El lenguaje de la guerra
¿Qué pasa cuando el lenguaje se emplea para justificar la invasión de un país?
En respuesta a la ocupación de Putin, muchos ucranianos rusoparlantes decidieron solidarizarse con sus vecinos de habla ucraniana. ¿Qué sucede con la literatura y el lenguaje en medio de un conflicto? ¿Qué pasa cuando el tema de la lengua se usa para justificar una invasión?
Mi familia, arremolinada junto al umbral a las cuatro de la mañana, debatía si abrir o no la puerta a un desconocido que solo llevaba el pantalón del pijama y había pasado al menos cinco minutos llamando, despertando a todo el bloque de apartamentos. Al ver que se encendía la luz, empezó a chillar.
–¿Os acordáis de mí? Os ayudé a llevar el frigorífico desde Pridnestrovie. ¿Os acordáis? Hablamos de Pasternak en el camino. ¡Dos horas! Esta noche han bombardeado el hospital. Mi hermana trabaja de enfermera allí. He robado un camión y he pasado la frontera. No conozco a nadie más. ¿Puedo llamar por teléfono?
Así la guerra entró descalza en mi niñez hace dos décadas, en la forma de un hombre semidesnudo que hablaba por teléfono, víctima de una temprana campaña de “ayuda humanitaria” postsoviética.
En una visita reciente a Ucrania, mi amigo el poeta Borís Khersonsky y yo acordamos reunirnos en un café del barrio por la mañana para hablar de Pasternak (como si fuera de lo único que se habla en nuestra parte del mundo). Pero cuando llegué a las nueve, las mesas de la acera estaban volcadas y había escombros en la calle procedentes de los lugares donde el edificio había sido bombardeado.
Una multitud, incluidos los medios de comunicación locales, se reunió en torno a Borís mientras hablaba contra los bombardeos, contra otra falsa campaña de ayuda humanitaria de Putin. Algunos aplaudían; otros movían la cabeza en señal de desaprobación. Unos meses más tarde, las puertas, los suelos y las ventanas del apartamento de Borís volaron por los aires.
Hay muchas historias así. A menudo se comparten en frases cortas y apresuradas, y después se cambia abruptamente de tema.
“Los libros verídicos sobre la guerra”, escribió Orwell, “nunca resultan aceptables para los no combatientes”.
Cuando los estadounidenses hablan de los acontecimientos recientes en Ucrania, pienso en estos versos del poema de Borís:
la gente lleva explosivos por la ciudad
en bolsas de la compra y maletas pequeñas.
A lo largo de los últimos veinte años, Ucrania ha sido gobernada tanto por el este rusohablante como por el oeste de habla ucraniana. El gobierno utiliza periódicamente “el asunto del lenguaje” para incitar el conflicto y la violencia, una distracción efectiva de los verdaderos problemas. El enfrentamiento más reciente surgió en respuesta a las políticas inadecuadas del presidente Yanukóvich, que más tarde escapó a Rusia. Yanukóvich era universalmente reconocido como el presidente más corrupto que había tenido el país (le habían acusado de violación y un delito de lesiones, entre otras cosas, que se remontaban a la época soviética). Sin embargo, en la actualidad, el nuevo gobierno ucraniano sigue incluyendo a oligarcas y políticos profesionales con pedigríes astutos y motivaciones cuestionables.
Cuando empezaron las tensiones entre el gobierno de Yanukóvich y las masas de manifestantes en 2013, y el presidente acosado dejó el país poco después, Putin envió a sus tropas a Crimea, un territorio ucraniano, bajo el pretexto de proteger apasionadamente a la población rusohablante. El territorio no tardó en ser anexionado. En unos meses, bajo el argumento de la ayuda humanitaria, más fuerzas militares ucranianas fueron enviadas a otro territorio ucraniano, el Donbás, donde ha empezado una guerra de poder.
Durante todo ese tiempo la protección del lenguaje ruso se ha citado continuamente como la única razón para la anexión y las hostilidades.
¿Necesita esa protección la lengua rusa en Ucrania? En respuesta a la ocupación de Putin, muchos ucranianos rusoparlantes decidieron quedarse con sus vecinos de habla ucraniana, en vez de ponerse en contra de ellos. Cuando el conflicto empezó a escalar, recibí este correo electrónico:
Yo, Boris Khersonsky, trabajo en la Universidad Nacional de Odesa, donde dirijo el departamento de psicología clínica desde 1996. Todo este tiempo he dado clase en ruso, y nadie me ha reprochado nunca “ignorar” la lengua ucraniana oficial del Estado. Más o menos domino el idioma ucraniano, pero la mayoría de mis alumnos prefieren las clases en ruso, así que doy clase en esa lengua.
