El náhuat-pipil es una lengua yuto-nahua
Con el objetivo colocar los datos del náhuat-pipil ante el lente de la teoría lingüística del siglo XXI, el lingüista y académico salvadoreño Rafael Lara Martínez nos introduce en este texto a la serie de estudios sobre esta lengua que se publicarán en cuatro entregas a partir de esta semana. En ellos explicará el origen y desbancará los mitos que la rodearon a partir del olvido en el que cayeron los estudios náhuat-pipiles entre los siglos XVI y XVI, desde cuando empezaron a desempeñar un papel marginal en la formación del canon literario nacional.
Junto al náhuat-nicarao, el náhuat-pipil representa el idioma localizado más al sur de la familia lingüística yuto-nahua. Se trata de más de una treintena de lenguas que se extienden desde el estado de Utah y California, en el suroeste de los EE.UU., hacia el norte y el centro de México, hasta llegar a Nicaragua. Esta amplia dispersión geográfica la distinguiría de la familia maya o de la familia mixe-zoque —otras lenguas mesoamericanas— más compactas y con un historial migratorio menos complejo por su neto origen regional.
La presencia nahua en Mesoamérica parece una constante del área desde “el horizonte olmeca” (1200 a.C.-500 a.C.) a través de oleadas migratorias recurrentes desde Áridoamérica que hacen de su idioma lingua franca de la región: paleonahuas, neonahuas (900-1300) y aztecas (1930-1521) (Hasler, 2011: 22). Tan radical parece esta hipótesis reciente que refrenda “la civilización mesoamericana” como “la civilización nahua” por excelencia (Hasler, 21 y Duverger, 2007).
La clasificación canónica yuto-nahua la ofrece R. Langacker (1977) quien estudia los rasgos fonológicos y morfológicos más prominentes: desde la morfología nominal, verbal y adjetival a la oración simple y la compleja, en contraste tajante con las lenguas indo-europeas. A continuación se enumeran las ramas generales de la familia sin un mayor detalle, ya que el objetivo consiste en enmarcar la filiación del náhuat-pipil (véase también: L. Campbell, 1985).
1. Númico
2. Tübatulabal
3. Takic
4. Hopi
5. Pima
6. Taracahítico (tarahumara; yaqui)
7. Cora-Huichol
8. Nahua-Azteca.
Interesa la clasificación interna del último grupo (8), al cual pertenece el náhuat-pipil. Por una antigua tradición insalvable, en inglés se utiliza el término Uto-Aztec —Yuto-azteca— para denominar a la familia entera, asimilando las ramas sureñas del nahua —el pipil y el nicarao— al prestigio del altiplano central de México, lo azteca. En términos de Hasler, representaría identificar el paleonahua y el neonahua por la tercera y última oleada migratoria, la mexica. Una clasificación interna de este grupo se lista a continuación:
a) Pochuteco
b) Nahua general
1) Nahua oriental
2) Nahua central-occidental
a. Pipil: Golfo/Istmo
b. Sierra de Puebla; Huasteca
a) Nahua central: Valle de México, Morelos, Puebla; Tlaxcala; Guerrero (centro)
Puebla (sud-este)
b) Nahua occidental: Toluca; Guerrero (norte); Guerrero (sudeste);
Michoacán, Guadalajara, Durango.
[Dakin sitúa el “pipil/nahuate” como rama marginal del náhuatl oriental (Tolteca y Huasteca)]. Clasificación del náhuat-pipil dentro del grupo nahua (Dakin, 175 y Kaufmann, 3; para una actualización, Hasler, 2011: 59-60: “del este (pipil), del centro, del norte, del oeste” y “pochuteco”).
Se deja de lado aclarar el insalvable debate si el nahua general constituye una sola lengua con una amplia dispersión dialectal, o bien esta rama funda un conjunto de lenguas diferentes. Más bien importa que la diversidad de nichos ecológicos dificulte trasladar los contenidos mito-poéticos, por ejemplo, del altiplano mexicano al trópico salvadoreño. Ni el águila en el nopal azteca, ni el morro náhuat-pipil, cabeza femenina escindida, son fácilmente trasplantables. De ahí que lo puramente fonológico —cambio de “tl” y “o” a “t” y “u”— repercuta en la historia del grupo. El Tlaloc mexica no sería el Taluc náhuat-pipil —por una simple imagen arqueológica sin nombre— sino una incógnita olvidada a revelar.
