El lenguaje y el futuro que viene
El Mundo, México
Bolsonaro: creando realidades a partir del lenguaje
El hombre, nos decía repetidamente un maestro, se empieza a echar a perder por la cabeza. Lo que piensas es lo que vives y lo que vives es lo que piensas. Y las palabras son los vehículos del pensamiento.
El lenguaje verbal es instrumento invaluable de comunicación, que no solo sirve para recordar, revivir y explicar el pasado (y el presente), sino también para predecir y provocar el futuro.
El pez por la boca muere, pero no solo muere, sino también mata, daña, provoca el desastre. El lenguaje tiene un poder cuasi omnímodo, de creación y de destrucción.
En un artículo publicado por el diario El País ―Jair Bolsonaro: Cómo nacen las dictaduras―), la periodista brasileña Eliane Brum resalta estas ideas al analizar cómo hasta un golpe de estado puede ser vaticinado y, por ende, provocado y hasta consumado a partir del lenguaje. En su escrito se refiere al caso de Bolsonaro, el presidente de Brasil, y a la destitución y enjuiciamiento de su antecesora Dilma Rousseff. Y de ahí extrapola su reflexión: “Los golpes ya no se producen como en el siglo XX, o no solo como en el siglo XX. Al analizar el caso brasileño, se ve claramente que la corrosión del lenguaje es una parte fundamental del método. No es un capítulo del manual, sino que lo atraviesa por entero”.
La caída de Rousseff y el ascenso de Bolsonaro siguieron esta pauta: se empieza por manejar un lenguaje para describir y sembrar las ideas que se quieren inculcar. Poco a poco, las palabras que transportan esas ideas se van haciendo parte de un lenguaje común, y cuando llega el momento, la realidad que se describía al principio como algo simplemente posible (o acaso, hasta imposible en el contexto), empieza a hacerse viable y, finalmente, a suceder.
La idea induce al acto, dicen los filósofos. Y este es el principio del ciclo. Sucedió con Trump para la fundación del trumpismo que sigue siendo una amenaza para la democracia (norteamericana), y que está gestando el regreso de esa epidemia en el país que siempre se ha vanagloriado de ser ejemplo de democracia. Sucedió en Brasil dos veces, dice la escritora, y si ahora se habla de un golpe de estado contra Bolsonaro, es porque ahí está ya sembrándose la semilla de esa realidad. Tal vez ahora se vea imposible, pero ahí están ya las palabras circulando de boca en boca.
“Esto es lo que llamo corrosión del lenguaje. Para preparar el golpe (o lo que sea, acoto), primero se invierte en subjetividades. Por la capacidad de los discursos de viralizar en las redes sociales y por la rapidez con la que se producen y reproducen imágenes en internet, la sociedad ‘acepta’ lo inaceptable. Luego, comienza a asimilarlo y, finalmente, a normalizarlo. Cuando el golpe se produce formalmente, ya está interiorizado”, escribe Eliane Brum.
Así se puede empezar a gestar cualquier hecho político, económico, social. Hay que recordar aquel cuento de García Márquez sobre el pueblo que desaparece a partir de un simple comentario hecho por un cualquiera: dicen que este pueblo va a desaparecer y… desaparece.
Y así puede construirse una realidad que en un momento dado puede resultar no solo inverosímil sino hasta imposible.
“Por el mismo proceso de corrosión del lenguaje, Bolsonaro posibilitó el regreso de los militares al poder en un país todavía traumatizado y la rearticulación de la derecha que apoyó la dictadura militar en el pasado. También corroyendo el lenguaje se prepara para 2022 atacando el sistema electoral, para impugnar, en la línea de Trump, las elecciones que puede perder. Cuando lleguen las elecciones, la repetición del discurso del fraude ya habrá corrompido la realidad. En esta operación sobre la subjetividad colectiva, el fraude se comete antes en el imaginario, haciendo que lo que efectivamente suceda en las elecciones, el voto no importe”, describe la periodista brasileña.
Otro ejemplo de este manejo corroído del lenguaje lo tenemos en reciente consulta. Si se requería que al menos un 40% de electores votaran para hacerla legalmente válida, y solo lo hizo algo así como el 7% (lo cual ya la invalida per se), con todo desparpajo se preparó el desastre por así convenir: Dicen que la votación va a fracasar y fracasa. Dicen que la culpa fue de tal y tal por hacer (o no hacer) tal y cual cosa: hay que acabar con él. Y el mensaje se hace viral y termina por incrustar la idea en el colectivo y, cuando suceda, se confirma: “se lo dije…”.
Finalmente, un mínimo porcentaje y se declara como expresión no solo del cien por ciento de los electores, sino de toda la nación. Y si la intención fue medir el agua de la tamalera y preparar el futuro que viene es porque…