Escribo poesía en ruso; mis libros se han publicado sobre todo en Moscú y San Petersburgo. Mi trabajo académico también se ha publicado allí.
Nunca (¿me oyes?: NUNCA) me ha perseguido nadie por ser un poeta ruso ni por dar clase en ruso en Ucrania. Por todas partes leo mis poemas en ruso y jamás he encontrado ninguna complicación.
Sin embargo, mañana leeré mis poemas en la lengua del Estado: el ucraniano. No será solo una lectura: será una acción de protesta en solidaridad con el Estado ucraniano. Pido a mis colegas que se unan a mí en esta acción.
Un poeta en lengua rusa se niega a leer en ruso como acto de solidaridad con la Ucrania ocupada. A medida que pasaba el tiempo, empezaron a llegar otros mensajes similares de poetas y amigos. Mi primo Peter escribió desde Odesa:
Nuestras almas están preocupadas y estamos asustados, pero la ciudad está segura. De vez en cuando algunos idiotas se levantan y dicen que son pro-Rusia. Pero en Odesa nosotros nunca le dijimos a nadie que estábamos contra Rusia. Que los rusos hagan lo que quieran y que Odesa les guste todo lo que quieran. ¡Pero no con este circo de soldados y tanques!
Otra amiga, la poeta de habla rusa Anastasia Afanasieva, escribió desde la ciudad ucraniana de Járkov sobre la campaña de “ayuda humanitaria” de Putin para proteger su lengua:
En los últimos cinco años, he visitado seis veces Ucrania occidental, de habla ucraniana. Nunca me he sentido discriminada por hablar ruso. Son mitos. En todas las ciudades de Ucrania occidental que he visitado he hablado en ruso con todo el mundo: en tiendas, en trenes, en cafeterías. He hecho nuevos amigos. Lejos de sentirse agredido, todo el mundo me trataba con respeto. Os ruego que no escuchéis la propaganda. Su propósito es separarnos. Ya somos muy diferentes, no nos convirtamos en adversarios, no creemos una guerra en un territorio donde todos vivimos juntos. La invasión militar que se está produciendo es una catástrofe para todos. No perdamos la cabeza, no temamos las amenazas que no existen, cuando hay una amenaza real: la de la invasión del ejército ruso.
Mientras leía una carta tras otra no podía dejar de pensar en el rechazo de Borís a hablar su propia lengua como acto de protesta contra la invasión militar. ¿Qué significa que un poeta se niegue a hablar su propia lengua?
¿La lengua es un lugar que puedes abandonar? ¿La lengua es un muro que puedes atravesar? ¿Qué hay al otro lado?
Todos los poetas rechazan el ataque contra el lenguaje. Este rechazo se manifiesta en el silencio iluminado por los significados del léxico poético: los significados no de lo que dice la palabra, sino de lo que retiene. Como escribió Maurice Blanchot, “escribir es desconfiar absolutamente de la escritura, mientras te confías a ella por entero”.
La Ucrania de hoy es un lugar donde frases como estas se someten a examen. Otro escritor, John Berger, dice lo siguiente sobre la relación de una persona con su lengua: “Se puede decir que el lenguaje es potencialmente el único hogar humano.” Insistía en que era “la única morada que no puede ser hostil para el hombre… Se le puede decir cualquier cosa al lenguaje. Por eso nos escucha, más cerca que ningún silencio o ningún dios”. Pero ¿qué ocurre cuando un poeta rechaza su lengua como forma de protesta?
O, por decirlo en términos más amplios: ¿qué pasa con el lenguaje en tiempos de guerra? Las abstracciones adquieren muy rápidamente atributos físicos. Así es como la poeta ucraniana Liudmila Khersonska ve su propio cuerpo, mirando la guerra a su alrededor: “Enterrada en un cuello humano, una bala parece un ojo, cosido.” La guerra de la poeta Kateryna Kalytko también es un cuerpo físico: “A menudo la guerra viene y yace dentro de ti como niño / que teme que le dejen solo.”
La lengua de la poesía puede o no cambiarnos, pero muestra los cambios en nuestro interior: la poeta Anastasia Afanasieva escribe utilizando la primera persona del plural, nosotros, mostrando cómo la ocupación de un país afecta a todos sus ciudadanos, al margen de la lengua en la que hablen:
cuando un vehículo con un mortero
pasó por la calle
no preguntamos quién eres
de qué lado estás
caímos al suelo y nos quedamos ahí.
En otra visita a Ucrania, vi a un antiguo vecino, ahora lisiado por la guerra, que pedía limosna en la calle. No llevaba zapatos. Mientras caminaba deprisa, esperando que no me reconociera, me paró de repente su mano vacía. Como si me estuviera entregando su guerra.
