Francia y el plurilingüismo: del español en Brasil al portugués en Guayana
A mediados de julio, la responsable de Cooperación Educativa de la Embajada de Francia en Brasil, Hélène Ducret, reconoció a la CNN haber presionado, con apoyo de las representaciones diplomáticas de Alemania e Italia, para que el Congreso Nacional brasileño retirase la obligatoriedad del español prevista en el proyecto de nueva ley de enseñanza media. Según declaró Ducret: “El español ya es escogido por el 95% de los brasileños que van a aprender una segunda lengua. Un mandato del gobierno para la enseñanza media sería catastrófico para las otras lenguas. Estamos a favor del plurilingüismo”, remachó.
Hete aquí que resulta un tanto sorprendente el desenvuelto compromiso de la República Francesa con la diversidad idiomática en Brasil, habida cuenta de la situación del portugués en la Guayana Francesa, territorio galo que linda a mediodía y oriente con el Estado brasileño de Amapá. En la práctica se trata de un territorio bilingüe: en 2022 los brasileños representaban alrededor del 30% de la población —cerca de 91.500 personas-, en rapidísimo crecimiento -rondaban los 58.000 en 2019—. Así, la lengua portuguesa se encuentra presente por toda la Guayana y son habituales las tiendas de productos brasileños.
De tal modo, dada la exquisita preocupación de las autoridades franceses por la pluralidad lingüística en Brasil, cabría esperar una coherente reciprocidad en la Guayana gala, donde el idioma luso goza de uso generalizado y acaso mayoritario dentro de pocos años. Sin embargo, para sorpresa de nadie, el desvelo de Francia por las lenguas en Sudamérica alcanza a Brasil, pero desaparece cuando se trata del propio territorio francés al otro lado de la frontera. Así, en la Guayana impera el cerrado uniformismo idiomático que, desde la Revolución Francesa, ha supuesto la práctica extinción de tantas lenguas en la Francia europea —occitano, bretón, catalán, vascuence, etc.-.
Ante esta tesitura, Brasil y los países iberófonos, así como la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa y la Comunidad Iberoamericana de Naciones (CIN), bien podrían asumir como propia la preocupación de Francia por la pluralidad lingüística en Sudamérica y exigir a París que respete los derechos idiomáticos del tercio creciente de población brasileña y lusófona de la Guayana francesa: introducir progresivamente el portugués como lengua vehicular opcional en la enseñanza reglada, ofrecer espacios de habla lusa en los medios de comunicación públicos y rotular en bilingüe los rótulos de las calles e instituciones oficiales, así como traducir los formularios y trámites administrativos.
A mayor abundamiento, no estaría de más que los iberófonos animemos a Francia a que, en aras de su sincero compromiso con la diversidad, suprima las dificultades burocráticas —con visados turísticos más exigentes que respecto a la Francia europea— y abusivos seguros –a veces, más de 100 euros por vehículo— que utiliza para desincentivar la llegada de brasileños a Guayana, distanciando artificiosamente territorios y poblaciones vecinos por miedo a la brasileñización, como si la riquísima cultura de Brasil y sus gentes fueran elementos a evitar.
Todo ello, sin perjuicio de que los Estados iberoamericanos, ante este ataque contra su patrimonio lingüístico común, deberían igualmente replantearse el estatus de Francia y Alemania como ‘observadores asociados’ de la Conferencia Iberoamericana, posible medida señalada certeramente por F. Álvaro Durántez Prados en una reciente tercera de ABC de lectura obligatoria. El pensador madrileño, no sin razón, incluye también a Italia, la cual secundó el despropósito francés junto a Berlín. A pesar de ello, a mi juicio, respecto a los italianos resulta preferible actuar desde una generosa altura de miras, aunque se peque por exceso. A fin de cuentas, los iberófonos, en términos generales, compartimos la latinidad idiomática y muy relevantes sustratos jurídicos y religiosos romanos que informan nuestras normas legales y morales. Sin olvidar, en adición, los históricos vínculos de las Italias con la Corona de Aragón y la Monarquía Hispánica y, sobre todo, el hecho de que el componente europeo de Argentina resulta, grosso modo, una mixtura entre lo hispano y lo itálico.
Para terminar, confiemos en que las autoridades de Brasilia desoigan las injerencias de los mandatarios franceses y defiendan la plena soberanía que sostuvieron con bravura los pilotos de combate brasileños en sus gallardos vuelos rasantes sobre el destructor galo Tartu durante la guerra de la Langosta (1961-1963). En aquella ocasión, la firmeza brasileña no dejó más salida a Charles de Gaulle que tragarse su descaro, arrogancia y chovinismo; aleccionamiento brasileño que convendría refrescar al palacio del Elíseo.
* El autor es abogado, periodista y profesor del Máster en Archivística de la Universidad Carlos III de Madrid