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El español acoge cada vez más términos del inglés

13/04/2015
Jorge. S. Casillas

 

ABC

 

Si ayer se le hizo tarde viendo el fútbol en el bar, quizá no sepa que tanto fútbol como bar son dos de los anglicismos más utilizados en castellano. Puede que estuviera en la taberna más castiza de su ciudad, pero si pidió un ron -por muy dominicano que fuera- volvió a emplear un extranjerismo. El idioma está vivo, y muchas palabras que utilizamos en nuestras conversaciones pasaron antes por el Canal de la Mancha. Son más de las que pensamos, y en muchos casos llevan con nosotros varios siglos de convivencia.

Hace apenas dos semanas, el pleno de la Real Academia se trasladó a la tierra de don Quijote, a Argamasilla de Alba, y debatió sobre el uso de palabras como «selfie». Varios académicos opinaban que a los términos autofoto o autorretrato se quedaban cortos, que les faltaban algunos matices en cuanto a su finalidad. El autorretrato, decían, no se concibió para ser expuesto en las redes sociales, como sí ocurre con el «selfie».

 

Del siglo XVIII al de internet

En contra de lo que pudiera parecer, la Real Academia lleva resolviendo dudas de este tipo mucho antes de la aparición del móvil e internet. Entre 1726 y 1739, la RAE publicó el conocido como Diccionario de Autoridades, un antepasado del glosario actual donde ya aparecían términos procedentes del inglés. Este primer repertorio se elaboró con ejemplos extraídos de las principales obras -literarias o no- escritas hasta el momento. De ahí lo de «autoridades».

Gracias a este diccionario quedó constancia de las primeras palabras inglesas añadidas al castellano. Uno de estos ejemplos es bolina (del inglés «bowline»), que aunque hoy apenas se utiliza sí conserva media docena de significados reconocidos. Lo mismo ocurría con ferlín («feordling») -moneda que valía la cuarta parte de un dinero- o el limiste (del inglés «lemster») -cierta clase de paño, fino y de mucho precio, que se fabricaba en Segovia-, que aparecía citado en el Quijote.

Casos como estos demuestran que antes de la tormenta chispeó, y que el intercambio lingüístico entre España e Inglaterra fue más intenso de lo que imaginábamos. Ya en la modernidad, los nuevos neologismos llegaron muchas veces a través del deporte. Del balompié importamos sin darnos cuenta el córner y el órsay, que no es más que una sonora -y un poco pedante- adaptación del «off-side» inglés. Por este mismo camino engordaron las páginas del diccionario palabras como béisbol («base ball»), réferi («referee») o jonrón («home run»).

Aunque el caladero del deporte fue agotándose poco a poco, otras ramas del conocimiento incorporaron nuevos términos al castellano. Gracias a la medicina aparecen en el DRAE palabras que muchos creían nativas del español. Dos ejemplos paradigmáticos son baipás («bypass») y clembuterol («clenbuterol»), sustancia con la que nos familiarizamos en 2010 por el positivo de Alberto Contador. También la ciencia nos ha traído una de las palabras más repetidas cada vez que llega el invierno: ciclogénesis, del inglés «cyclogenesis».

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