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El patrimonio del bilingüismo en la villa brasileña de Pomerode

13/07/2015
Mario Ruiz*

 

El Diario

 

El pueblo brasilero de Pomerode

El pueblo está rodeado por grandes campos de arroz y por colinas con una vegetación exuberante. Hace un calor de rigor, poco menos de 40°, y la humedad se pega a ti con más celo que tu propia sombra. Muchos de los habitantes son altos y rubios. A veces hablan alemán, a veces portugués, y a veces algo que a primera escucha permitiría tanto a holandeses como a alemanes reconocer ciertas palabras de su idioma, pero que no es ni lo uno ni lo otro.  En realidad se trata de un idioma poco conocido, el pomerano, aunque allí se conoce simplemente como 'Platt'.

Paseando por el pueblo vemos bonitos edificios de arquitectura alemana y, si nos alejamos del centro y vamos hacia el barrio de Tiesto Alto, podemos ver casas con más de 100 años de antigüedad que bien podrían haberse construido en Alemania. Pero no. No nos encontramos en Alemania, sino en Brasil, concretamente en una bonita villa llamada Pomerode, antiguamente un barrio de Blumenau, en el sureño estado de Santa Catarina.

Allí, el bilingüismo es la norma para la mayoría de los hablantes. Todos hablan portugués, y la mayoría también alemán. Además, algunos hablantes, ancianos en su mayoría, todavía conservan la lengua de sus antepasados, el pomerano. Esta lengua llegó a Brasil en torno a 1850, cuando numerosos inmigrantes alemanes abandonaron la Pomerania Oriental (entonces perteneciente a Prusia; hoy en día territorio polaco) ante la falta de perspectivas en su tierra natal.

En Brasil encontraron una tierra fértil, que trabajaron duramente, y un gobierno que fomentaba la inmigración concediendo préstamos para comprar lotes de tierra. Vencieron al paso de los años, manteniendo sus tradiciones, su cultura y su lengua. Al principio el Gobierno no se inmiscuyó en su vida. La comunidad mantenía escuelas de habla alemana, pagando al profesorado de su bolsillo y realizando las labores de mantenimiento ellos mismos. Hasta entonces se vivía una situación de trilingüismo. En casa y en ambientes familiares se hablaba pomerano, en la escuela y en la iglesia alemán, y con las instituciones y foráneos en portugués.

Más tarde vino el intento de asimilación lingüística que se intensifico durante la dictadura de Getulio Vargas. Llegándose incluso a prohibir  el uso y la enseñanza del alemán. La Segunda Guerra Mundial estigmatizó aún más a los hablantes de alemán. Y como me contaba un anciano amable de Pomerode, a algunos incluso les salvó hablar pomerano, ya que los militares no les increpaban si les oían hablar en pomerano, pues percibían que era algo diferente del alemán y pensaban que era inglés.

Décadas después, la mayoría de habitantes de Pomerode han cambiado la lengua de uso familiar, abandonando el pomerano en favor del alemán, no así en otras zonas de Brasil donde sí se mantiene viva esta lengua ya extinta en la actual Alemania. Muchas empresas alemanas no han dejado pasar la oportunidad de asentarse en Brasil empleando a una población bilingüe, y lejos quedan los tiempos en que hablar alemán era una vergüenza. Quedan, eso sí, ciertos prejuicios lingüísticos.

 

El mantenimiento de la lengua durante más de un siglo

A menudo se critica que su alemán difiere en algunos aspectos del estándar, sin recordarse lo excepcional del hecho de que una comunidad mantenga su lengua durante más de 150 años sin ayudas externas y a pesar de las zancadillas. Por otra parte, también hay cierta mofa porque la pronunciación portuguesa de algunos hablantes tiene algunas influencias del alemán.

Es cierto que el mantenimiento de la lengua no solo se debe al tesón de sus hablantes. Su estilo de vida en granjas, lejos del mestizaje típico de las ciudades, ayudó a preservar la lengua. Asimismo, había un fuerte sentimiento de pertenencia a una comunidad debido no solamente a las diferencias lingüísticas, sino también a las religiosas (por un lado luteranos, por otro católicos). Su caso recuerda a otros en los cuales la religión también fue un elemento de gran peso para mantener el idioma. Por ejemplo, las comunidades huteritas en Canadá y EEUU con un estilo de vida que podríamos definir como comunismo-cristiano. O los descendientes de judíos expulsados de aquí en 1492 y hoy establecidos en varios países, que han preservado el castellano.  

Desconozco si los descendientes de nuestros vecinos y vecinas que hablan rumano, polaco, árabe o chino mantendrán su idioma por tanto tiempo como lo han hecho los descendientes de pomeranos en Brasil. Lo más determinante será el grado de deseo de mantener ese vínculo con su cultura. Sería bueno, eso sí, que hubiese facilidades para quienes sí quieren mantenerlo. En las bibliotecas alemanas, por ejemplo, es muy corriente ver libros y DVDs para niños y adultos en turco, polaco, español y otras lenguas llevadas por los inmigrantes. En EEUU los hispanos pueden incluso llevar a sus hijos a escuelas donde aprenden castellano no como lengua extranjera, sino como vehículo de instrucción, a menudo en combinación con el inglés.

Una medida fácil de implantar sería que los ayuntamientos con escuelas de idiomas, incluyesen, por ejemplo, clases de chino o árabe para niñas y niños que lo hablan en casa, pero que necesitarían de otro tipo de instrucción para aprender a escribirlo y hablarlo correctamente incluso en contextos más formales. Se podría hacer también desde la administración regional, usando los colegios e institutos para dar clases extraescolares con esos fines. Es muy probable que a largo plazo nos acabásemos beneficiando todos, no solo quienes logran mantener su bilingüismo. Citemos como ejemplo de nuevo el sur de Brasil, donde la actividad generada por empresas alemanas repercute, lógicamente, en toda la población, no solo entre quienes hablan alemán y/o pomerano, y atrae fuerza de trabajo de otras partes del país.

No me gustaría terminar este artículo sin antes mostrar mi gratitud a todas las personas que me ayudaron durante mi estancia en Pomerode para investigar la fonética de los bilingües en pomerano y portugués. Gracias a Edson Klemann por un lado, y al ayuntamiento de Pomerode por otro, logré contactar con hablantes de Pomerano que además de participar en mi estudio, me contaron las interesantísimas historias de sus familias.

 

* Mario Ruiz, estudiante en Hamburgo de fonética en hablantes bilingües de castellano y alemán