El DRAE y los pelos en la lengua
Juan Domingo Argüelles, El Financiero A lo largo ya de muchos años he consultado, con bastante frecuencia, todo tipo de diccionarios, y tengo una amplia colección de ellos por considerarlos libros de gran valía y de mucha utilidad para todo aquel que ejerce la escritura y también, sí, para el que no: al fin y al cabo, a todos, en algún momento, nos asaltan las dudas y nos salen al encuentro las indecisiones. Los diccionarios y enciclopedias, al ser obras de referencia, deben ayudarnos a resolver esas vacilaciones y a conocer un poco mejor el idioma y la nomenclatura, definición y descripción de las cosas. Sin embargo, hay diccionarios que más que ayudarnos nos enredan y, a veces, nos hacen repetir y difundir cientos de tonterías, miles de disparates, producto de la credulidad con que aceptamos —sin examen ni reflexión— la seriedad y la capacidad de las personas o de las instituciones que, despreocupadamente, redactan o producen las definiciones. Éste es el caso del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE); un diccionario lleno de barbaridades y aberraciones, de prejuicios y tonterías, de memeces, sandeces, ridiculeces y demás heces, que, sin embargo, es considerado por muchos como una obra de elevado nivel lexicográfico. Abundantes conceptos de este diccionario son tan embrollados y confusos que no se aclaran ni con lejía. Durante muchas semanas, a lo largo de año y medio, publiqué en esta sección cultural de El Financiero algunas evidencias que revelan de qué está hecho ese diccionario. Pronto recogeré en un libro esas evidencias y otras más, con el título Pelos en la lengua (Ediciones del Ermitaño, 2013), pues no otra cosa es lo que hay en la lengua española por culpa de la RAE: pelos. En ese libro probaré, como lo hizo en su momento Raúl Prieto Riodelaloza (1918—2003), alias Nikito Nipongo, que el Diccionario de la RAE es una obra muy chambona, en comparación, por ejemplo, con el Diccionario de uso del español, de María Moliner, o con el Clave: Diccionario de uso del español actual, dirigido por Concepción Maldonado González; por ello, es necesario que tal chambonería de la RAE sea podada, raída, fumigada, desinfectada, purgada y expurgada, a fin de conseguir que tenga una mejor utilidad para los hispanohablantes. El mayor y más grave problema del Diccionario de la RAE es que dice reflejar la lengua española que se habla y escribe no nada más en España, sino también en Filipinas y en los países de América. La verdad es que no la refleja, sino que se ocupa, sobre todo, del "castellano" más que del "español", y supone que el habla de Madrid en especial, y el habla de España en general, marcan la tendencia (así lo propalan incluso los académicos de América que se sienten felices de estar subordinados a España) para normar todo el idioma español, a pesar de que los españoles apenas si constituyen, en todo el mundo, el 10 por ciento de los hablantes de esta lengua. La RAE (que necesita ser raída) es una institución anticuada, moralina y mojigata que, en los últimos años, ha declarado una presunta vocación "panhispánica" y moderna. Pero lo cierto es que se asume central, y desdeña lo que considera el uso periférico del español. Lo que mayormente ha producido es una gran cantidad de dislates, anacronismos, disparates, inexactitudes y mentiras en detrimento de la comprensión del idioma. Borges tenía razón: el español es un idioma arduo, sobre todo para los españoles. Pelos en la lengua rendirá tributo al escritor y lexicógrafo Raúl Prieto, en el décimo aniversario de su muerte y en los 95 años de su nacimiento, pues al leer el Diccionario de la RAE página por página, con paciencia y estoicismo, encontramos que las puntuales críticas y observaciones que, hace más de cuatro décadas, le hizo Prieto (en Madre Academia y Nueva Madre Academia), se las pasó la RAE por el arco del triunfo. Hasta los españoles sapientes, como el filólogo e investigador español Javier López Facal, afirman que la Real Academia Española sigue haciendo un diccionario arcaico, como del siglo XVIII. Este filólogo pone un simplísimo ejemplo: "El 'dícese' con que empiezan muchas entradas es un arcaísmo, pues ya no se habla así". Y comenta: "Muchos españoles creen que el diccionario de la RAE es el mejor que hay, pues bien, es exactamente el peor. Es peor comparado con el equivalente francés, italiano, portugués, alemán, inglés. Mucha gente cree que el diccionario de la RAE es como los mandamientos de la ley mosaica y que si los incumples vas al infierno".