Mientras me alejaba, tuve una incómoda sensación de reconocimiento. Qué similares eran su voz y las voces de los poetas ucranianos con los que hemos hablado a las voces de la gente de Afganistán e Irak, cuyas casas ha destruido el dinero de mis impuestos.
A finales del siglo XX, el poeta judío Paul Celan se convirtió en el santo patrón de la escritura en tiempos de crisis. Componiendo en la lengua alemana, rompió el discurso para reflejar la experiencia de un mundo nuevo y violado. Este efecto está ocurriendo de nuevo –esta vez en Ucrania– ante nuestros ojos.
Este es el caso de la poeta Lyuba Yakimchuk, cuya familia son refugiados de Pervomaisk, una ciudad que es uno de los objetivos principales del esfuerzo de Putin de “ayuda humanitaria”. Lyuba respondió así a mis preguntas sobre sus orígenes:
Nací y me crie en la región de Luhansk, devastada por la guerra, y ahora mi ciudad natal, Pervomaisk, está ocupada. En mayo de 2014 vi el comienzo de la guerra […] En febrero de 2015 mis padres y mi abuela, que habían sobrevivido a enfrentamientos bélicos terribles, emprendieron un viaje para dejar el territorio ocupado. Se marcharon bajo las bombas, con enormes bolsas de ropa. Un amigo mío, un soldado [ucraniano], casi mata a mi abuela cuando huían.
Acerca de la literatura en tiempos de guerra, Yakimchuk escribe: “La literatura rivaliza con la guerra, quizás incluso pierde con la guerra en creatividad, de ahí que la literatura cambie por la guerra.” En sus poemas se ve cómo la guerra divide las palabras: “no me hables de Luhansk”, escribe, “hace mucho que se convirtió en hansk / Lu había sido hecha pedazos / en las aceras carmesíes”. La ciudad bombardeada de Pervomaisk “se ha roto entre pervo y maisk” y los misiles de Debaltsevo son ahora su “deb, alts, evo”. A través del prisma de este lenguaje fragmentado, la poeta se ve a sí misma:
Miro el horizonte
… Me he hecho tan vieja
ya no Lyuba
solo una -ba.
Del mismo modo que el poeta rusófono Khersonsky se niega a hablar su lengua cuando Rusia ocupa Ucrania, Yakimchuk, una poeta que escribe en ucraniano, se niega a hablar una lengua no fragmentada mientras su país se fragmenta delante de sus ojos. Mientras cambia las palabras, y las divide y contrapone los sonidos dentro de ellas, los sonidos atestiguan un conocimiento que no poseen. Ya no son léxicos, pero todavía nos resultan legibles, el mundo destruido se enfrenta mudo al lector, tanto dentro del lenguaje como más allá de él. Al leer este poema de testigos, uno recuerda que la poesía no es solo una descripción de un acontecimiento; es un acontecimiento.
¿Qué es exactamente el testigo de la poesía? El lenguaje de la poesía puede cambiarnos o no, pero muestra los cambios que suceden en nuestro interior. Como un sismógrafo, registra sucesos violentos. Miłosz tituló su texto seminal El testigo de la poesía “no porque seamos testigos, sino porque ella es testigo de nosotros”. Viviendo al otro lado del telón de acero, Zbigniew Herbert nos dijo algo similar: un poeta es como un barómetro para la psique de una nación. No puede cambiar el viento. Pero nos muestra qué tiempo hace.
¿Examinar el caso de un poeta lírico puede mostrar de verdad algo que comparten muchos? ¿La música de una nación? ¿La música de un tiempo?
¿Cómo es que la columna vertebral de un poeta tiembla como la aguja de un barómetro? Quizás es porque el poeta lírico es una persona muy privada: en su intimidad el individuo crea un lenguaje –bastante evocativo, bastante raro– que le permite hablar, íntimamente, a mucha gente al mismo tiempo.
Vivo a cientos de kilómetros de Ucrania, lejos de esta guerra, en mi cómodo patio estadounidense: ¿qué derecho tengo a escribir sobre esta guerra? Y sin embargo no puedo dejar de escribir sobre ella: no puedo dejar de meditar sobre las palabras de poetas de mi país en inglés, el lenguaje que no hablan. ¿Por qué esta obsesión? Entre las frases está el silencio que no controlo. Aunque sea una lengua diferente, el silencio entre frases sigue siendo el mismo: es el espacio en el que veo a mi familia todavía arremolinada junto al umbral a las cuatro de la mañana, discutiendo sobre si abrir o no la puerta a un desconocido que solo lleva el pantalón del pijama, que grita al otro.
* Ilya Kaminsky es un poeta, crítico, traductor y profesor ucraniano-ruso-judío-estadounidense nacido en la URSS.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Fragmento de Words for war: New poems from Ukraine, editado por Oksana Maksymchuk y Max Rosochinsky y publicado por Academic Studies Press.