El día en que la fiaca llegó al diccionario
"Los únicos dueños de la lengua son los hablantes", suele predicar José Manuel Blecua, director de la Real Academia Española (RAE), que presentó la 23ª edición del Diccionario de la lengua española, junto con José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras (AAL), y Alberto Díaz, editor de Planeta, en el Museo de Arte Decorativo. Como los sueños, las palabras no llegan cuando se las convoca sino cuando ellas quieren. No les rinden pleitesía a los académicos para conseguir el derecho de admisión. ¿Alguien dejó de expresar la "fiaca" que siente en sus conversaciones cotidianas porque el término –hasta la anterior edición– no figuraba en el diccionario? Una cosa es hablar y otra escribir. La oralidad es mucho más elástica y admite múltiples modulaciones y variantes que la escritura, reglada por el imperativo de un deber ser articulado desde las instituciones escolares. La magnitud de los cambios que despliega esta obra de referencia ineludible para los más de 450 millones de hablantes de la lengua se puede apreciar en una radiografía numérica: 93.111 artículos o palabras –la anterior, del 2001, tenía 88.431–, 195.439 acepciones, 19.000 americanismos, 140.000 enmiendas, sobre 49.000 artículos, 5000 palabras nuevas que se incorporan y 1350 supresiones. "Una descripción lingüística no puede tener impacto ideológico porque es fría como una llave", aseveró Blecua a Página/12.
Moure señaló que, en los últimos tiempos, cada nueva entrega del Diccionario genera "una cadena mediática de inquisiciones" sobre "cuántas y qué palabras nuevas, cuántos y qué argentinismos, qué términos malsonantes o groseros podrán encontrarse ahora, en la suposición de que su inclusión los redime en algo de su necesaria impudicia concediéndoles cierta inmunidad". "‘No está en el Diccionario’ suele ser sentencia condenatoria para términos que acaso la gente emplea y que algunos luego censuran en acatamiento a su ausencia en el gran tesauro", aclaró el presidente de la AAL. "Un académico distinguido de nuestra casa, ya fallecido, llamaba a Borges para preguntarle si determinado vocablo, que no encontraba en el Diccionario, "era palabra". Aunque ponderó la voluntad de la RAE de seguir dando cuenta del léxico de todos los hablantes y de todas sus geografías, advirtió sobre algunos problemas. "Marcar como americanismos formas léxicas transoceánicas nuevas o inusuales en la Península podía ser relativamente admisible en el siglo XVIII, pero una vez que las modalidades del 90 por ciento de los hablantes nativos del español pasaron a ser las de quienes están fuera de Europa, esa marca diatópica muestra su insuficiencia identificadora y no hace sino recordar a aquel inglés que en días de niebla miraba al este desde los acantilados de Dover y anunciaba que el continente estaba aislado", ironizó el académico argentino.
"Como argentinos no podemos sino celebrar que hoy el Diccionario acoja cientos de formas antes ausentes, como achurar, carnavalito, cartuchera, pañolenci o seccional, pero al momento de las definiciones seguimos padeciendo el exotismo de que nuestra frutilla sea primero "cuentecilla de las Indias para hacer rosarios" y luego una "especie de fresón" y que nuestro pomelo se defina como "toronja" y ésta como una "cidra de forma globosa como la naranja", cuando sospecho que en Argentina pocos sabrían qué es un fresón, una toronja o una cidra con c, ejemplificó Moure.
