Jon Fosse y el poder del lenguaje
El autor noruego Jon Fosse, premio Nobel de Literatura
Dicen que los locos —y tal vez los muertos— se quedan solos. Pero también lo hacen, más tarde o más temprano, los ganadores del Nobel de Literatura. De un modo, eso sí, más compacto y especial. Y no sólo por la consabida contrapartida millonaria, que es algo que no viene ni tan siquiera mal para robustecer el cutis y hasta para hacer amigos, sino porque a su posible soledad como seres humanos —ellos sabrán o querrán saber, nosotros, puede que no— se une otra de naturaleza infinitamente más libresca y exclusiva, la que sucede con su obra una vez evaporados los aldabonazos del anuncio de la concesión. Sobre todo, en autores que, pese a su contrastada trayectoria, no aciertan a labrarse una popularidad voluble de papel cuché, entre los que las alabanzas y desdoros iniciales no tardan en ser reemplazados por la indiferencia o por el retorno a la milagrosa intimidad en el que la literatura encuentra el espacio comunicativo que le es propio: la escritura, únicamente la escritura y el poder la escritura, frente al lector.
A Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959), que nunca fue de acudir a besamanos y dejarse ver en la televisión, las alharacas de la academia sueca le han durado en España lo que suelen durar los asuntos literarios en los que no interviene la sangre ni la ropa interior. Y eso que la noticia arrancó con fuerza, con opinadores en cómica guerra fría empeñados en elogiarle y denostarle de antemano y la editorial De Conatus braceando al fondo y recordando que sus libros estaban disponibles para quien quisiera leerlos, que es una cuestión que a priori, dicen, nunca está de más -mi favorito, en este sentido, fue un portal de noticias católicas que tituló «Un católico gana el Nobel de Literatura» como si lo más relevante en torno a sus libros fuera saber si su autor va a misa o se embelesa con las refutaciones de San Ambrosio a la luz de un candil-. El perecedero, campanudo y sintomático eco publicitario del Nobel, en suma, nada nuevo en las rotativas ni bajo el sol, aunque, en el caso de Fosse, con una consecuencia inusualmente perseverante: el empeño del mercado editorial español —más allá del tiro al aire de cortesía— por dar a conocer su extensa obra. Y no sólo a través de De Conatus, sino mediante sellos como Sexto Piso o hasta el gigante Random House, que recientemente ha añadido a su colección ‘Ales junto a la hoguera’, recordándonos que esta vez sí el Nobel venía preñado de acontecimiento y que a Fosse le sienta extraordinariamente bien la soledad.
Buena parte de la prodigalidad de ediciones del autor —incluida su magnífica poesía— pueda que obedezca a la existencia y el buen oficio de traductores como Cristina Gómez-Baggethun, que es quien se ocupa de esta última novela para Random House. Uno, en su babélica ignorancia, entiende que no debe de ser fácil acomodar a los rudimentos del español a un escritor que escribe en un dialecto minoritario del noruego y que, como Bernhard con el alemán, asienta buena parte de su propuesta en una implacable voluntad de estilo. Un estilo que parece adquirir música propia y que, lejos de resultar acorazado, se convierte en una máquina orgánica que arrastra a partir de la sencillez todo el edificio intelectual y narrativo. Y que en Ales junto a la hoguera vuelve a desempeñar su protagonismo acompasado en las obsesiones y los impulsos eléctricos que han hecho de la poesía, el teatro y la prosa de Fosse un universo cohesionado y universal: la soledad, la pérdida, la incomunicación. Elementos que se perdigan en este texto una vez más en torno a ese paisaje en el que Fosse ha ido fortaleciendo su Comala, su Santa María y su Macondo particular.
La aldea, el fiordo, activados en toda su sobriedad y complejidad mediante la figura de una mujer que mira por una ventana y cuyos recuerdos sobre la desaparición de su pareja actúan como motor de un discurso fascinante que nos interroga y desgarra a nivel estético en cada avance y repliegue. De nuevo, con las armas visuales con las que el autor, dramaturgo avezado, acostumbra a retorcer su mensaje. La proximidad del abismo, de lo que no se puede decir, que en esta novela progresa un paso más planeando incluso sobre la sombra de la propia imposibilidad del lenguaje —memorables y divertidísimos son los diálogos beckettianos de los protagonistas— Y, cómo no, su alambicada y expresiva indagación, situada en algún lugar intermedio —y, por tanto, casi imposible— entre el animismo y la cosificación del espíritu.
Lector apasionado de Lorca, Fosse se confirma en cada entrega como un talento torrencial y personalísimo, especialista en insertar con limpieza y de manera aparentemente sencilla mecanismos de difícil manejo como el salto de la persona narrativa y la repetición de recursos marca de la casa que cada vez aportan más belleza y novedad. El sentido helicoidal del tiempo, los personajes que se ven a sí mismos desde fuera, la habilidad para emocionar con un libreto de registros metafóricos que apenas se desvían de un esquematismo que va de dos o tres fantasmas a la naturaleza y al hogar. ‘Ales junto a la hoguera’, con sus varias generaciones familiares danzando en apenas unas secuencias, es la utopía literaria con la que soñó Gertrude Stein aligerada por el encantamiento de la canción del bosque. Sin duda, uno de los títulos del autor más interesantes de los que han sido vertidos al español hasta el momento. Y Fosse en estado puro: un centenar de páginas que lo cuentan todo y lo tienen todo sin casi salir del umbral. Esto, quizá, era la soledad y la vuelta al cuerpo a cuerpo. El texto y la palabra como gran y único titular.