II.
Por su clara filiación yuto-nahua, se propone que los náhuat-pipiles emigran del norte hacia el sur, aun si la mayoría de los trabajos no sitúa ese lugar primordial más allá del altiplano central de México. Viajan vía Veracruz hacia el Soconusco en Chiapas y el Pacífico guatemalteco (véanse: Campbell, 5-13 y Fowler, 1989, así como Dakin y Wichmann, 2000: 68). Dakin y Wichmann mencionan un lugar más al norte, similar al Aztlán mexica. “Los pobladores nahuas de Mesoamérica dejaron su tierra norteña nativa yuto-azteca durante los primeros siglos del presente milenio”, más concretamente, “el primer grupo” —el náhuat-pipil— proviene de “la región de Durango-Jalisco” (58). Así lo confirmaría Hasler al remitir a Áridoamérica como origen de los paleonahuas.
Más concretamente, “los pipiles fueron enviados de Teotihuacan para conquistar y dominar [...] la producción de cacao” (Dakin, 67). Lo más posible es que se trate de varias migraciones sucesivas que desde el siglo VI se prosiguen de manera continua. Su travesía puede trazarse por la toponimia que se reitera a su paso, al igual que por estudios pormenorizados de la dispersión dialectal náhuat-pipil (Hasler). A la última oleada la llaman “indios conquistadores”, quienes colaboran con los españoles para someter Centro América a su dominio colonial (L. Matthews y M. Oudijk, 2000).
Después de la conquista, el prestigio del náhuatl-mexicano impone buena parte de la terminología aún vigente en Centro América, ante todo en los nombres de lugar y los de las divinidades que suelen mencionarse interpolando calificativos mexicas a los llamados “aztecas” del sur, esto es, a los paleonahuas y neonahuas. No obstante, hacia mediados del siglo XVI a XVII, se produce un auge oficial del náhuat-pipil y de otras variedades del náhuatl centroamericano, los cuales se convierten en “lengua vehicular” de la región (Matthews y Romero, 2012). Existen numerosos documentos anónimos de ese período que, hasta el presente, sólo reciben la atención de investigadores estadounidenses.
En uno de los más extensos archivos descubiertos —el Teomachtilizti o Divina Enseñanza— se advierte la estratificación estilística y social de una sola lengua “náhuatl” en tres secciones: “reverencial” o mexicana, “vulgar” o centroamericana y “pipil” o recortada como la infantil (véase imagen). Sin embargo, pese a tal norma prescriptiva, se percibe la necesidad de acercarse a la lengua del pueblo —a su versión “vulgar”— para implementar los objetivos eclesiásticos del escritor. Un estudio pormenorizado de ese siglo de oro está aún pendiente, tal cual lo inician Matthews y Romero, quienes descubren que el náhuat-pipil y las variedades náhuatl centroamericanas funcionan como idioma oficial en la ciudad letrada del Istmo. Igualmente, se halla a la espera establecer un contraste entre la lengua escrita del siglo XVI-XVII y la hablada durante los últimos cien años.
En los siglos posteriores, el uso del náhuat-pipil y otras variantes náhuatl deja de gozar el prestigio que mantiene hacia el siglo XVI-XVII. Fuera de la ciudad letrada, se recluye en los pueblos y hacia la esfera doméstica, sin mayores textos escritos en caracteres latinos que colecten la tradición oral. Los estudios náhuat-pipiles caen en el olvido desempeñando un papel marginal en la formación de un canon literario nacional, salvo por la recopilación de María de Baratta (1959) y los concisos textos de Próspero Arauz (1960), al igual que las breves gramáticas de Juan G. Todd (1954) y Pedro Geoffroy Rivas (1969).
Habrá que esperar la llegada del antropólogo alemán Leonhard Schultze-Jena (1930/1935) para obtener la antología de relatos más completa en lengua náhuat-pipil y la gramática más depurada de la primera mitad del siglo XX. Un medio siglo después, el lingüista estadounidense Lyle Campbell (1975/1985) escribe la gramática y el diccionario más completos de la segunda mitad del siglo XX. Del estudio de los relatos náhuat-pipiles recopilados por Schultze-Jena se deducen los siguientes cinco rasgos culturales con implicaciones para la lengua y la gramática náhuat-pipil:
1) El náhuat-pipil ofrece un sistema aritmético híbrido que se desvía del sistema vigesimal (base 20) de las lenguas mesoamericanas en general. Utiliza la mano en un sistema quintesimal (base 5; ma-kwi-l, “cinco, lo que se tiene a mano/man-tiene”) que lo diferencia netamente de la lengua más próxima, el náhuatl-mexicano: kaxtuuli (15) = yey puwal (3 x 5). Los números primarios pueden funcionar como objeto incorporado a una raíz verbal para modificar el sentido, a saber: sen-tepewa, “uno-apilar/amontonar/compilar“.
