La atenuación: por qué los chilenos hablan
con evasivas
Juana Puga El Mercurio OnlineEn Amazon, el libro How to survive in the Chilean jungle (como sobrevivir en la jungla chilena) es descrito como el texto perfecto para entender a los chilenos, o mejor dicho cómo hablan. Y la verdad es que ese libro, que ya tiene dos tomos y fue coescrito por un estadounidense que vivió en nuestro país, es el mejor reflejo de que usamos una serie de palabras y términos que incluso, para los hispanohablantes, son incomprensibles. Es un hecho que cada pueblo tiene una forma de hablar única. Para nosotros, los argentinos acentúan distinto, y para ellos y muchos otros, los chilenos se comen las ‘s’ y hablan en chiquitito o diminutivo: todo es tomémonos un cafecito, voy en un ratito, vamos a dar una vueltita. Qué decir de los eufemismos: hablamos de tránsito lento, en vez de decir estreñimiento crónico; las mujeres no menstruamos, sino que nos enfermamos, y en vez de estar gordos, estamos entraditos en carne.La doctora en Lingüística Juana Puga lleva más de 20 años investigando esto que ha llamado «atenuación». En su segundo libro sobre el tema, —Cómo hablamos cuando hablamos: Setecientos tres ejemplos de atenuación en el castellano de Chile (Ceibo, 2013), recoge ejemplos de estas formas que tenemos de irnos por las ramas, de minimizar, de ser indirectos, de justificar, o usar el condicional en vez de dar una orden. Actualmente docente de la Universidad Diego Portales, es profesora de castellano y licenciada en letras por la Universidad Católica; cursó un doctorado en Filología Española en la Universidad de Valencia y, más tarde, un Magister en Enseñanza del Español para Extranjeros en la Universidad Antonio de Nebrija. Trabajó siete años en el Programa de Lengua y Cultura de la Universidad de Concepción, enseñándoles castellano a estudiantes de la Universidad de California. Con su vasta experiencia y una cuota de humor, Juana consigue en sus libros mostrarnos como chilenos en nuestro actuar cotidiano y enfrentarnos a un espejo. — ¿Qué te parece que es más importante: lo que decimos o cómo decimos las cosas? Te lo pregunto, porque hay una crítica generalizada a la vacuidad de nuestras conversaciones cotidianas.—En nuestras conversaciones cotidianas no puede separarse el contenido de la forma en que éste se expresa. Siempre que decimos algo, lo hacemos de una particular –y excluyente– manera. Tenemos un país, culturas, tradiciones, una historia, tejidos en nuestras conversaciones cotidianas. No tiene sentido catalogarlas de vacuas. — ¿Por qué estudiaste la atenuación?—Lo he contado varias veces. Lo que motivó mi estudio fue la constatación de que la mayoría de los latinoamericanos que conocí en España se quejaban de que los españoles eran muy duros en el trato, cortantes, demasiado directos, incluso descorteses. Evidentemente, esto escondía un interesante tema de investigación. No es posible que los españoles (o los valencianos) sean todos, siempre, descorteses: ellos no se perciben de ese modo. Pero también es absurdo pensar que los latinoamericanos somos todos, siempre, corteses. Evidentemente aquí hay un contraste entre nuestras culturas que, como todo, se manifiesta en el lenguaje. Y dado que refleja una actitud de los hablantes, esta diferencia en el uso de la que es nuestra lengua común produce importantes choques culturales y problemas de interpretación. En ese momento decidí dar cuenta de las palabras y expresiones que nos permiten a los chilenos ser indirectos, oblicuos, hablar en chiquitito y con evasivas. — ¿Y entonces qué hiciste?—Bueno, empecé a observar en conversaciones, en cartas, en diarios, etc. Qué elementos cumplían esa función, y a recolectarlos: como; un poco; de cierta forma, entre comillas; reducción de palabras: maoma, regu; deformación de palabras: reguleque, lenteja; diminutivos; eufemismos; tono bajo de voz; disculpas; explicaciones; rodeos; preguntas y sugerencias en vez de órdenes; el condicional (tan usado en las noticias); etc. Paralelamente busqué un nombre común que me permitiera agruparlos. Ahí decidí hablar de atenuación y el de recursos de atenuación. También empecé a estudiar los contextos en los que aparece la atenuación, contestando a las preguntas ¿qué se atenúa? ¿cómo se atenúa? y ¿por qué se atenúa? — ¿Y consideras que es malo que en Chile atenuemos el castellano?—Atenuar no es malo ni bueno en sí mismo. La atenuación es un recurso con el que cuentan todos los idiomas, y hay contextos en los que atenuar el lenguaje es lo que procede. Muchas veces, por ejemplo, la atenuación y la cortesía van de la mano, y la falta de atenuación se lee como descortesía: en Chile, en muchas situaciones, es más adecuado –y efectivo– decir: ¿podrías cerrar la ventana? (atenuando por medio del condicional, de la pregunta, y del tono de voz), que ordenar: cierra la ventana. Otro ejemplo, si necesito cien pesos, seguramente no me costará nada pedírselos prestados a un amigo; pero si quiero pedirle doscientos mil, la cosa no será tan fácil. Por eso, voy a detenerme a pensar en qué le digo, en cómo se lo digo; voy a tener que explicarle por qué se los pido; probablemente me disculpe por hacerlo, y le prometa que esto no se repetirá. Esas disculpas y explicaciones (que pueden ser recursos de atenuación) retardarán la petición y permitirán que mi amigo se vaya preparando para lo que ‘se le viene’. En este sentido digo que mientras menos certeza tengamos de conseguir lo que esperamos de nuestro interlocutor, mayor será nuestra necesidad de recurrir a la atenuación. Si en Chile la atenuación es un color, un condimento de nuestro castellano, es inevitable que la usemos.