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El escándalo de la palabra degradada

28/08/2005

Juan María Alponte(El Universal)MÉXICO - Conocí al filósofo García Bacca cuando él era profesor en la Universidad de Caracas. Ex jesuita, republicano español del exilio, se había casado y era feliz. Tenía un amor esencial por la palabra porque, decía, su significado mayor era su poder convivencial y sólo es posible convocar ese proceso cuando la palabra asume la verdad. En su cátedra era tan importante su palabra como su silencio. Nos daba tiempo, su silencio, a la asunción conmovida de los significados. Coincidían éstos con su talante.Decía García Bacca que a las palabras "cultura" y "política" les estaba ocurriendo lo que a la falsa moneda "que de mano en mano va, y ninguna se la queda". La frase era ingeniosamente lúdica. Nunca estuve, sin embargo, de acuerdo porque la degradación de la palabra, transformado su significado esclarecedor en rumor insidioso, cambiada su veracidad en la mentira cotidiana y en el mentís desvergonzado posterior, compromete la esencia misma de la convivencia que tiene que fiarse y comprometerse con y en la palabra.En ese punto, desde un lenguaje degradado por la mentira, por las pasiones que prefieren el escándalo a la ponderación serena, racional, la convivencia se hace inviable. Se codifican las expresiones alzadas sobre la egolatría y, por ello, la pereza mental se niega a reconocer que no existe Ética sin Estética.Decía Vasconcelos, en tiempos en que publicaba La Odisea y La Iliada como frutos, dorados, de una esperanza inmensa en la literatura, que al inaugurar una escuela, profética, porque fue bautizada como "Gabriela Mistral" antes de que la chilena fuera premio Nobel de Literatura, que la subdirectora de la escuela hizo un discurso. Del discurso aún da vueltas en mi cabeza llegaron, a los oyentes, estas secas palabras: "Ha llegado la hora de que los mexicanos envainen las espadas de Caín".Añade Vasconcelos que el presidente Obregón, que estaba a su lado, le dio un codazo y le dijo: "Pero, señor licenciado, en este país cuando Caín no mata a Abel es Abel quien mata a Caín".He dedicado mi vida y mi trabajo a combatir ese apotegma de sobrevivientes y no de convivientes. Una sociedad sobrevivencial no aspira nada más que a la reproducción mecánica, pero no al desarrollo. El desarrollo, contrariamente a lo que se oye cada día en el lenguaje degradado, no es sólo el crecimiento de las variables estadísticas, sino el cambio social y cultural. Inclusive el desarrollo no es la productividad, tema capital en México (donde perdemos puestos en ese nivel importantísimo) porque el desarrollo es el ascenso de una sociedad a un nivel más alto de su acción histórica.Si ustedes leen a Vasconcelos en La tormenta encontrarán un párrafo, de temible desmesura, que es válido, todavía, para el día de hoy después de varias generaciones: "Nos hemos habituado a soportar y tolerar, sin otro consuelo que la murmuración y el chiste cruel, abyecto, el solapado sarcasmo. Animales de lengua y lomo, dijo por allí alguien con fino tino; el lomo para que le azote el primer usurpador que entra al palacio de gobierno; la lengua para formular... protestas verbales... Y luego la reconciliación de los hermanos en la ignominia...".Ese texto, áspero, se ha resistido a morir. En efecto, el lenguaje, degradado en la cúpula, desciende de la pirámide armado de garrotes, condenas, autocomplacencias, desatinos más o menos divertidos, pero el problema no es sólo ético, sino cultural, filosófico y convivencial; es decir, ¿cómo reconstruir, en la política, en el diálogo, la certidumbre, la energía creadora, y cómo saber que "mañana te llamo" no es , simplemente, nada más que "olvídame porque estaré en junta"?La construcción del desarrollo, como ascenso a un nivel más alto de la historicidad, exige que la palabra sea el soporte del pensamiento, la lucidez, la aceptación de la verdad. El enmascaramiento sucesivo de la realidad llámese Arizona o Nuevo México, frontera caótica o frontera de mujeres indefensas y colgadas de los barrotes de la impunidad requiere un lenguaje que no sea de máscaras. Ese modelo hace inviable el lenguaje cartesiano que aspira a la razón, es decir, al logos . Esa hermosa palabra griega ha cruzado los siglos, infatigable, como estrella de concordia. Logos , en efecto, quiere decir palabra, pero también verbo y, sin duda, razón y argumento. Esa voz, inauditamente breve y perfecta, fue el lazo convivencial de una civilización que creó lo que nosotros, aún, enseñamos en la Facultad de Ciencias Políticas; es decir, que la convivencia, en el logos , gravitó sobre dos premisas básicas para la convivencia y no para la sobrevivencia para esta última tenemos bastante con el Periférico y todos los Periféricos definidos dialécticamente, por la confrontación de homicidas y suicidas bajo el apotegma primario del "yo primero", esto es, la isonomía o igualdad ante la ley y la isología o libertad de la palabra.Es imprescindible, ante el 2006, una liberación del logos sin las infamias, los sobreentendidos, las mentiras habituales de las tribus políticas, para que sea posible un diálogo racional donde los problemas, articulados, sean el objeto básico del debate y no el escándalo de hoy que entierra al anterior o el muerto exquisito de ayer que entierra al muerto brutal de hoy. Entierros que nos entierran a todos cada día. La palabra Estado, por ejemplo, no es el espacio de una tribu, sino el área donde una sociedad mide su historicidad al nivel del diálogo con la realidad-mundo.