2) El concepto de persona presupone la existencia de un “alma” o energía que se disgrega a lo largo de todo el cuerpo, pero la cual se concentra en varios centros privilegiados. Su idea de un sujeto pos-cartesiano se enlaza con el concepto pos-lacaniano de un sujeto escindido que se reconoce, científicamente, como carácter fractal. No sólo las partes del cuerpo se dotan de energía, sino también funcionan como objetos incorporados que anteceden a las raíces verbales dotándolas de un sentido particular: ix-mati, “ojo-saber: conocer; saber testimonial”. Además, es posible rastrear relaciones etimológicas directas entre las partes del cuerpo y los nombres relacionales que sustituyen las preposiciones de las lenguas indo-europeas: ix-pan, “ojo-locativo: ante; frente a”.
3) El espacio-tiempo se divide en una oposición dual complementaria que rige las estaciones del invierno-xupan y del verano-tunalku. Sus transformaciones las revierten en su contrario cada 3 de mayo y 2 de noviembre como fechas claves de la inversión de los opuestos. Ligado a este movimiento, se establece un ciclo biológico depredador que se inicia en la tierra y en los astros, como sustento de toda entidad, y culmina en la reciprocidad que estos seres les prodigan a sus fundamentos existenciales: sacrum-facere. Acaso una visión continua del marco aspecto-temporal se vincularía a este transcurso del espacio-tiempo-energía como un continuo flujo sin interrupción.
4) Existen identidades fluidas que le conceden una prioridad al deseo sobre el cuerpo biológico como transición de la naturaleza a la cultura. Al igual que las estaciones, la cuestión de la masculinidad y la feminidad —el zenit y el nadir de la teoría de género— se definen por las transformaciones en su opuesto complementario. La cuestión política se halla al centro de la liminalidad o mutación de género, tal cual la feminización del vencido, viceversa, la virilidad del vencedor. Al igual que el rubro anterior, el flujo continuo entre los opuestos regularía cualquier clasificación dual rígida.
5) El descenso a los infiernos establece uno de los motivos mito-poéticos centrales de la literatura pipil. Prosiguiendo la propuesta del formalista ruso Vladimir Propp los relatos náhuat-pipiles se entroncan con La divina comedia de Dante y con los cuentos folclóricos rusos, pese a su particularidad regional. Los universales no se limitarían a un núcleo duro llamado “organización conceptual del dominio gramatical” (Launay, 1994: 22), ya que existen también modelos narratológicos que trascienden toda diversidad cultural. Por ello, dentro de la facultad de narrar —rasgo característico de todas los lenguajes naturales— habría un componente universal que rebasa el análisis de la oración. La imaginación humana también posee una tabla periódica de los elementos narrados, entre ellos, el náhuat-pipil destaca la existencia de una pluralidad de recintos infra-mundanos de distinta índole, de lo placentero a lo tortuoso.
IV.
La propósito actual consiste en avanzar hacia otros aspectos desconocidos de la lengua náhuat-pipil. Entre estos rubros se halla la cuestión gramatical, lexical y categorías morfológicas tan elementales como la formación del plural, su carácter omni-predicativo que hace de cada palabra una verdadera oración, su serialidad sintáctica, etc. En las siguientes semanas se indagará la manera en que el náhuat-pipil organiza una gramática de una forma muy distinta a la de cualquier lengua indo-europea que le sirve de paradigma, ya que su clasificación yuto-nahua resulta esencial.
El avance actual de los estudios náhuatl-mexicanos debe renovar sus homólogos náhuat-pipiles. Se considera que los descubrimientos de una ciudad letrada circa 1650-1750, y los estudios gramaticales más recientes — J. R. Andrews, K. Dakin, M. Launay, etc.— producirán un impacto certero en las investigaciones náhuat-pipiles por venir. Tal será el objetivo de los próximos escritos, colocar los datos de este idioma ante el lente de la teoría lingüística del siglo XXI.