumnos californianos saben dónde está Asturias... —Supongo que la inmensa mayoría sí. Y quien no lo sepa, él se lo pierde. —¿Cómo llegó al romancero astur? —A través de mi interés por la lengua de los sefardíes. Aquel dialecto arcaizante que escuchaba en sus bocas era algo impresionante, gentes que se entendía en una especie de castellano antiguo, que hablaba el lenguaje del Cantar del Mío Cid. Un tesoro precioso. Puse, junto a otro colega, un anuncio en un periódico pidiendo entrevistas con personas que hablaran sefardí, y llegué a hacer más de 200 y a compilar una colección muy seria de romances. Lo que empezó casi como una curiosidad se transformó en una empresa de enorme importancia. —¿Su primera impresión de Asturias? —Fue hace muchos, muchos años... Llegué en tren, vi las montañas, los valles, las rocas... Impresionante. Y pensé: no me extraña que los árabes no hayan logrado pasar. Viendo el paisaje comprendí el inicio de la Reconquista. «Llegué a Asturias, vi las montañas y comprendí que los árabes no hubieran podido pasar» —Pero pronto quedamos al margen. —Y eso no fue malo para la pervivencia de los dialectos del Norte. Yo creo que el asturiano es un tesoro cultural que se conserva precisamente por su lateralidad. El fenómeno de la Reconquista barre y acaba con todas las formas hispánicas locales, por ejemplo con el dialecto mozárabe, que tenía su importancia. Asturias no fue tocada demasiado por la Reconquista, nada que ver con lo que pasó de Cantabria para abajo, con un proceso de castellanización muy intenso y con unos resultados amplísimos. No hay un área hispanoamericana en la que no se hable castellano. —¿Y usted dónde lo aprendió? —En realidad, lo aprendí en Cuba, con acento del Caribe. Me costó trabajo quitármelo de encima pero era necesario porque ¿cómo iba a explicar el «Cantar del Mio Cid» con el deje cubano? —¿El español se contamina en América? —Desmiento el mito de un español hispanoamericano distinto. Puede que haya exotismos pero el lenguaje en el mundo hispánico es un todo. —En su currículo hay algo singular: usted fue discípulo de Américo Castro. —Fue en la Universidad de Princeton. Era un hombre de erudición incalculable, una figura ya muy importante por aquel entonces, y con un genio tremendo.