La lengua como destino
El Nacional, de Caracas
Las lenguas más habladas de mundo
Fue Antonio de Nebrija el que publicó la primera gramática del idioma castellano en 1492 con la cual erigía sus fundamentos. Vale la pena recordar que el filósofo italiano Lorenzo Valla pregonaba las virtudes de las tareas gramaticales en su empeñó de vencer la barbarie. La fecha es extraordinaria, el año más que glorioso.
Se produce la toma de Granada y el descubrimiento de América por nuestro muy magnífico almirante, Cristóbal Colón. Sus majestades católicas, don Fernando y doña Isabel, inician la aventura más admirable de la humanidad. A la par que Europa zarpa hacia el Nuevo Mundo para refundarse, se acompaña del verbo venturoso de Castilla que también se hace a la mar. Ya anteriormente, Fernando de Aragón había tomado la difícil decisión de que el castellano fuese el idioma del reino. Nebrija había dicho que la lengua era la compañera del imperio.
Se produce la continuidad cultural de la civilización occidental, gústele a quien le guste. Hispania fue probablemente la región más importante del imperio romano después de la propia península itálica. Cuando Roma se afincó en Iberia trajo su idioma, el latín, la lingua franca. De alguna forma seguimos hablando latín, solo que evolucionado. Durante el siglo VIII de la cristiandad se produce lo que el lingüista alemán, Walter von Wartburg, denominó la fragmentación lingüística de la Romanía lo que vale decir el surgimiento de las lenguas romances.
Fue un siglo oscuro con peligro de que se impusiera la bestialidad. Apenas tres siglos después del saqueo de Roma por Alarico, su lengua comenzaba a desdibujarse a pesar de que se siguiera hablando y cultivando entre las gentes cultas. España nunca repudió a Roma, contrariamente a lo que hicimos nosotros al promover la separación más absurda con nuestro origen a propósito del cisma traumático de la Independencia.
Ludwig Wittgenstein sostenía que nuestra visión del mundo viene condicionada por el lenguaje y que nuestro lenguaje determina, a su vez, nuestra interpretación de este. No se trata de un juego tautológico sino del hecho de que el lenguaje es la arcilla modeladora de lo que interpretamos. Si somos personas de un escaso vocabulario, mas allá de algún posible modo taciturno o dienterrotismo que nos puedan achacar, tendremos una visión precaria de las cosas.
El lenguaje, como epicentro de la batalla entre la civilización y la barbarie ‒concepto que no ha dejado de perder vigencia durante uno solo de nuestros días históricos‒ es el responsable de ese ensanchamiento visionario de la realidad, y legitima el ascenso, cúspide y decadencia de los pueblos. Idiomas ricos y pródigos en la lengua cotidiana de sus ciudadanos, consiguen naciones prósperas, cultas y con una expresión panorámica del porvenir. Ninguna comarca exitosa se ha construido con analfabetos e iletrados, y el primer orgullo de cualquier pueblo es el caudal de su lenguaje que garantiza la fijación de su acontecer, su tradición, su literatura, y su posible grandeza.