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El caló mexicano, poco estudiado

11/04/2009

La JornadaHablado por el “pelado” mexicano, el hombre de campo, el de la ciudad, del barrio, de los cargadores, los albañiles, “ñeros” o rasposos, el caló es un lenguaje muy extendido y, sin embargo, poco estudiado.Por ello, para el especialista de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Iván Augusto Ramos Hernández, es necesario dar una solución a esta situación y realizar una investigación actualizada y, posteriormente, filológica, semántica, epistémica, artística y hasta ética.En un texto publicado en la revista Cemanáhuac, de la UAM, el egresado de la Licenciatura de Filosofía refiere que ideas incipientes en torno a este lenguaje se pueden encontrar en textos de Samuel Ramos, Alfonso Reyes, Antonio Caso, José Ramos y Octavio Paz.Asimismo, voltearon hacia él o lo utilizaron figuras de la cultura mexicana como Leopoldo Zea, Rodolfo Usigli y Agustín Yáñez, por mencionar algunos.En su “Incipiente estudio filológico del caló en México”, Ramos Hernández explica que este habla corriente del mexicano encierra no sólo expresiones ofensivas e hirientes, que suenan mal al oído discreto y prudente, sino que tiene justificación y hasta ingenio.Señala que el "pelado" mexicano es un ser de naturaleza explosiva, cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve; sus salidas son verbales y tienen como tema la afirmación de sí mismo en un lenguaje grosero y agresivo.Su lenguaje es de un realismo tan crudo que es imposible transcribir muchas de sus frases más características, y aun cuando quien lo maneja sea completamente desgraciado se consuela con gritar al mundo su valentía, en sus propios términos.Así, una de sus expresiones favoritas es “yo soy tu padre”, con la intención de afirmar el predominio, en una muestra de su obsesión fálica, que sugiere la idea de poder.En ese sentido, anota que entre los textos en los que se pueden encontrar referencias al caló, hay posiciones discordantes, pues, por ejemplo, Ramos considera en El perfil del hombre y la cultura en México al mexicano como de un “estado de ánimo que revela un malestar interior, una falta de armonía consigo mismo; es susceptible y nervioso, casi siempre está de mal humor y es a menudo iracundo y violento”.Mientras que Paz, Premio Nobel de Literatura, señala en El laberinto de la soledad lo contrario, es decir, que el mexicano es el ser más despreocupado, la muerte no le asusta porque le es indiferente, y si no le importa la vida, poco le importa la muerte, ligereza que viene en gran parte del lenguaje.Consideraciones del mismo tipo se pueden encontrar en los demás pensadores o creadores mencionados, y que, sin embargo, resultan pocos y dispersos para conocer y diseccionar el lenguaje del mexicano bajo, del que el autor del texto da múltiples ejemplos.Menciona que los aztecas, especialmente los hechiceros, se expresaban en nahuatlatolli, o sea palabras disfrazadas, cuando querían que su conversación fuera ininteligible para aquellos que no estaban en el secreto.Del mismo modo, concluye, los léperos de hoy en día tienen su modo particular de hablar, muy florido y que adornan más cuando hay al acecho alguien ajeno.Así, el texto concluye que el lenguaje corriente del mexicano resulta de una complejidad de hechura sin par, virulento pero ingenioso, perspicaz y agudo.Y por ello, subraya la necesidad de realizar una investigación actualizada y que profundice en esta forma de hablar tan utilizada en amplios sectores de la sociedad mexicana.