Blecua, experto en fonética y fonología, volvió a Buenos Aires, ciudad que visitó hace unos veinte años para tratar problemas de la lengua española y encontrarse entonces con "Anita" –Ana María Barrenechea–, que era "la Greta Garbo de la filología argentina". "Un diccionario no es más que un constructo teórico, es un modelo de cómo creemos que funciona una lengua, pero no es la foto de la realidad. Es casi imposible construir un diccionario a gusto de todos", dijo el director de la RAE y advirtió que la idea de un léxico homogéneo es un "verdadero absurdo". Uno de los problemas que han tenido los académicos es con hacker. "Después de ser definido como pirata informático, resulta que una asociación de hackers se niega a admitir esto porque dicen que son pruebas que los técnicos hacen sobre la seguridad de los programas, por lo tanto no son piratas", comentó Blecua, y enumeró algunos americanismos que están incluidos en esta edición: "apolillo" –por sueño–, "fiaca" –por pereza–, "trucho" (también usado en Uruguay como falso), "guardavidas" y "chupamedias", o el chilenismo "cebollento", equivalente a lacrimógeno. "El fenómeno típicamente argentino que identificamos a partir de Mafalda es el voseo. Decía Ramón Menéndez Pidal, sin gran capacidad de profecía lingüística, que el voseo acabaría en 50 años. Es la afirmación más desgraciada en cuanto al futuro", manifestó Blecua.
–Aunque se han revisado y corregido errores, una de las acepciones de marica es "apocado, falto de coraje, pusilánime o medroso". Esto es ofensivo, ¿no?
–No, en el léxico no hay elementos ofensivos. La lengua no funciona ofendiendo.
–Pero con decir que es un hombre homosexual, una de las acepciones, se entiende.
–Los ejemplos de español de marica tienen una acepción que es 'apocado, falto de coraje'..., que es en sentido metafórico, no quiere decir que sea afeminado.
–¿Esa acepción de "marica" ha generado polémica?
–No puede generar nada porque está documentada léxicamente; son los valores metafóricos de la lengua. La lengua tiene una serie de valores que no corresponden a la realidad, sino que el hablante ve la realidad de una manera. Es un problema cognitivo, no tiene nada que ver ni siquiera con la lingüística.
–¿Cree que hay un impacto político-ideológico al incluir esa acepción?
–Una descripción lingüística no puede tener impacto ideológico porque es fría como una llave. Es usted la que lo puede ver así, con impacto ideológico. La lingüística no tiene impacto ideológico, es una descripción, como la anatomía es una descripción del organismo humano.
–Las adjetivaciones de esas descripciones tienen valoraciones y en muchas circunstancias son despectivas...
–¡Hombre, claro! Pero eso es otra cosa: es la subjetividad en el lenguaje, que no es un problema del léxico.
–Se incorporaron varias palabras del ámbito de las nuevas tecnologías como tuit y tuitear, pero no se incluyó link ni wasap. ¿Por qué?
–Los extranjerismos que aparecen con mucha constancia se escriben con cursiva; se han admitido 300 y pico de extranjerismos con cursivas. No recuerdo qué pasó con "link", pero no es una palabra que obedezca a la estructura fonológica del español. No hay palabras acabadas en -nk. "Wasap" es más difícil todavía.
–¿Se discute mucho sobre qué palabras se incluyen y cuáles se excluyen?
–No. Los problemas surgen en las acepciones. Una palabra que trajo mucho trabajo es "cultura", porque ha ido ganando valores en los últimos treinta años que son completamente distintos. Ahora se habla de la "cultura del vino", por ejemplo. Luego nos hemos equivocado en la definición de tableta, que se pensó que era pequeña y ahora hay tabletas enormes. Es muy difícil hacer predicciones en el terreno tecnológico.
–Walkman sigue estando en el diccionario, pero daría la impresión de que ese reproductor portátil pronto se dejará de fabricar, que es una palabra que ya está desactualizada.
–Esto es un problema que los lexicólogos suelen justificar. En una de las cargas que tuvimos del diccionario nuevo apareció "eurocomunismo", porque en las bases de datos estaba documentada y con muy alta frecuencia. Y la palabra había desaparecido. A veces el diccionario se utiliza para leer una novela o un texto de una época, entonces el extranjero fundamentalmente necesita tener estos datos. Seguramente hay muchas novelas donde la gente va con un walkman por la calle. Yo no soy partidario de que existan palabras que tienen una vida muy efímera.