El origen del lenguaje
Dos chimpancés se cuidan uno al otro / Foto: Ian Gilby
El conocimiento recibido nos dice que el lenguaje humano es un sistema arbitrario, es decir, que no hay relación objetiva alguna entre una palabra y su significado. Nada hay en un árbol que se corresponda con el sonido árbol, ni con sus fonemas a, r, b, o, l. La semántica es en este sentido un accidente congelado, una decisión arbitraria de una población antigua que, a partir de cierto momento, se perpetúa por herencia cultural. Es el mismo concepto que utilizan los biólogos para explicar el origen del código genético. Muy bien. Ahora veamos lo que dicen los últimos experimentos lingüísticos. La realidad manda.
El lingüista Marcus Perlman, de la Universidad de Birmingham, y sus colegas de medio mundo acaban de presentar el primer estudio extenso y multicultural centrado en una cuestión clave: ¿Pueden entender los hablantes de cualquier lengua una vocalización totalmente inventada por angloparlantes? Por ejemplo, una secuencia de sonidos inventada para significar dormir, comer o niño, se presenta a los hablantes de 28 lenguas y se les pide que le asignen un significado entre 12 opciones, sean palabras de su idioma o imágenes. Por increíble que parezca, el resultado es que sí, que lo adivinan muy por encima de lo que cabría esperar por azar. Un punto importante es que las vocalizaciones inventadas excluyen las onomatopeyas, como ¡catapumba! o cucaracha, que son palabras que imitan el sonido de su significado (en el caso de la cucaracha, más bien el sonido de pisar una, que se aprecia mejor en el inglés cockroach).
Los detalles son complicados. Por ejemplo, los participantes puntuaron mejor con las vocalizaciones inventadas que pretendían significar dormir, comer, niño, tigre y agua, y francamente mal con ese, reunir, aburrido, afilado y cuchillo. Los seres vivos funcionaron mejor que las entidades inanimadas. Los autores no descartan en absoluto que los gestos fueran importantes para el origen del lenguaje humano, como sostiene la mayoría de los lingüistas, pero aportan evidencias de que los meros sonidos fueron otro vector esencial en aquel proceso.
No sabemos si el lenguaje se originó en nuestra especie, por cierto. Hay indicios genéticos y anatómicos de que los neandertales poseían esa facultad, y eso significa que ni fuimos nosotros ni ellos quienes la desarrollamos, sino el ancestro común de las dos especies, el Homo erectus surgido hace dos millones de años en África. Incluso hay indicios recientes de que los grandes monos (chimpancés, gorilas y orangutanes) tienen un notable control de sus vocalizaciones. El ritmo de sus pulmones se acopla de manera flexible con los movimientos de la lengua y los labios, una precondición del lenguaje humano. Sobre ese sustrato, la evolución ha podido construir una mejora progresiva del control de la vocalización. No hay pruebas, pero el marco es concebible, porque cumple los dos prerrequisitos de Darwin. Primero, que la cantidad de conexiones entre el córtex cerebral, sede de la mente, y los músculos que mueven la boca y la lengua está bajo control genético. Y segundo, que los genes responsables aportan una evidente ventaja a su portador, y por tanto se pueden propagar por selección natural. La lingüística ha abierto una ventana a los orígenes de nuestra especie.