—Piensa en los temas tabú. Muchos de ellos coinciden en todas las culturas (la muerte, la enfermedad, los órganos sexuales, los defectos físicos, etc.) Para hablar de ellos contamos con eufemismos, diminutivos y otros atenuantes. —Pero la excesiva atenuación (siempre en un determinado contexto) puede entorpecer la comunicación, inducirnos a malos entendidos, desviarnos de nuestros objetivos. En muchas ocasiones es recomendable ser asertivos y no atenuados e indirectos. — ¿Cómo influyó en tu carrera lingüística haber vivido en tantos países y lugares? ¿Contribuyó a que tomaras conciencia de esta característica de nuestro castellano?—Mi vida ha sido muy errante. No sé bien de qué manera ni hasta qué punto (no hay cómo medirlo), pero sin duda que haber vivido de niña en el extranjero –en Francia, en Honduras, en Costa Rica y en España– y en Chile –en Osorno, en Quillota y en Santiago–, ha repercutido en mi manera de enfrentar la lingüística y en mi afición por estudiar la conversación y el uso cotidiano del lenguaje, por registrar e intentar describir el castellano de la calle. En relación a la atenuación, cuando llegué a Valencia a doctorarme yo ya conocía de forma experiencial –había vivido– la diferencias entre el castellano de Chile y el de Honduras; entre el de nuestro país y el de Costa Rica; incluso entre el nuestro y el de España, que más tarde estaría en la génesis de mi estudio. Ya estaba familiarizada con algunas de las afinidades y diferencias culturales que hay entre Chile y los países hispanoamericanos que te menciono. Antes de haberlo estudiado, sabía por experiencia que el castellano no era único e indiferenciado, y que existía más de un mundo (etimológicamente: orden). — La atenuación de nuestro castellano les llama mucho la atención a los extranjeros. —Claro que sí. Para muchos españoles que han venido –o que se han venido– a Chile, estas diferencias suponen un choque cultural, el mismo, pero a la inversa, que supuso para mí vivir en Valencia cinco años. Un amigo valenciano que ha venido un par de veces a Chile me dice que aquí tiene la sensación de que siempre le dan la razón. —Llevo años enseñándoles castellano a extranjeros en Chile, y efectivamente eso les llama la atención. A veces porque vienen de culturas más directas y menos atenuantes; a veces porque han aprendido algo de español en España o con profesores españoles y aquí descubren que hay otro castellano y que da cuenta de una cultura diferente. — Los chilenos nos consideramos apocados, ¿crees que eso explica la atenuación en Chile?—Yo creo que no hay una, sino muchísimas razones que explican esto. La respuesta a tu pregunta tendrá que venir de muy diversas disciplinas. El sociólogo Jorge Larraín, que escribió el prólogo del libro correspondiente a la tesis, plantea dos hipótesis: la de que existe una relación entre la atenuación y la identidad chilena y latinoamericana; y la de que la atenuación facilita la simulación. Y señala que los conquistadores muchas veces incumplían las leyes que venían de la corona, a pesar de que existiera la intención de cumplirlas. Esto se expresaba en la fórmula: —se acata pero no se cumple. Por otra parte, cree que en la América española la atenuación del castellano contribuyó a la simulación que les ayudaba sobrevivir y a evitar ser esclavizados a los indígenas frente a los hacendados y a las autoridades políticas y religiosas. Finalmente, señala que nuestra tendencia a enmascarar realidades sigue presente y que hoy se ve, por ejemplo, en nuestra —pasión por la cosmética. Hay que aparecer bien para triunfar en la vida. Yo agregaría que la forma de comunicación chilena expresa conflictos de poder y la voluntad de los hablantes de mantener el status quo (no queremos molestar al otro ya sea que esté en una posición de dominio o en una de subordinado). Le hablo amoroso a mi empleado y él ‘se va en rodeos’. A veces apocamos nuestro discurso para no herir susceptibilidades o para no asustar. — ¿Conoces la muletilla periodística ‘tensa calma’? ¿Qué papel juegan los medios en la existencia de los recursos de atenuación en Chile?—No la había oído; es muy buena. No sé qué tan responsables de la atenuación sean los medios, pero sin duda muchos de los recursos de atenuación nacen entre quienes trabajan en ellos y los propios medios se encargan de perpetuarlos. Un buen tema de estudio. Pero los medios contribuyen a difundir, y probablemente a plasmar, no sólo los atenuantes del ámbito periodístico, sino los que usamos todos. En España y en muchas partes de América se están haciendo estudios de la atenuación en diferentes ámbitos, entre ellos, el de la política. Gran parte de los setecientos tres ejemplos de atenuación que recojo en uno de los libros fueron tomados, precisamente, de diversos medios del país.